domingo, 28 de diciembre de 2014

Fallos de raccord, con Liborio López.

Mi libro Ruido blanco nació junto a un espectáculo de algo parecido al spoken word que vamos destilando el músico Liborio López y yo, en este vídeo tenemos el corte del poema Fallos de raccord, de una noche en La Guajira.
 

viernes, 28 de noviembre de 2014

La herencia maldita (Leopoldo María Panero y el virus del Romanticismo)



Leopoldo María Panero murió a principios de marzo, aunque algunos datos apuntan a que no estaba vivo desde mucho antes. Si estar vivo es esto que tenemos. Y como ya sabemos que para definir algo se necesitan sus límites y su opuesto convendremos en que la (no)vida de Panero se nos hace necesaria para justificar la nuestra: el equilibrio falaz de la mayoría necesita el desequilibrio obsceno de unos pocos para tener sentido. La tiranía de la normalidad, y su fascinación por lo torcido. Atracción, miedo y asco. Lo sublime hecho carne, la certeza de que el abismo al que nos asomamos al mirar a Panero también está dentro de nosotros. La locura. El virus del romanticismo inoculado en nuestras filias. Todo eso. Porque Panero fue un poeta formidable pero también fue un loco, y esa biografía torcida condicionó tanto la recepción de su obra como su propia escritura. Sobre eso hablaremos aquí.
Reconocemos que la poesía de Panero resiste el embate de su vida, y que tal vez sea una de las más profundas y personales del último tercio del siglo XX, admiramos la belleza terrible de sus palabras, pero sabemos que todo va unido al espectáculo de lo maldito, al magnetismo de las palabras poeta y loco unidas en nuestro imaginario. Se vio cuando murió, la prensa y las redes sociales se llenaron de obituarios, semblanzas y recuerdos como pocas veces antes para un poeta: Panero tenía fans, su figura trascendía la estrechez habitual del mundo poético. Algo tenía que ver el personaje. En la prensa cultural la mayoría de titulares, o subtítulos, destacaban la palabra loco o la palabra maldito. El loco y genial, dijeron directamente en ABC. Loco y genio. Igualmente casi todas las firmas reconocidas que esos días glosaban la figura del difunto incidían sobre todo en el aspecto disparatado y trágico de su locura, trufando los textos con anécdotas de su vida que parecían competir en truculencia. Panero delante de decenas de refrescos de cola. Panero fumando cigarrillos liados con sus propios excrementos para librarse de algún sortilegio. Panero escribiendo en trance varios poemas que luego arroja al viento desde un acantilado en uno de los permisos que le dan en el manicomio. Panero haciendo locuras. Panero y los otros Panero, claro. Porque se ve que  a la mayoría de los lectores de periódicos les interesa muy poco la poesía y sí bastante la degradación ajena.  El morbo de lo posible, ese espejo turbio y lejano.
La imagen de Panero como un loco, a medio camino entre un desgraciado y un iluminado sublime también es una construcción icónica de la España postfranquista. Pensemos en las dos primeras películas sobre su familia. En El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) hay una escena insertada entre dos secuencias dialogadas donde aparece Leopoldo María solitario y lejano en un cementerio, la fotografía enfatiza un retrato sutil y brutal de lo que ese hombre es ya. Alguien al borde de sí mismo, un abismo humano. Ya en Después de tantos años (Ricardo Franco, 1994) Leopoldo María adquiere mucho más protagonismo y se nos muestra con demora la estrella de su degradación psicológica, la mirada ralentizada sobre su cuerpo desnudo bajo la ducha, su boca entreabierta como destilando ausencia. Hay un punto de exhibicionismo, de obscenidad directa. Es un loco y quieren que lo veamos crudamente.
Esa deriva desde la insinuación hasta la autoconciencia, por momentos paródica, que se ve en los dos filmes también se verá en la forma en la que su poesía se acercará al tema de la locura. Pareciera que se le da al público lo que quiere: la desnudez de la locura y de la genialidad, su crudeza, pero también la demostración de que el tópico es real. Una construcción cultural, artística, por tanto artificial, que sostiene que el arte es una forma de locura, y también que el arte es motor del enloquecimiento, y viceversa. Todas esas raíces románticas, que se vienen arrastrando desde muy atrás y que incluso se han colado en los palacios de la ciencia. No olvidemos que en la antigua Grecia se entendía directamente la poesía como una enfermedad divina, una locura inoculada por los dioses. Por ahí deambulaban Platón y otros. Creatividad y locura, enfermedad e inspiración poética. Esa vieja intuición adquirió categoría propia en los albores de la contemporaneidad, con el movimiento romántico, y acabó arrastrándose hasta la época del cientifismo positivista y aún a nuestros días. Así encontramos a Césare Lombrosso, que del mismo modo que relacionó genética y criminalidad, estableció una relación directa entre creatividad y enfermedad mental, aduciendo también el componente hereditario de ese binomio. La estirpe Panero podría confirmar este supuesto. También es verdad que casi todas las teorías de Lombrosso han pasado ya al cajón de las rarezas y las curiosidades, pero abrió el camino para incursiones más serias. Así, desde los años 70, se han sucedido estudios de especialistas como Nancy Adreasen, Kay Jamison, Hagop Akisal, Ruth Richards o Arnold Ludwig, que basándose en arduas comparativas entre grupos poblacionales llegarían  a la conclusión de que las personas aquejadas de algún trastorno psiquiátrico sería estadísticamente más propensos a desarrollar una inquietud artística, sobre todo los enfermos de bipolaridad. Curiosamente la depresión, la enfermedad mental más común, inhibiría la creatividad, puede que por que el arte sea precisamente lo no común. Esos mismos estudios apuntan, aunque hay un factor de imitación cultural que no se debe ignorar, que una persona dedicada a las artes, salvo si es arquitecto, tendría más posibilidades de enfermar. Una doble dirección que parecería justificar, desde la ciencia, el tópico. Aunque ya hemos dicho que en algunos casos puede ser que el artista devenga loco, maldito, o perdedor, porque es lo que se espera de él. Algo así pudo pasar con Panero. El peso del aura que acompaña al artista maldito, al loco genial, desde la época romántica.
Si echamos un vistazo a la evolución de la representación del loco en la Historia de la pintura podemos constatar cómo, efectivamente el Romanticismo supone un punto de inflexión, y a partir de ese momento el desequilibrio mental va acompañado de una carga de heroicidad trágica. Por ejemplo. A finales del siglo XV, El Bosco, dentro de su amplia y corrosiva crítica a las costumbres y jerarquías morales,  ofrece al menos dos obras con el tema de la locura y los locos como eje: La extracción de la piedra de la locura (1475-1480)  y La nave de los locos (1490-1500). En ambos se puede ver la consideración que en esos tiempos se podía tener de esos sujetos dementes. Cierto es que también hay una crítica inmisericorde al estado de las cosas, sobre todo en la primera pintura, donde el loco es una víctima pasiva en manos de unos doctores, o jueces de la normalidad, que a simple vista parecen más locos, absurdos con poder, como si se adelantaran, entre otras líneas subversivas, las teorías de la antipsiquiatría. Pero la imagen que se transmite es la de un patetismo ridículo, que mueve a la risa cruel más que al compadecimiento. También ocurre lo mismo en La nave de los locos. Esos locos, de varia condición social, están presos de la vida sensual, las pasiones y el apetito sin freno, al límite de lo que se conoce como dignidad humana. Y derivan, claro. Más allá de la crítica demoledora a su mundo El Bosco retrata el sentido, nada heroico, de la locura en aquellos tiempos.
Luego vendrán otras miradas, como la de Shakespeare sobre alguno de sus personajes, que enlazarían la locura con la tragedia. Pero no sería hasta el Romanticismo que no se sentarían las bases del loco como héroe, de la locura como ruptura de la norma y por tanto como epítome de la libertad. Ya sabéis. Libertad, creatividad y pasión desaforada son elementos cruciales en este nuevo marco cultural, así que se harán necesarias nuevas representaciones para nuevas cargas de significado. De eso se encargará Théodore Géricault, que aparte de vivir una vida romántica, dedicó una magnífica serie de retratos a internos anónimos de manicomios y prisiones. Locos. Pintados con la misma dignidad con la que hasta entonces sólo se pintaba a los personajes admirables, o cuyo poder movía a la admiración. En esas miradas perdidas se termina de configurar el nuevo estatus de la locura. Un espejo fascinante para el miedo y el asco, un precipicio al que asomarnos. Así. En esa época se inicia una tradición de locos geniales, cuya locura dota de brillantez atractiva la recepción de su obra. La misma aura que acerca a la gente a la obra es la que los aleja de la persona, dicho sea de paso.
Es en esa tradición donde Leopoldo María Panero se inserta conscientemente.
Lo vemos en ejemplos tempranos como los del poeta Friedrich Hölderlin, romántico cuyos últimos años de vida estuvieron anegados de un desequilibrio tal que le llevó a crear una nueva personalidad, también poética, llamada Scardanelli, que fue la que firmó sus últimos textos. Un Scardanelli que es citado en diversas ocasiones por Panero, que se identifica sin rubor no con Hölderlin sino con su reflejo roto: Scardanelli (véase el poema final, entre otros, de Piedra negra o del temblar, 1992). Así es como poetas como Gérard de Nerval o músicos como Robert Schumann forjaron ya para siempre el mito del artista romántico, tan genial como loco, tan destruido por su genialidad como por su locura. A partir de ahí la nómina es interminable, pero alguno de esos nombres se pueden rastrear directamente en los poemas de Panero, para el que la locura y los locos acabaron siendo también un tema central. Recurrente en su obra es la mención a Ezra Pound, Georg Trakl y sobre todo a Edgar Allan Poe, a los que se suman una serie de personajes relacionados con la locura o con algún aspecto del malditismo. Entiende pues Panero que la locura también es un fetiche cultural. Una construcción simbólica y literaria que resulta admirable, frente al patetismo de la locura real que ofrece la psiquiatría y en la que no cabe esa dualidad entre genio y loco. Panero se inyecta el virus del Romanticismo como una droga para la supervivencia. Desea pertenecer a ese mismo Parnaso enfermo y no al jardín de los despojos humanos. Se identifica también con personajes literarios como Peter Pan o la Alicia de Lewis Carroll, paradigmas del destierro racional  sublimados por el arte. Héroes.
Esa autoconciencia, vertida en referencias a la locura y a los locos, se gradúa dentro de su poesía, y podría corresponderse tanto con la evolución de su enfermedad como con la consolidación de su personaje mediático. La tiranía de las expectativas, entre otras cosas. Una evolución literaria que reflejaría el mismo viaje que se aprecia entre las dos películas que antes comentábamos, entre lo sutil y lo explícito. En sus primeros libros hay referencias claras a la enfermedad mental pero están insertadas en un flujo mucho más amplio dentro del mensaje, son más elípticas, y quizá por ello adquieren una violencia íntima, soterrada, que resulta más terrible y contundente. Así que no será hasta 1980 que titule a uno de sus poemas, no será el último, El loco ( en Last river together) o que en el prefacio de El último hombre (1983) diga directamente “[el libro es] testimonio de la decadencia de un alma […] la locura llevada al verso: porque el arte en definitiva, como diría Deleuze, no consiste sino en dar a la locura un tercer sentido: en rozar la locura, ubicarse en sus bordes”. El poeta ya sabe que su mente es el campo de combate poético, que de sus escombros puede llegar su gran obra. De esta manera a lo largo de los años 80 su obra, igual que su vida se va llenando de manicomios, se va decantando hacia la explicitud y esa autonconciencia de la locura tamizada por sus elementos culturales, por fetiches cada vez más superados por la propia figura de Leopoldo María Panero. Un libro como Poemas del manicomio de Mondragón  (1987) supone, en ese sentido, el salto más directo hacia esa nueva senda. Enfatizado por breves muestras como Globo rojo (1989), que incluso podría recordarnos a ese otro Molino Rojo (1926) de ese otro poeta loco como fue el argentino Jacobo Fijman. O llamar Locos  (1992 y ampliado en 1995) a otro libro, por ejemplo. Diríamos que hay en Panero una necesidad de epatar, pero no desde la impostura, tan postmoderna ella, sino desde la verdad, de construir el poema con fuego y de arder su es necesario. La destrucción fue mi Beatriz, dijo, y se lo creyó.
Podríamos concluir que el primero que abusó de ese tópico del poeta loco y genial, que luego reprodujeron hasta el hartazgo los comentaristas de su muerte, fue él mismo. Panero mismo cavó esa espiral verso a verso, vida a vida. Por eso se hace tan complicado separar su obra de su biografía, y por eso mismo se corre el riesgo de que la biografía devore la obra y la convierta en un adorno o un síntoma. Que se lea a Panero sólo para buscar la locura o que se desprecie su poesía con el rápido e injusto juicio de que sólo son los delirios de un enfermo con algo de cultura. Tal vez sea inevitable y todos seguimos contagiados del mismo virus romántico que el poeta. Ya. Por la razón que sea la obra de Leopoldo María Panero ha merecido el reconocimiento masivo de los lectores, aunque no de las instituciones, lo cual da para otra debate: la distancia entre la vida real de los libros, la pasión lectora y los laureles de plástico que el poder otorga. El caso es que Panero se lee mucho, probablemente por ese prejuicio, por la sombra bestial del personaje, por toda la carga de connotaciones que una vida así arrastra, por toda la carga que seguimos arrastrando desde el Romanticismo. A algunos eso se les resulta atractivo y a otros insoportable. A unos y a otros les recomendaría acercarse a sus libros, a la mayoría de los que escribió en el siglo XX, con las manos vacías, dispuestos a caer en un pozo de belleza terrible, a una obra poética imprescindible para comprender tanto al ser humano como a la propia poesía. Pues eso. Maldito Panero de los abismos.



(Artículo publicado en el número de noviembre de la revista Quimera, especial LPM)

jueves, 6 de noviembre de 2014

ruido negro: experiencia poético-musical junto a Rubén Martín y Primo Gabbiano

El pasado 1 de noviembre, tal vez para celebrar el Día de los muertos, Antonio Rodríguez (aka Stalker, aka Arshesh, aka La tercera cabeza de Kokoro) organizó un encuentro en la Llibrería Calders de Barcelona para que mi poesía y la de Rubén Martín se mezclaran con la música experimental de Primo Gabbiano y algunos de nuestros poemas fetiche de la Historia de la Literatura, un descubrimiento artístico mayúsculo. El asunto llevaba por título Ruido Negro y quedó tal cual se ve en el vídeo, al menos nosotros sufrimos algún tipo de acceso catártico, lo suficiente como para querer repetir algo así.

jueves, 2 de octubre de 2014

Dos novedades.


Ahora mismo hay en librerías un par de antologías de poemas donde me he colado, no son dos antologías al uso, dicho sea de paso. La primera es SERIAL, el último proyecto editorial de Ana Santos para El Gaviero, por eso, y porque es un libro con poemas sobre series de TV, me parece algo muy especial. Mi participación consiste en un poema sobre una de mis series favoritas, la británica Black Mirror, pero hay más gente y más series. Recomendado tanto para seriófilos como para adictos a la poesía. El otro libro donde aparecen cinco poemas y un texto teórico (otro más) sobre la influencia de Internet en la poesía contemporánea es EL SALÓN BARNEY, que publica Playa de Ákaba y que coordina José María García Linares, donde estamos también unos cuantos poetas con la red de redes como nexo de unión. Muy interesantes los poemas, pero incluso más aún los textos teóricos de cada uno.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Poemas para la Gran Agonía.

ROMPIENTE, Jorie Graham, Bartleby Ed, 2014, Madrid, 120pp



Jorie Graham (Nueva York, 1950) es una de las poetas más reconocidas e interesantes de la actual poesía estadounidense, como profesora de retórica y oratoria en Harvard la conexión entre el pensamiento y el lenguaje es una de sus grandes preocupaciones, también en sus libros de poemas como La errancia (1997), el único traducido al castellano hasta la fecha, gracias a Julián J. Heffernan y la extinta DVD Ediciones. Su poesía conjuga varias tradiciones americanas aparentemente antitéticas como son el largo poema río de los Whitman o Hart Crane, aquí más que otra cosa un flujo desordenado de conciencia, y la fulguración minimalista y extrañante de Emily Dickinson o Robert Creely, dando como fruto una voz única, que fluye y se rompe por igual. La deriva informe del pensamiento y la precisión afilada del haiku en un mismo texto. Eso suelen ser los libros de Graham. 

Pero en este Rompiente que publica Bartleby Editores (Sea change, en el original) traducido y prologado por el poeta Rubén Martín, esa tectónica verbal se acopla a un paisaje interior y exterior absolutamente traspasado por la urgencia política. Lo que el hombre se hace y lo que el hombre le hace al planeta: la inminencia del desastre ecológico que nos acabará llevando por delante, ve “cómo el futuro adquiere forma/ demasiado rápido”. En ese flujo quebrado y laberíntico de conciencia la experiencia íntima se mezcla con los ciclos naturales y sus fracturas invisibles. Porque mientras somos el mundo sigue siendo, y apenas somos nada sin él: “mis células se estiran, me multiplico en el rostro de/ la tierra, en el fango”. Una pieza del inmenso puzle de la naturaleza. Igual que somos un breve cuerpo en el tiempo breve dentro de una historia larga y poliédrica que se pliega sobre sí misma en cada uno de nosotros, que las cosas y su aire acumulan gestos, derrotas, crímenes. Los poemas de este libro caminan por ahí, desde el tiempo íntimo y roto del recuerdo, al mismo tiempo de la roca o de las ruinas de los hombres que ya pasaron, quizá para constatar que seguimos siendo el mismo animal desesperado y que a pesar de todo la tierra continúa su viaje. “Ruido, sacerdotes, provincias, códigos postales, se enroscan en la hierba”.

Y sobre esas bases se indaga, y se sospecha, acerca de la propia idea de razón humana y civilización. Si acaso somos poco o nada, si somos fragmentos o sólo un disturbio pasajero en los ciclos eternos de la naturaleza. Todo esto se construye desde la misma forma de los poemas, porque Jorie Graham sabe que la forma es un condicionante y un reflejo claro del contenido. Por eso se rompen las palabras o se suturan las frases con guiones (como hiciera Dickinson) que quiebran el discurso al mismo tiempo que lo recomponen.

Rompiente es un libro político, donde se habla de la rutina de la violencia y del expolio ecológico, del reconocimiento de la humanidad como un virus, y se comprende la estrecha vinculación entre el hoy con el mañana y el ayer aquí y en todas partes. Desde la floración del plancton en los mares del norte al bostezo del torturador. Y la certeza de saberse en el momento en el que el virus comienza a ser mortal, en la era de “la Gran Agonía”. Pero, parece querer decirnos, a pesar del hombre, sus guantánamos y su futuro borroso, hay una verdad que se impone, y con la que se acaba terminando el 
libro: “hay sonidos que el planeta siempre hará, incluso si no hay nadie para oírlos”.

En fin, inteligencia y compromiso, como una muestra notable de que es posible, y puede que necesario, un arte radicalmente político y formalmente atrevido: Jorie Graham nos pone delante un espejo, y ese espejo es un laberinto de tiempo, sangre y tierra. El adentro y lo lejano, el rostro exangüe de un futuro que hace tiempo que pide auxilio sin que nadie preste atención.
(reseña aparecida en el Periódico Diagonal de la primera quincena de septiembre de 2014)

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Obituario de Charles Baudelaire.

La revista digital Obituario acaba de sacar su número 17, dedicado esta vez a la figura de Charles Baudelaire. Me pidieron colaborar y escribí este poema que sigue.






Baudelaire abre un animal
como si fuera un fruto, los insectos
entran y salen del tejido roto,
como una música.
Baudelaire hunde su cabeza
y mastica la carne aún caliente.
Ahora es una mancha
de sangre negra que respira,

sólo sus ojos y su boca

delatan que es humano

y que lo humano es sólo eso.













sábado, 26 de julio de 2014

NO TIENE NINGUNA IMPORTANCIA (José Ramón Otero Roko)

Todo lo que
lee, lee,
contra vosotros

Todo. Vuestro diccionario
escribe contra vuestra lengua
contra vuestros ojos

/nada
nunca
nada
termina/

de mirarse, todo se repite
por última ve
z, la palabra nunca escuchada
la palabra que v
es
esta mirada que se encierra sobre todo

todo lo que creo
creo contra vosotros

las letras de las que pensasteis fueron un objeto
a todo a lo que llamáis hecho

con la consistencia justa de las cosas
que se llevan al viento
todo
lo que tuviere algo de fuego o lo que des
arma frágil el sentido, casi todo lo que
le es una sola noche contra la que el tiempo

todo lo que escribe
escribe contra Uno.









[de La falta de lectura, 2011]

sábado, 28 de junio de 2014

un poema de Carlos Oroza

Ni un murmullo ni un ápice ni un atisbo
Solo el silencio -sin embargo el silencio espectante-

Contemplamos ilesos el accidente
Tal vez yo sea el error
El accidente
La estatua
La actividad
Corporativa la moral
En su obviedad lo neutro lo secundario
Los criterios formados en la era del múltiple

Y cuando todo nos falla sólo nos queda la poesía

Iluminada su presencia
Como un río que viniese a besar esta provincia enajenada
Cariñoso salvaje sometido corazón saciado encima de mi sombra
Qué difícil subir a tientas la escalera

Sin embargo la cordura -el estilo-
La austeridad que  goza del favor de la concordia

Preciso en lo inesperado
En los límites la lucidez
Una luz puntual donde nace la corriente -la palabra y el número-
La palabra que canta de la mar el amor que profeso
El tanteo el intento la ola
La madre en cuanto a distancia que nos da el origen

El cinco ha quedado atrás
No obstante las mareas se precipitan
El horizonte ase alarga y nos muestra el ocaso
El universo se convierte en vocales
La ascensión del cópul
Su itinerante -el ave- el alma -los reflejos-
Las simpatías de los opuestos y los embarques
Ellos van donde nosotros ya estuvimos
En el propósito de continuar
No cesaré en el empeño hasta convertir el territorio en mi estatura
Difiero de su parecer
No me gustan los adverbios
Sus adyacentes las estatuas
La impresión moral de su geografía restaurada

Pasa el viento lento
Y sus sombras se deslizan con suave complacencia en la corriente
Unívoca la voz
De encendidos tonos de color las mareas
Las maneras y el modo
La intuición
El estilo -el instinto- la gracia
En el lugar -no en la hora-
En el lugar estaré siempre atento
Pero no dejaré nunca que la forma llegue al fondo para que todo siga igual

El narrador divaga
Y se muestra con cautela ante lo inesperado
Preciso en la contemplación

En el sedal de fiebre hay una escalera blanca
Oscurece
Sube la temperatura y en los altibajos crece el fantasma.









[recogido en Évame, 2013]

viernes, 13 de junio de 2014

LA EBRIEDAD DE HOUDINI (un poema de La flor de la tortura)



El escenario iluminado,

como si un bisturí abriese la penumbra
y nos dejara a solas
con las entrañas de la luz.
Bajo esa llaga está Harry Houdini:

La camisa de fuerza. Eslabón
tras eslabón de la cadena
alrededor del cuerpo. La quietud
del agua en el tonel. Su medianoche.

Desde la grada alguien murmura:
«El escenario es una tumba;
deja que palpe este silencio
y lea con mis dedos
la sombra que nos bebe;

esta será la noche
en que la noche engendre
su propio amanecer.

No dejes de mirar.
Ahora mismo comienza la función.»

La cicatriz descubre
el recorrido de sus hilos,
la violenta sutura
que nos cose
al denso latir de las palabras.

Y sobre el escenario
Harry Houdini,

descomponiéndose en el vientre
de un agujero negro,
tan sólo escucha
el rasgarse del agua al acoger su forma.
Redoble de tambor. El hombro dislocado.
El cuerpo humano descendiendo
sobre su eje
en la mecánica del hielo.

«Esta será la noche
en que la noche dictará
la palabra que nace del escombro,

la que no significa;

está será la noche
que entrará en nosotros
como polvo de vidrio en los pulmones.»

Mientras, Houdini
yace dentro del agua,
con los ojos abiertos a la asfixia.
El público abandona lentamente la sala,
en las calles aguarda la tormenta,
la cristalización.

     Pero dentro
un cadáver sonríe bajo el agua:
en el último instante
decidió no salir, y comprobar
qué era aquello
de lo que estaba huyendo.

«¿Cómo escapar del hombre,
si la Historia es tu rostro
y sus manos modelan
el aire que respiras,
la cuchilla oxidada en tu garganta,
el idioma que dices y te dice?»
Cómo. Y para qué.

Abre tus ojos
a este sueño de agua,

abre tus ojos
para ver cómo sangran
las yemas de los dedos
en la última página del libro,

cuando lo cierres
y sólo permanezca
el ácido silencio de la noche
desdibujando
tus huellas dactilares.

Mientras arde el telón
y la ciudad subasta nuestros cuerpos,
alguien aplaude solo
entre cientos de asientos vacíos:

«Ha sido un buen final.
La quemadura reconstruye
mi cuerpo. El ahogado da sentido
al agua. Las cadenas danzan rotas
en el centro nervioso del incendio.
No quedan párpados
que cerrar, ni palabras que decir.
Solamente mis ojos


                       y el abismo.»

Nada más. Todo lo que escriba
a partir de este verso será inútil.

Pasa la página.






martes, 13 de mayo de 2014

Tinta en mi tweet.

Hace ya algún tiempo Luci Romero me pidió un tuit que pudiera funcionar como microrrelato, ya sabéis que en Internet las distancias genéricas se disuelven y puede aparecer lo que ya llamé literatura 3.0. En ese ámbito se mueve este cuaderno que editó Flechas de Atalanta, plagado de estupendos tuits ilustrados por artistas de diferentes estilos. Tinta en un tweet, se llamó el invento, y había firmas como Miriam Reyes, Carmen Camacho, Juan Manuel Gil o Patricia Esteban Arles en el campo de las letras, o Aitana Carrasco, Adele Donato o Manuel Garrido en el de las imágenes. A mí me tocó compartir espacio con Luis Demano y este es el resultado.

miércoles, 23 de abril de 2014

La semilla milagrosa.

Hoy es el Día del Libro y La Voz de Almería lo ha celebrado conmemorando a doble página la figura de Ana Santos Payán. Ocho personas (Carmen Fernández Agudo, Ana Amezcua, Laia Arqueros, Óscar Santos Payán, Isabel Giménez Caro, Juan Manuel Gil, Juan Pardo Vidal y yo) hemos querido dejar constancia de lo mucho que significó para nosotros y para tantos, ha sido difícil pues la herida está reciente, pero creo que se ha conseguido expresar algo del mucho cariño, del infinito respeto y de la mayor de las gratitudes hacia esa Gaviera sin la que la mayoría no seríamos, ni de lejos, lo que somos. Gracias a Evaristo Martínez y Marta Rodríguez por todo el calor y la dedicación que le han puesto a este trabajo.


La semilla milagrosa

Hablar de Ana Santos es hablar de milagro y compromiso. Milagro porque un día decidió plantar semillas en este desierto y acabaron brotando en forma de modernidad, y decir vanguardia y Almería se empezó a decir por todas partes Ana Gaviera. Milagros teñidos de compromiso, el primero, siempre, con la literatura y el riesgo, y por eso se atrevió con libros como los de un  mejicano, David Meza, desconocido incluso en sus país pero dueño del secreto de la poesía, o con el libro más extraño que nunca he escrito; pero también con los que luchan, sufren y aspiran a un mundo mejor, porque un milagro fue publicar a Fatena Al-Gurra, una poeta palestina que vivía exiliada en Bélgica entre casa de acogida y casa de acogida: la publicó y consiguió que cumpliera su sueño de venir a España. Por cosas así había que admirar a Ana, a su entusiasmo milagroso. Por su compromiso, y por su lucha. Cuando en mayo de 2011 se llenaron las plazas del país para reclamar democracia real y dignidad en la política Ana fue una de las primeras personas en pisar la Plaza del Educador y no precisamente como espectadora. Yo llegué al 15M a través de ella. Fueron muchas lecciones, y sobre todo un orgullo: haber aprendido y luchado al lado de una mujer extraordinaria. Tuvimos tanta suerte de tenerla. Ana Santos Payán hizo de esta ciudad un sitio mejor, empezando por las personas que tuvimos el privilegio de crecer a la sombra de sus milagros. Por eso este texto debería titularse simplemente gracias.

jueves, 10 de abril de 2014

Alambres, de Lola Nieto.

La editorial Kriller71 inaugura una nueva colección de poesía emergente llamada Púlsar, el primer libro es el debut de la poeta Lola Nieto (una de las promotoras de esa pequeña maravilla que es la revista Kokoro). Alambres es el título del libro, y he tenido el honor de escribir el texto de la contraportada. Es un libro que merece mucho la pena leer, algunas de las razones son las que siguen.

"Dentro de estas páginas hay algo que late, un animal extraño que te mira dentro. Aquí hay algo que se ha roto y que se quiere recomponer, puede que inútilmente, entre alambres y susurros. Dentro de estas páginas está la sutura imposible. Aquí se lee un cuento oscuro sobre el propio lenguaje, aquí hay un mito antiguo, visceral y femenino que araña los ojos. Dentro de estas páginas está el miedo y el asombro, y los jirones de un mundo que sólo puede nombrarse en la fractura. Este es el primer libro de Lola Nieto. Se mira, nos hace mirarnos, en el espejo hecho añicos de la memoria y de la muerte, en el reflejo de la pura animalidad. Ten cuidado, estos Alambres pueden quemarte de tanta poesía."





martes, 1 de abril de 2014

un poema de Jorge Gimeno

Llegará el día, Dios tendrá que oírme,
como yo oigo a los grajos
y su estulticia de bronce en el atardecer.

Declina el tiempo responsabilidades,
excepto la de estar a punto de volverme loco,
la del convicto movimiento de mi diafragma,
que canta y come y me cree vivo.

(No es que pasen los años
con su camisa de fuerza
que lacios los miembros
ya no logran romper...)

Creo saber que me he perdido,
en la boca un gusto a pomelo,
en el ojo la compañía daltónica de una buganvilla.

La poesía exige un exceso de determinación,
demasiada para la pobre mónada humana...

Por ello sólo cuando se rompe, rota, hecha añicos,
sólo entonces trasluce, y aún así
por medio de un saber.

Es ley de locos.










[de Espíritu a saltos, 2003]

lunes, 17 de marzo de 2014

(de)Construcción del ojo.

CAZA CON HURONES, Esther Ramón, Icaria Ed. Barcelona, 2013, 80 pp. 




Al abrir el último libro de Esther Ramón (Madrid, 1970) nos encontramos la siguiente cita de Marosa di Giorgio: “Corrían los conejos del alba; e iban en fila./ Todos eran blancos.” Un instante detenido, cazado, dotado de unos límites y un sentido por la mirada, y que deja de ser tiempo y naturaleza para convertirse en estética. La mirada reduce lo que ve a los valores y coordenadas de su entendimiento, la mirada estética transforma la naturaleza en arte, en artificio: la línea de conejos blancos contrasta con la luz del alba, esta estampa es un cuadro. Podríamos decir que la mirada estética tiene sus servidumbres y que humaniza lo que ve en los límites admitidos por la belleza y el arte, y que esa es otra forma de dominio sobre la naturaleza. Caza con hurones discute sobre esto. Los poemas son construcciones del ojo: el color, las sombras y el movimiento natural se coagulan en la retina y se plasman en formas de belleza posibles, y reconocibles. El ojo busca la belleza pero es el mismo ojo el que crea la belleza. Esa es la caza, y Esther Ramón se interroga sobre ello: “Los rastros están dentro del ojo,/ en los nervios del color/ plantamos trampas.” (p.17) 

A través de esa paradoja y siendo consciente de la misma, los poemas pretenden mirar a los ciclos y rituales de la naturaleza, y de la animalidad, para re-descubrir una relación más íntima y antigua del hombre con aquello a lo que una vez perteneció y que parece haber sido desterrado por la civilización. Hay en esto si no una conciencia ecológica sí al menos un intento de re-conocer lo ancestral y de reconstruir los nexos rotos. Se pretende escribir sobre eso, y para ello hace falta no tanto otro idioma como otro enfoque, una mezcla de humildad, veneración y crueldad: “deberías inclinarte/ para escribir.” (p.13) dice. De esta forma se reconoce que somos lo que vemos, por mucho velo estético que parezca alejarnos, o precisamente a través de él; el cazador y su presa participan del mismo juego, son lo mismo, como se aprecia de manera más obvia en los poemas de las páginas 22, 39, 53 ó 70. 

Y esto nos puede servir para hablar de poesía o también de nuestro propio papel en el mundo. Si somos lo que vemos y esa mirada está limitada por la alambrada de la Historia (o del arte) habrá que romper dicho límite. Habrá que subvertir aquello que el ojo, el uso o la costumbre determina: el arte, pero sobre todo la vida (no es de extrañar entonces algunas referencias veladas a las vanguardias históricas o al propio Marcel Duchamp). Ese afán de búsqueda de otra mirada conformaría otra caza dentro de la caza, sobre todo a partir de la segunda parte del libro. Se busca acabar contactando con lo que siempre hemos sido y que hoy tanto nos cuesta asumir: una parte más, tan valiosa y tan ínfima, del largo ciclo de muerte, vida y crueldad de la naturaleza, de esa belleza que va incluso más allá del propio concepto de belleza con el que contaminamos lo que miramos. Una evolución hacia el origen, solicitan estos poemas, para acabar “descreando” (p.69), y esa es la caza a la que Esther Ramón quiere sumarnos. Lo propone, aunque eso no quiere decir que regresemos de la cacería con otra mirada, pues los poemas siguen, las más de las veces, atravesados por esa mirada estética de la que parece querer despojarse. Puede ser. Pero la caza está ahí, y todo el libro está recorrido por un aire común: la perplejidad ante el conocimiento de un secreto compartido entre la tierra y tú mismo. Probablemente se trate sólo de eso.


(reseña aparecida en el número de marzo de 2014 de la revista Quimera)

lunes, 10 de marzo de 2014

SCHEKINA (Leopoldo María Panero)

                    “Que ella me perdone tanta ambición pisoteada,
                     y tanta esperanza apagada una y otra vez, como
                     una vela, de un soplo”


                                       (De la canción de Patti Smith, “Horses”)



Hace falta morir para amar a la Schekina, decían
aquellos viejos ebrios de saber y de misterio, aquellos
libros que leíamos juntos como con miedo de su esplendor,
o a veces siguiendo el ejemplo del niño
que va ciegamente hacia la luz, atraído
por el brillo inefable
en lo oscuro, y muere igual que una mariposa nocturna:
                                                                  porque hace falta morir, hace falta morir para amarte más y más,
      mujer sin nombre
soplo al que llaman, quién sabe por qué, caridad.
Y heme aquí que ya he muerto, ya he gozado, merced es,
de tu caridad, en verdad la única y suprema, porque
en este mundo sin ojos debe de ser cierto
que solo la muerte nos ve. Y ahora sé por fin
por qué eras tan frágil como la inexistencia, por qué
nunca sabía cómo llamarte y eras tan torpe para ser, y es que en el país de los muertos sólo habitas tú. He muerto porque hacía falta morir para volver a amarte
he muerto y en esta helada habitación donde
ya no hay nadie, y que recorre el viento, destruyendo los libros
que tanto daño hicieran, quedan sólo debajo
de las ruinas aquellos recuerdos de absurdos juegos y cópulas
y de niñez desenfrenada cual
un palacio enterrado bajo el mar: y he aquí mi regalo, he aquí
mi ofrenda de amor: este cadáver, este
despojo que aun así
sabe que no es digno, no es digno aún ni nunca,
no es digno pero
dile una palabra solamente
y caminará, caminará de nuevo no como aquel viejo
magullado que vivió en España, sino
como alguien renacido gracias a un disparo,
lavado por la destrucción. Porque tal parece que
detrás de la muerte está la infancia otra vez,
                                                             y el miedo
esconde coros de risas, te lo juro:
he muerto y soy un hombre, porque
detrás de la muerte estaba mi nombre escrito.







[de Narciso en el acorde último de las flautas, 1979]

martes, 4 de marzo de 2014

unas palabras de Lao Tse.

Unimos los radios en una rueda,
pero es el agujero central
lo que permite que el carro se mueva.

Torneamos la arcilla para hacer una vasija,
pero es el vacío interno
lo que contiene aquello que vertemos en ella.

Hincamos estacas para construir una cabaña,
pero es el espacio interior
lo que la hace habitable.

Trabajamos con el ser,
pero es el no-ser lo que usamos.

jueves, 20 de febrero de 2014

Agnés o el secreto.

AGNÉS, Catherine Pozzi, Ed Periférica, Cáceres, 2014, 64 pp.


Catherine Pozzi (1882-1934) es un secreto a voces. Lo fue en su momento la escandalosa relación que dio soporte a este libro, y lo es aún su obra literaria, que compuesta por seis escasos poemas, un diario póstumo aún no publicado en España y este breve volumen que publicó con otro nombre en 1927, basta para situarla en los anaqueles de los clásicos contemporáneos franceses. Y decir clásico equivale a decir necesario.

Fue la hija de Samuel Pozzi, uno de los cirujanos más brillantes del periodo entre siglos, el mismo que retratara Nadar o inspirara a Marcel Proust, el mismo que fue acribillado a balazos por un paciente molesto por una operación testicular. El padre sale en Agnés como alguien distante, recluido en su importancia. Catherine supo bastante de la soledad y de la enfermedad, no obstante arrastró una tuberculosis durante vienticuatro años, y encontró en los libros y los escritores un refugio para desbordarla, fue amiga de Rilke y amante de Paul Valéry, y esto último inclinó su vida hacia el éxtasis y su reverso, y de ahí vino Agnés.

Para expiar, para comprender, para coser la herida.

Agnés es una máscara para sus obsesiones: su lucha interior entre la realidad y el deseo, la ciencia y la religión, lo cierto y lo imposible, y, en el centro de todo, la diana de su delirio: el amante y el amor como una verdad anterior que dota de sentido a la existencia, igual que Dios. El amante y el amor como un dios para el que la vida no es más que un preámbulo, una larga escuela para estar a la altura. Pero también puede ser una excusa, y son tus propias manos las que moldean tu barro y creces desde ti mismo, aunque creas que lo haces en nombre de otro, para llegar al otro; puede que esa sea la función de la religión, y de otros tipos de amor. La necesidad de pintar un horizonte imaginario para poder caminar por ti mismo. Todo eso. Y las preguntas constantes, inagotables que dan los buenos libros.

Agnés fue un secreto, y un escándalo, porque aquel París era pequeño y pronto todo el mundo reconoció la historia de Catherine Pozzi y Paul Valery, bailando una especie de contradanza del destino, lenta, agotadora, obligatoria. Ahora con esta edición dePeriférica somos nosotros los que podemos leer esta serie de cartas escritas a lo invisible que habita dentro, ahora podemos ser cómplices de este secreto: que el primer conocimiento que se ha de tener en cualquier idioma y en cualquier ciencia es la conjugación del verbo amo, y que eso tiene sus riesgos.

Bien podría arriesgarse alguien y publicar sus diarios, que las cosas necesarias deben ser compartidas.

(reseña publicada en La Voz de Almería el 14 de febrero de 2014)

lunes, 10 de febrero de 2014

un fragmento de Alejandro Céspedes.

la escritura resiste en lo inseguro indica direcciones
                                                                    da sentido
lo quita

se aparean los vértices de la mediocridad
todo lábil en la fosa común de las hogueras

                                  no perdura lo que quema del fuego
y seguimos apagando la sed bebiendo de una llama
consumida que ignoraba todo lo referente
a la temperatura

            un escorpión hace su nido entre el teclado








[de Topología de una página en blanco, 2012]

jueves, 30 de enero de 2014

¿Literatura 3.0?

Pequeño texto aparecido en La Voz de Almería el pasado 25 de enero.



¿LITERATURA 3.0? 



El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan; el canal es el código, o al menos lo determina. Hubo un tiempo en que la literatura se cantaba a viva voz, luego vino la escritura para fijar aquello que la oralidad hacía mutable, pero como la mayoría no sabía leer la forma literaria ganó en rigidez y poco más. Entonces llegó la imprenta y el libro tal y como lo conocemos, y ese cambio tecnológico es lo que explica a Cervantes o a James Joyce o la poesía constelada de Stepháne Mallarmé. Y en esas estábamos cuando llegó Internet. Algo tiene que afectar el nuevo medio al mensaje literario, y lo hace, y mucho, aunque no es aquí el lugar para profundizar en todos los cambios y en todas las posibilidades que se abren en la pantalla de un ordenador conectado a la web. Querría llamar la atención sobre dos libros recientes que se han caído de la espontaneidad de las redes sociales (que tienen sus propias normas de recepción y de escritura) para acabar negro sobre blanco, fijando diferentes entradas de Facebook del mismo modo que la escritura primera fijaba las canciones o sagas mitológicas limitando a lo único las variaciones que permitía la transmisión oral. No hay comentarios, ni “me gusta”, ni la posibilidad de darle a compartir; no al menos como nos hemos acostumbrado en las redes, sí, claro, como lo hacíamos no hace tanto tiempo. 

 Los libros de los que hablo son Listen to me (La Bella Varsovia) y Mi padre y yo, un western (El Gaviero), escritos (¿posteados?) por Manuel Vilas y Juan Manuel Gil como una recopilación real de algunos de sus estados en Facebook. Negro sobre blanco de lo que en principio sólo eran bromas con vocación de viralidad, elaboradas y con talento irónico, pero sin otro ánimo que el de la comunicación inmediata y fungible de la red. Si el libro dio una forma de escribir y leer, e Internet nos ha dado otra bien distinta, con otras reglas y servidumbres, recorrer el camino inverso y plantar en un libro lo que fue fruto de la red no puede ser más que una nueva mutación de la literatura, de sus posibilidades de creación y recepción. Habrá que estar atentos a este tipo de formato, porque cada vez veremos más. Y veremos si consiguen cambiar el modelo comunicativo literario, del mismo modo en que la creación del museo arrancó a la pintura de su función y espacio original para enseñarnos a nosotros a mirar de otra manera y a los artistas a pintar de otra forma. Pero mientras llegan más ejemplos que confirmen o desmientan lo que aquí esbozamos, habrá que seguir leyendo, y por qué no, riendo con estos dos libros frescos como una rosa pixelada.

viernes, 24 de enero de 2014

Acerca de un poema de Alejandra Pizarnik.

Los Versos Más Míos es un proyecto de Ángel Talián en el que diferentes autores van explicando las razones por las que un poema determinado se le ha atravesado en el cerebro, o directamente lo hubiese querido escribir. Mi colaboración parte de un breve poema de Alejandra Pizarnik que ya subí a este blog hace años, y se trata de lo que sigue:




una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos



Me obsesiona este poema desde hace demasiados años, lo escribió Alejandra Pizarnik y está dentro de su libro de 1962 Árbol de Diana. Alejandra Pizarnik escribía relámpagos de belleza herida, desgarros breves que latían en carne de palabra viva; y lo hacía a pesar de ser Alejandra Pizarnik y llevar esa pesada máscara que su muerte y nuestro afán por encontrar mártires de la pureza equivocada le ha colocado en el rostro, sobre cada uno de sus poemas. Alejandra Pizarnik sobrevive a su muerte y a su mito precisamente porque escribió poemas como este. Digo este poema y digo también amén. Porque este poema puede ser una religión, la mía. Resume con apabullante exactitud lo que le pido a mi propia poesía. Este poema puede ser una poética, la mía. Resume con apabullante exactitud lo que le exijo a mi propia vida, a mi manera de estar en el mundo frente al mundo y sus delirios. Este poema puede ser una ética, la mía. Hay que mirar y hay que rebelarse. Mirar, vivir, intensamente, el horror y la belleza de la realidad, para subvertirla, para cantar la podredumbre y la posibilidad. Este poema me obsesiona. Una vez lo dije y ahora lo reitero: si pudiera me tatuaría estos cuatro versos en el interior de los párpados para que al cerrar los ojos pudiera recordar siempre lo que es importante.


jueves, 16 de enero de 2014

un poema de Esther Ramón.

¿Cuál es el nombre de la especie 
que perseguimos, 
el sedal que atraviesa la semilla?

Los rastros están dentro del ojo,
en los nervios del color
plantamos trampas.

Pronunciando lo que cae, 
limpiando la rotura con sonidos. 
Algo chilla por dentro, como un árbol. 

Como un pájaro borrado.









 [de Caza con hurones, 2013]

viernes, 3 de enero de 2014

El poema como síntoma del vértigo.

LIMBO Y OTROS POEMAS, Ada Salas, Pre-textos, Valencia, 2013. 96 pp.




“Mi pensamiento es doble”, dice un verso de Safo que cita Ada Salas (Cáceres, 1965) en una de las páginas de este libro que también es doble. Dos libros y casi dos poetas, o al menos dos caras de lo que puede ser la poesía. Por un lado Limbo, con una serie de composiciones construidas con el andamiaje de la intensidad y el desgarro, y que llevan a la autora a alcanzar unos picos expresivos como nunca antes en su obra; en Limbo hay una voz rota pero absolutamente propia, sin apenas reflejos de aquellas deudas que sobre todo en sus primeros libros eran más obvias, y con las que ya se había iniciado un voluntario y declarado alejamiento en su anterior poemario, con el elocuente título de Esto no es el silencio (Hiperión, 2008). Una voz potente, suya, que hace mella.  Mientras la otra parte, la que genéricamente se engloba en Otros poemas, ofrece un discurso poético más reconocible y mucho más amable con el lector, como si se hubiera querido atemperar la tensión de las primeras páginas.
El limbo es el no-lugar por excelencia, la tierra de nadie en mitad de la nada, probablemente a medio camino entre cielo e infierno. Y desde ahí se escriben estos poemas, desde una caída que se antoja interminable: la de la pérdida, la del amor, o el sentido, que termina y lo asola todo por fuera y por dentro. Comienza con un epílogo, por el final del amor, cuando ya no es y la ruptura se lo come todo. Salas nos quiere hablar de ese abismo, de un pozo que, como todo lo que implica ascenso y caída, no se puede contar si no es a través del vértigo. No existe el relato del dolor, sólo sus síntomas, su exterior. La única posibilidad es la de asir los bordes de algo que se desmorona, aferrarse. El poema como síntoma del vértigo, como segregación y nunca como relato. Escribir desde los bordes de algo que se hunde hacia dentro, escribir dentro de ese dolor. Eso intenta Ada Salas, y nos arrastra al interior de ese pozo, de ese limbo, porque es fácil encontrar en estos poemas el reflejo familiar del desgarro: todo el que ha sido uno con otro y ya no. El amor como una lucha que consiste en abatir al otro, en caer ambos. Las diferentes fases de esa caída en estos poemas, el pozo como muro de contención. El poema pozo. El limbo. “Una roca molida/ entre/ las mandíbulas/ del corazón.” (p.39)
A esta primera parte sobre el desamor y la ruptura le sigue una Coda, más breve, que en realidad no es sino el prólogo (título del primer poema) de lo que en Limbo era epílogo: el amor cuando sí es. Poemas que intentan contar, en balde, el ascenso y la maravilla del amor. También su peligro. El ascenso, igual que la caída, tampoco puede ser contado ni cantado, tan sólo es síntoma y experiencia incomunicable. Porque “lo que dice/ tu cuerpo no tiene/ boca” (p.49)
Y con esto se cierra el primero de los libros, el que a mi juicio sitúa la voz de Ada Salas al lado del vértigo necesario. El otro libro, el de los otros poemas, que con buen criterio se desgajan incluso en el título del resto, es ya otra cosa. Casi podríamos decir que otro género literario. Los otros poemas transitan por un territorio lingüístico y referencial más tranquilo y más reconocible. De Limbo no se sale indemne, son poemas para y desde el desgarro mientras que estos otros están construidos como discurso estético, como comentario cultural y re-creación. Son textos que parten de una anécdota exterior para glosarla o expandirla desde una óptica oblicua; así con obras de arte, paisajes o personajes históricos con los que la poeta se vincula. De todas las series podríamos destacar, por su enfoque original, a ratos feminista y siempre perturbador, la de Anunciación, donde se mira el tópico de la visita del ángel mensajero a María desde su representación pictórica y desde el drama de una mujer condenada por su dios a una maravilla que no ha pedido. De alguna manera entronca con la primera parte del libro, pero tal vez para terminar de soltar amarras y poder adentrarse sin peso en otro libro mucho más liviano.


(reseña aparecida en el número de enero de 2014 de la revista Quimera)