TIENTOS DE ERÓTICA CELESTE, José
Val del Omar. Diputación de Granada, 2012, Granada, 104 pp.
Quien no tiene la facultad de
maravillarse,/ de abismarse ante el misterio, es un hombre muerto. (p.58)
Eso dejó escrito José Val del Omar (Granada 1904-Madrid 1982) con tinta verde
al margen de sus notas de trabajo, como el resto de poemas que componen este
volumen. Una especie de lema al que trató de ser fiel durante toda su carrera
como creador. Enfrentarse al misterio no para intentar comprenderlo sino para
acariciar sus bordes y dejarse caer. Generar herramientas para poder mirarlo
cara a cara. Porque como es bien sabido, aunque no lo suficientemente
reconocido, Val del Omar fue uno de los cineastas más subversivos de la
historia, como demuestra su imprescindible Tríptico elemental de España.
Experimental en el sentido estricto del término, inventó máquinas para ampliar
las posibilidades estéticas del cine: ejercicios mecánicos de sinestesia que
aún hoy parecen asombrosos. PLAT. Picto lumínica audio tactil. Rigurosamente
radical.
Su
labor investigadora quedó minuciosamente recogida en varios cuadernos en cuyos
márgenes se agolpan los poemas. En verde. Un contrapunto necesario e
imprescindible para comprender toda su creación. En Tientos de erótica
celeste los encotramos descontextualizados. Nos consta pues que los poemas
se deben leer en el tejido de toda la obra artística y científica del autor, en
una cohesión de intereses rara vez vista y que hace de Val del Omar un
personaje único y altamente interesante.
Aquí,
a través de los textos., nos adentramos
en una nueva mística para una nueva carne (más cercana a la noción de cyborg de
Donna Haraway que al cine infeccioso del primer Cronenberg). Un rasgo que hoy adquiere más
rotundidad, cuando ya se ha confirmado que somos un híbrido entre carne y
tecnología, cuando la mecamística puede ser la única salida espiritual.
Y así. Como en la mística tradicional se busca la unión de los contrarios para
deshacernos de su (nuestro) apetito antagónico (p.88) y llegar a lo que
es más que el tiempo y el espacio, la suma y la resta de ambos. A la
trascendencia ubicua que llamamos Dios. Y llegamos a eso a través de la
máquina, atravesando la máquina desde dentro. Compartiendo su ser. Clave mística en una gota eléctrica
(p.32).
En
fin. San Juan de la Cruz, o incluso Lorca y su pulsión flamenca plena de
duendes y pozos, cruzados de neologismos y vocabulario tecnológico ofreciendo
un espacio poético inusitado, radical y dotado de una belleza distinta y
absolutamente moderna. Más que casi toda la poesía que se ha escrito
posteriormente. La mecamística busca
disolverse en el amor para disolver el mundo, ofrece su propia vía de
despojamiento y superación: trascender el tiempo y el espacio que nos imponen
para perderse en el tiempo que está más allá. Como el monje en su celda se
pierde en su dios. Tirar el reloj al agua (p.63). Pues el tiempo de los
relojes es un artificio que nos somete mientras que el tiempo fluido de las
aguas es la permanencia y la mutación constante. La eternidad, el dios. Lo
vimos en su película Aguaespejo granadino (1953-1955) con otro idioma. Subir
al punto es ahogarnos en Dios (p.33).
Se
trataría, pues los textos son una continua exhortación a la acción (también
política), de trascender el mundo de las máquinas que nos quieren convertir en
miembros de su especie, y hacerlo a través de la comunión cibernética. A través
de la propia máquina y su flujo eléctrico. Sabiendo que la electrónica te
saca de la carne (p.70) En un mundo que es solo mirada, espectáculo,
superficie y simulacro. Hay que vivir con intensidad desnuda. Esta poesía, como
el resto de la obra valdelomariana es tan radical como necesaria. Aquí se
tientan los límites de mucho porque Val del Omar sabe que ante el misterio no
queda otro camino que abismarse en él, que lo contrario es un suicidio pactado.
Que también las máquinas deben empezar a soñar y a latir porque el riesgo es
que nos acaben contagiando de su frialdad mecánica. Ante eso solo cabe
deslizarse dentro del espíritu eléctrico, de la mecamística.
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