sábado, 25 de febrero de 2012

Notas apresuradas en torno a MELANCHOLIA de Lars von Trier

[ATENCIÓN: EL VÍDEO ES UN SPOILER DEL FINAL DE LA PELÍCULA, ABSTÉNGANSE MANIÁTICOS QUE NO LA HAYAN VISTO, AUNQUE SE PIERDEN 50 SEGUNDOS DE BELLEZA TERRIBLE]

Se puede explicar el fin del mundo sin recurrir a la épica vacía y al heroísmo redentor. Se puede explicar el fin del mundo desde dentro de la corteza de un alma que decidió por sí misma que el mundo no tenía ni principio ni final. La melancolía es eso, una deriva ciega, sin propósito, proyectada al resto del universo como una sombra. La vida debe ser vivida y en eso consiste el mundo y sus leyes físicas. No hay más. Cuando lo que se vive prescinde de su motor, de la voluntad y su imperio de normas y afectos, entonces la vida y las leyes de la física no tienen sentido. No son nada. Esto es la melancolía. Un planeta dentro de la mente, arrasándolo todo. Lars von Trier es un exhibicionista, rueda con la cámara temblando sobre su propio hombro incluso cuando la secuencia está milimétricamente planificada con tiza sobre el suelo y los raíles convierten la luz en una máquina precisa. Lars von Trier es burdo. No es Tarkovski aunque en esta película asome la poesía del tiempo esculpido, de alguna forma, tímida, falsa, pero hermosa. Aquí nos recuerda a Sacrificio, pero no es lo mismo. Aquí lo que vemos es la profundidad sin límites de la superficie. La pura membrana entre la nada y la angustia del mundo contemporáneo en imágenes. Un ejemplo de lo que viene siendo el arte de nuestro tiempo, entre el vacío y el grito. Pero la melancolía es esto que nos dice, a pesar de las grandilocuencias o de los guiños morbosos. Y la melancolía, como todos los naufragios, tiene un deje de hermosura que nos seduce.

sábado, 18 de febrero de 2012

Mirar el poema hasta deformarse los ojos.

LA ADORACIÓN, Juan Andrés García Román. DVD Ediciones, 2011, Barcelona. 128 pp.



Juan Andrés García Román (Granada, 1979) publicó no menos de cinco libros antes de prender la luz de El fósforo astillado (DVD, 2008), tal vez uno de los poemarios más significativos de la pasada década. A veces la belleza distinta o la seguridad rotunda de un discurso, puede extraviarse en pasos menudos, pero llega. El problema va después del salto, si una vez rozada la luna no quedan fuerzas para retomar el impulso. O se queda uno a vivir allí arriba, orbitando. La Adoración tiene el gran defecto de no iluminar como las astillas de un fósforo, pero no es, ni mucho menos, un paso atrás. Es la misma dirección, y recorriendo, por momentos, las mismas huellas. Está la voz y su sello: la audacia expresiva, la mezcla entre imágenes ingenuas y alucinadas, las referencias y los disfraces, la puerta entornada por donde se filtran los vapores de la magia. Decir “árboles torcidos para ahorcados indecisos” (p.100) o narrar un partido de “tenis nocturno” (p.66), donde los jugadores se pasan la luna llena reflejada en sus espejos de mano. Belleza rara. Eso que llamamos poesía.
Y sin embargo esto no es un libro de poemas. Ni tampoco, o no del todo, un experimento de hibridación genérica al uso. La poesía se desarrolla ahora con la forma de una pequeña novela alucinógena, o de un cuento infantil raro y perverso. Pero hay más. El propio autor nos desvela el andamiaje del edificio en el capítulo 19. No es un libro de poemas, si acaso, un libro sobre los poemas. Y sobre el poeta. Un ejercicio autobiográfico y una extensa poética acerca de las relaciones entre la vida y la escritura.
Así, en este cuento mágico y enfermo, con algunas caídas y muchos vuelos, asistimos a una incursión otra en el mito romántico. El viaje de un héroe-poeta que, irremediablemente, habrá de ser trágico: condenado al fracaso de antemano en su intento por “morir de belleza”. Y en ese itinerario se descubren y cruzan los enrevesados caminos de la tradición y la poesía contemporánea. Y tal y como avalan las recetas de románticas, el fracaso lleva implícita una forma de belleza más terrible, pero inevitable: “Y tú sabes que han encontrado esqueletos de pájaro orbitando alrededor del planeta, pájaros que se calcinaron al remontar la atmósfera.[…] No sé nada, yo no quiero hacer nido, el nido de Ícaro es su fuego” (p.84).
Un viaje al fracaso, irónico. Asomando la cabeza triste y sonriente por “la grieta entre el lenguaje y su adoración” (pag 43). Envuelto en la llama. Una historia vieja sobre las palabras donde El Principito son las sagradas escrituras y la autoconciencia el ruido de fondo. Y, esto es un cuento, una tropa de extraños personajes que harán s de lazarillos dantescos, clarificando el camino y apartando la maleza, hasta que el protagonista los abandone conforme se desmorone la utopía del poema, representada por un kibutz con el inequívoco nombre de La Adoración, cuya construcción y desplome es uno de los ejes argumentales del libro. Lo dijo antes García Román: la literatura es una coordenada entre la sintaxis y la utopía. Y allí se sitúa. En compañía animada de virgilios con cuerpo de niño o de perro, como síntoma de ese primer reino de las posibilidades poéticas por venir que es la infancia. Pero también va de la mano de un antropólogo marxista y un profeta, es decir, la dialéctica, a veces feroz, entre lo espiritual y lo pura y suciamente humano. Igual que la idea del lujo y su enajenación, vestida de un absurdo y decadente aristócrata, o la figura del filósofo autista, encerrado, solo, y finalmente suicida. Un cuento teórico. Una poética fabulada. Personajes de palo, metáforas y conceptos que dicen, callan y confunden. Algo parecido al método paranoico crítico de Dalí: mirarte dentro hasta deformarte los ojos, o perder las gafas, que aquí ejercen su papel mediador con el mundo. Entonces, romanticismo, el yo y su vida: la tragaperras que muestra una triple foto de carné del padre muerto. Eso. Que se muere de vida y la belleza sólo es una excusa.


(reseña publicada en la revista Quimera del mes de febrero de 2012)

sábado, 11 de febrero de 2012

La caza de un dragón.

LOS SONETOS, Robert Juan-Cantavella, El Gaviero Ediciones, Almería, 2011. 64pp.


El soneto es un animal salvaje, un dragón: Valente dio instrucciones de cómo pintarlo y Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) nos exige darle caza. Complicada tarea. Construye un alegato contra las imposturas de la tradición y sus liturgias, con el único propósito de continuar la farsa e inventar nuevos miedos a los que datar (p.14). Porque no es posible escribir sobre uno mismo, nos dice, y no es posible escribir como se ha hecho siempre. El lenguaje es un dragón escurridizo. Aunque el peso de la tradición literaria y de la vida en sí acechen dentro, como parásitos de todo texto. El autor lo intenta, entre el delirio y la ironía, a través del balbuceo y la violencia sintáctica. Una especie de barroco tóxico. Y lo que ofrece es ruido: mezcla textual, marasmo de historias. Y la búsqueda del poema atravesando el libro como un sampler, una pirueta que nos recuerda algunos hallazgos de Chantal Maillard. No es un libro amable con el lector, nadie dijo que la caza de un dragón debiera serlo.

(reseña publicada en la revista Quimera del mes de febrero de 2012)

domingo, 5 de febrero de 2012