lunes, 5 de septiembre de 2016

LA CAJA ROTA DEL LENGUAJE

TUSCUMBIA, Lola Nieto, Harpo Libros, Madrid, 2016, 88 pp.


En Mulholland Drive (2001) David Lynch nos muestra una secuencia donde se canta una canción en un playback fantasmagórico, que pareciera decir que el lenguaje rompe amarras con cualquier emisor y vive por sí mismo y más allá del mundo, mientras las protagonistas lloran entre el público del Club Silencio. Entonces descubren una caja, miran dentro, el plano se pierde en su interior, y la realidad ya es completamente otra. Una caja como cada uno de los textos de Tuscumbia. Podría ser. Tuscumbia es también el pueblo de Alabama donde se produjo el famoso milagro de Ana Sullivan: enseñar a leer, escribir y hablar a Helen Keller, una mujer sorda y ciega.  Abrió la caja del lenguaje dentro de la caja oscura de su aislamiento para descubrir que tanto el lenguaje como el mundo que conforma no es otra cosa que una convención aceptada, una amalgama de símbolos tejidos para salvarnos aparentemente de la soledad. Una mentira maravillosa y terrible, cuyas reglas y sentido pueden ser otros. Sobre esas coordenadas traza Lola Nieto (Barcelona, 1985) el mapa de su segundo libro, tras el interesante Alambres (Kriller71, 2014). Un mapa “deforme y libre” (p.29) sobre distintos tipos de soledad y aislamiento, desde la alienación laboral a la enfermedad, que pone en cuestión la relación del lenguaje, y por tanto de la literatura, con la realidad. Un libro consciente de que “ninguna palabra nos dice” (p.29) y de que los símbolos convenidos, lo que parece significar el mundo, están siempre cerca de perder su significado, que la función del lenguaje pende de un hilo demasiado débil, que el mundo y lo que somos es más incertidumbre que otra cosa. Y, también, que “no explicar a veces ayuda a explicar y a seguir viviendo” (p.35). Porque este es un libro sobre el misterio y desde el misterio, consciente de que el asombro es el motor de todo arte, y puede que de toda vida digna.
Y en ese camino de cuestionamiento de las convenciones lingüísticas, rompiendo con ellas o ensanchando sus límites, nos encontramos los hallazgos más notables de este libro, sin desmerecer las atmósferas enrarecidas, las historias como de cuento o mal sueño que profundizan en la veta del misterio a la que antes aludíamos, y que lo vuelven a hermanar con Lynch. Tuscumbia hibrida sin remilgos los géneros literarios y  hace indistinguible el poema del relato, y, sobre todo, reclama la función expresiva de la página impresa y la tipografía, el valor significativo de los significantes, en lo que podríamos catalogar como una escritura pictórica. Lecciones de Mallarmé y sus dados, pero tirándolos lejos del azar. Ese valor de la comunicación plástica, más allá de la mera palabra, se conjuga además con una dicción propia de la oralidad, lo que añade más extrañeza y originalidad. Enjambres de puntos que son mariposas en vuelo, palabras rotas por el temblor del que hablan, palabras que giran, se empequeñecen o agigantan, que te dicen lo que son en un símbolo nuevo y puede que más preciso, como esas “cuatroooo gotitas” (p.14). Del mismo modo en que juega con las anáforas para desgastar el sentido o con las palabras inventadas, como ese “dudú dudurudú” (p.29), para situarlas en el mismo plano que las aceptadas, para demostrar que aquello de Derrida de que el poema siempre está a punto de carecer de sentido se puede aplicar al lenguaje mismo, a la realidad; y que hay momentos en los que irremediablemente se rompe todo y ningún lenguaje sirve porque no sirve el mundo, como se aprecia en el último texto donde cruza fragmentos de Jean Améry con el relato del suicidio de una madre, con la incomprensión del mundo que genera, con el antilenguaje que crea. Con el enigma en carne viva. Esta contundente coda  cierra  un libro que abre algunas puertas poco cruzadas y  confirma a Lola Nieto como una de las voces a las que hay que seguir la pista, las que demuestran que la poesía está “para hacer ruido y romper la ciudad muda”. (p.45) Eso: abrir la caja del Club Silencio, entrar dentro, llegar a Tuscumbia.


 (reseña aparecida en el número de septiembre de 2016 de la revista Quimera)