miércoles, 27 de octubre de 2010

Correr


Correr. Forzar las piernas en concordancia con los brazos y el sudor, la aerodinámica y el esfuerzo. Sin mediación entre el cuerpo y su fuga. Correr. No para huir, si acaso de algo que está dentro y que jamás se desprende. Yo intento salir a correr cuando puedo, entre otras cosas porque intento huir de mí mismo y mis incoherencias. Corro, y nada cambia realmente, todo sigue en el mismo sitio. Pero mi mente lo enfoca todo de distinta forma. Corro y todo es diferente, aunque nada cambie. No hay records que batir, es cierto, pero la carrera siempre es infinita. Hay algo agónico en una persona que exprime su cuerpo hasta el límite, hay algo inmenso en un hombre que busca volcar la inmensidad en el movimiento de sus pies. Una vez hubo un hombre así, alguien que corrió más que nadie, que corrió de una forma que nadie había corrido, que pulverizó lo humano e instauró un nuevo reinado, una nueva especie que bien pudo llevar su nombre. Emil Zatopek fue un héroe de la antigua Grecia nacido en Chequia, el mejor corredor de todos los tiempos, un revolucionario del arte del cuerpo-máquina-y-su-velocidad. Lo ganó todo, y acabó de barrendero por defender la dignidad del hombre frente a la maquinaria brutal del totalitarismo. Zatopek corrió, y nadie podía alcanzarlo. Jean Echenoz ha escrito un libro maravilloso sobre el corredor, sobre la inocencia, sobre el siglo XX acelerando en una vieja pista de ceniza. Correr. Un libro pequeño y necesario. Con cierto aire de familia con algunas composiciones de mi Idioteca. Leer ese libro como se corre, para que todo siga siendo igual pero cambie, tras el sudor y la tinta, nuestro enfoque sobre el mundo.

lunes, 25 de octubre de 2010

KRIMINALROMAN (Justo Navarro)

Era la juventud un estado moral: veíamos
la muerte desde lejos, de broma, como en esas
películas que juegan con el asesinato
y la mutilación y los efectos
especiales, aunque recuerdo que ya entonces mi madre
se había ahogado en la piscina. No
la vi. Vi a mi padre, vestido, salir del agua,
y lo veo de vez en cuando todavía.
Sé que murió también, pero lo olvida
alguna tarde, y viene. Se me acerca,
pregunta por su nombre.






[de Mi vida social, 2010]

jueves, 21 de octubre de 2010

Idioteca según Mario Cuenca Sandoval (Culturamas)

Culturamas es uno de los portales web más completos y seguidos de la red, y allí ha tenido la suerte de caer una reseña de Idioteca, una inteligente lectura por parte de Mario Cuenca Sandoval, el autor de el magnífico El Ladrón de Morfina. La copio aquí:
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Esto no es un libro, pero no se asuste. Siga mis instrucciones. Antes de entrar en Idioteca, tendrá que atravesar un pórtico. Deberá ingresar en el estado mental propicio, poner entre paréntesis el mundo exterior, ajustar su ritmo cardíaco, aceptar la apuesta. Porque Idioteca no es una novela, ni un conjunto de relatos, ni de poemas en prosa, ni siquiera el catálogo de una exposición. Es, como acierta Alberto Santamaría en su espléndido prólogo al libro, un extraño museo, hecho de fantasmas que se alzan alrededor de nosotros, de hologramas. Y es sabido que se precisa de cierto estado de sugestión para ver fantasmas.
Si quiere ver fantasmas, haga epoché, ponga entre paréntesis el hecho de que hay un mundo fuera del texto, y ponga entre paréntesis que el texto forma parte de ese mundo. Entonces, las piezas que componen esta cámara-libro, o caverna-libro, comenzarán a girar a su alrededor, veintidós textos en prosa con los que, diseccionando la vida y obra de ilustres convidados como Goya, William Blake, Klein y los artistas del Nuevo Realismo, etc. Raúl Quinto (Carboneras, 1978) disecciona para usted las particulares obsesiones e intereses de Raúl Quinto, su mundo propio, su idion, de ahí el título que el poeta toma en préstamo de Radiohead.
Pero, insisto, no se asuste: no se trata de aceptar obsesiones en préstamo; usted ha sido convocado a la cabina central del panóptico. La imagen del panóptico de Bentham, eliminadas sus connotaciones punitivas, viene como anillo al dedo a esta colección de fragmentos: todo gira alrededor de una conciencia que ocupa la cabina central, o que no la ocupa. En el segundo caso, ocupe usted el asiento. Una de las ventajas del panóptico, a juicio de Bentham, era que los presos circundantes se sentirían siempre vigilados, sin que hubiera necesariamente un vigía en la cabina. Ahora conoce el secreto: tal vez en el corazón de Idioteca no haya un yo, un sujeto, una identidad firme, sino sólo un centro imaginario en torno al que giran veintidós proyecciones, un narrador convertido en ojo, «un texto entendido como una forma de mirar» (p. 12), escribe Alberto Santamaría en su prólogo. El puesto vacante le pertenece; reclámelo.
A esta altura estará usted implicado en el enigma fundamental de la poética de Raúl Quinto: el problema de la representación, la relación entre el mundo y la mirada, entre pintura y realidad, entre palabra y realidad. Pero no en el sentido de que el lenguaje sea un espejo, no en el sentido del lenguaje-retrato del que hablaba Wittgenstein: la pregunta es qué le hace la representación a la realidad, qué daños provoca, qué heridas, o qué fantasmas pone en pie. La pregunta no es cómo el arte retrata lo real, sino cómo lo real es manoseado, mimado o lacerado por el arte. Por eso sostiene Quinto que la pintura nació «para hacer más real lo real» (p. 21). A Raúl Quinto le interesa peculiarmente la materialidad de la palabra, incluso el carácter orgánico de la palabra, y de ahí su preocupación por el arte pictórico, en donde representación y carne se aúnan, a diferencia de lo que sucede en el lenguaje, la casa del ser, decía Heidegger, pero su casa inmaterial, su palacio en el aire. El de Raúl Quinto, insisto, es un lenguaje que querría ser materia. Se pregunta cómo nació la representación pictórica; tal vez no fuera cosa de los hombres ni los dioses, sino que esté relacionada con la materia orgánica: con la «saliva, heces, sangre menstrual, orina, esperma, heridas abiertas, barro en las pezuñas, baba blanquecina en las quijadas» (p. 22).
Bienvenido, entonces, a un texto híbrido, a medio camino entre la narración, el ensayo, la estampa, el texto de catálogo artístico, donde alta y baja cultura, si existen esas dos alturas, se dan la mano y «Goya y Sonic Youth son intercambiables, al menos durante un instante» (p. 32).

Mario Cuenca Sandoval. "

domingo, 17 de octubre de 2010

Ladoni


Uno no sabe muy bien las formas que tiene la belleza de presentarse, a veces simplemente aparece, o te la regalan como algo clandestino, bajo manga, con la exactitud de los pequeños gestos. Hace poco alguien que sabe mucho sobre muchas cosas me regaló una película, y, por supuesto, era un regalo envenenado. Me gustaría continuar el contagio, o al menos explicar(me) la composición de ese veneno. Sucede que la película mezcla un documental naturalista sobre la pobreza extrema en Moldavia con una voz en off que ficcionaliza las imágenes desde una poesía y una mística absolutamente enferma. Sucede que no hay misericordia. Sucede Ladoni. Palmas. Una experiencia, un argumento para demostrar que existe el cine-poema. Artour Aristakisian, que es el autor unipersonal de este invento, es un tipo especialmente perturbado que se dedicó durante años a perseguir mendigos con su cámara, a colarse en sus depauperadas vidas y casas, como un entomólogo perverso, consiguiendo algunas escenas e imágenes de una belleza brutal. Terrible. En contraste su voz va contando, como pequeños relatos de un libro negro, las supuestas vidas de los personajes (los modelos, como él los llama) llegando a momentos de una intesidad lírica y dramática que hacía tiempo que no encontraba en cine. Valga como ejemplo la historia del anciano que vivía con las palomas y conocía su idioma, un hombre que acogía a las mujeres huidas de la cárcel o los hospitales y les enseñaba a comunicarse con los pájaros, el momento en que una de ellas huye saltando desde el tejado escondiendo una paloma en el regazo, cómo cae y cómo le dan la vuelta en el suelo para comprobar que de su pecho emerge extendiendo sus alas ensangrentadas una paloma en vuelo, y se eleva, y se pierde. Una intensidad desconocida. Una lectura, también, absolutamente enferma del cristianismo y su teoría del despojamiento. Si decidís verla, cosa que os recomiendo, preparaos para la belleza, el horror y el delirio fundamentalista de pensar que sólo la pobreza radical y la inacción total nos podría acercar al reino ese de los cielos. Como sea, Ladoni es necesaria.

sábado, 9 de octubre de 2010

MADRUGADA (Alejandra Pizarnik)

Desnudo soñado una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.








[de Los trabajos y las noches, 1965]

lunes, 4 de octubre de 2010

La digitalización según Thomas Pynchon

"Si las pautas de unos y ceros eran "como" pautas de vidas y muertes humanas, si todo lo referente a un individuo podía representarse en expedientes de computadora mediante una larga cadena de unos y ceros, entonces, ¿qué tipo de criatura se representaría mediante una larga cadena de vidas y muertes? Tendría que ser al menos un nivel superior... un ángel, un dios menor, algo salido de un ovni. Se necesitarían ocho vidas y muertes humanas sólo para crear una letra del nombre de ese ser... su expediente completo podría ocupar un espacio considerable de la historia del mundo. Somos dígitos en la computadora de Dios, tarareó, más que pensó, en su fuero interno, al son de una vulgar melodía espiritual, y lo único para lo que servimos, estar muertos o vivos, es lo único que Él ve. Todo aquello por lo que lloramos, por lo que luchamos, en nuestro mundo de sangre y trabajo, le pasa desapercibido a ese intruso cibernético que llamamos Dios."
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VINELAND, página 93. Thomas Pynchon