viernes, 23 de marzo de 2012

Ruido Blanco.

RUIDO BLANCO. Editado por La Bella Varsovia.

La portada es de Elena Pedrosa.
La contraportada dice:

«Ruido blanco: señal aleatoria que contiene todas las frecuencias, todas ellas con la misma potencia. Es el sonido del mundo contemporáneo, donde la suma de todas las voces produce un marasmo informativo, un colapso ensordecedor. En este libro, Raúl Quinto explora las superficies de ese ruido, interminables como una fuga barroca o un gigantesco zapping presidido por el fantasma catódico de Christine Chubbuck, la presentadora de TV que intentó ofrecer a sus espectadores «lo último en sangre y vísceras» con un gesto definitivo. Un collage de imágenes y voces, abierto a todo tipo de interpretaciones, en el que la fascinante sucesión de escenas y referencias deja entrever el inexpresivo rostro del más aterrador de los vacíos: el vacío de lo real.»

Podéis ver por qué librerías está en esta WEB.


jueves, 15 de marzo de 2012

Los laberintos de la memoria.

BÉLGICA, Chantal Maillard. Pre-textos, Valencia, 2011. 344 pp.




Las etiquetas genéricas no suelen valer cuando leemos a Chantal Maillard (Bruselas, 1951). Bélgica es el último de sus diarios personales, híbridos entre la poesía, la filosofía y la autobiografía, como aquel inolvidable Husos. Notas al margen. (Pre-textos, 2006). Hay conexión entre ambos. Aquí y allí lo que interesa es desenmarañar los hilos del propio ser, recorrerlos con demora, sin abandonar el asombro ante la vida y sus códigos. Ella misma, la autora, como campo de investigación antropológico, en el sentido más amplio del término. Descubrir o acercarse al qué-se-es y las formas que tiene este de decirse. El asombro y el enigma no se cierra, se demuestra imposible llegar a conclusiones, pero nos ofrece un viaje fascinante. Los hilos para perdernos a conciencia en el laberinto. Si en Husos se profundizaba en la idea del duelo, en Bélgica se ahonda en la memoria. Estrategias para dominar, en vano, la pérdida.

La memoria. Dice Maillard que para los filósofos griegos el ser es aquello que permanece. En nosotros: los recuerdos nos hacen ser quienes somos. Aunque mientan y la vida vivida sea siempre irrecuperable por definición. Ese es el objeto de este libro. Recuperar la memoria para comprender el ser. Si la mente es un territorio, la memoria trata de ordenar el caos del espacio y dotar de sentido, mediante juegos de analogía, a lo que somos. Descubriendo los hilos que nos fueron tejiendo para llegar, levemente, a intuir qué fuimos antes y qué ahora. Qué siempre. Volver a Bélgica, lugar donde vivió hasta los doce años y están sus raíces, supone para Maillard el regreso al reino de la infancia, donde el mundo y la vida se inauguraba en un continuo gozo, donde la vida era sin más. Así sonidos, olores, historias. Su conciencia re-descubriéndose en lo que fue y lo que olvidó. Inevitable pensar en Proust, ella misma contrasta sus tentativas con las del maestro francés; igualmente con George Pérec y su fascinante experimento Je suis né.
Acaso escribir es someter al tiempo.
Bélgica es un tratado acerca de los puentes, casi siempre rotos, entre el vivir, el decir y el ser, con la memoria como guía. Pero sabemos que el camino es perdernos, el lenguaje nos teje en su red y en la maraña de resonancias percutimos por pura asociación, y lo que somos queda aplastado. “Decir yo es enajenarse” (p.16). Pero el reto de la escritura es ese: decir(nos) lo indecible, lo que al cabo somos.

El libro se vertebra por ocho viajes de Maillard a su país natal, sus vicisitudes presentes y su rencuentro con el pasado. En esos ocho capítulos el pulso narrativo es tranquilo y preciso, describiendo desde la memoria de sus ancestros (memoria de antes del yo) a las vivencias de/en sus casas o residencias escolares, donde aprendió la vida a base de vivirla en puridad, sin el andamiaje de recuerdos que sostiene y da forma a la vida adulta. Entre los viajes aparecen unas secciones llamadas Intervalos, con una forma más parecida a Husos: poemas, aforismos, conciencia reflexiva, un juego de espejos dentro del propio lenguaje y su relación tensa con el mundo. Complementa la visión más superficial, que no plana, de la autobiografía por una prospección despiadada hacia dentro, incluso al subconsciente y sus enigmas, con la serie de Sueños, tan hipnótica. Ese contraste eleva la potencia del libro. La memoria, lo que somos, viene determinado por hilos que parten de husos casi infinitos. Por eso también Bélgica aparece trufado de fotografías: la forma que tiene la gente de ordenar la memoria, aunque las fotografías no dejen de ser signos de algo lejano que ya no permanece. No allí.
El viaje al interior de Chantal Maillard es un viaje hacia dentro de nosotros. Puede que la conclusión sea el desarraigo y sentirnos, como ella, igual al zinneke: perro de mil razas al que ahogaban en los canales de Bruselas. Merecerá la pena el exilio si aprendemos a agarrar el destello. La vida recordada, vivida otra vez, cuando vivir no necesitaba excusas y el mundo era nuevo.

(Reseña aparecida en la Revista Quimera del mes de marzo de 2012)

lunes, 12 de marzo de 2012

PER CÁPITA (Juan Andrés García Román)

El primer rey era deforme;
nació con una protuberancia sobre el cráneo que llamaron corona,
pero esa deformidad le confirió mucho poder.
Ésa fue la única corona de hueso, la única auténtica corona:
una sola corona de verdad en toda la historia de los hombres.A partir de entonces, el resto de los reyes simulaban la deformidad
con coronas de arcilla acero oro.

Cuaderno del apuntador.
Aún los viejos seducen a las niñas mostrándoles sus premolares
y la aguja entra por el ojo de la aguja.
Aún un manto acaba en qué rey.
Aún.
Aún es aún.

Cuaderno del apuntador 2.
Un botón en lugar de un dogma o de una idea. Abotonar las cosas a sus usos. Un botón que une la espalda del pijama de aquel que duerme al colchón. Otro botón que une la palma de los guantes del soldado con la parte lateral de sus muslos,
para
que forme y se cuadre. U otro, por ejemplo, que une la palma de un guante con la de otro guante para obligar al rezo. En definitiva, una sutil dictadura consistente en botones dispersos por la piel de las cosas.




[de El fósforo astillado, 2008]

miércoles, 7 de marzo de 2012

Una fotografía de Francesca Woodman


Era necesario explicar la palabra mujer, decir lo que era y lo que no era. Cartografíar el desnudo. Francesca contempla la identidad como un residuo. Ser mujer o ser Francesca y su drama, saber que las máscaras y las marcas de la piel vienen impuestas desde fuera, desde antes del dentro y el fuera. Salir de la sombra. Escapar de la dictadura de las palabras y las convenciones culturales. Ser una mujer no es la reclusión de ser mujer. Tampoco lo es ser un hombre, o un artista o cualquier otra forma de máscara o marca sobre la piel. Pero ser mujer es un disfraz cruel. Es un residuo tóxico. Escapar. O no poder hacerlo. Intentarlo. La identidad es un residuo, o, para qué engañarlos, nosotros no somos sino sombras deformes de aquello que nos exigen ser. Decir que somos. De esa cárcel mental. La verdadera libertad conlleva ir de la desnudez al desuello.

sábado, 3 de marzo de 2012

VERDE (Olvido García Valdés)

Verde. Las hojas de geranio
en la luz gris de la tormenta
tiemblan, tensión
de nervadura verde oscuro.
Te mirabas las manos,
nervadura de venas; si los dedos
fueran deliciosos, decías.
Al caminar
apoyaba mi sien contra la tuya
y en la noche escuchaba
el ruiseñor y el graznido
del pavo. Indiferencia
de todo, oscuridad.
Me llamabas con voz muy baja.
Sólo un día reíste.




[de Ella, los pájaros, 1994]