El soneto es un animal salvaje, un dragón: Valente dio instrucciones de cómo pintarlo y Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) nos exige darle caza. Complicada tarea. Construye un alegato contra las imposturas de la tradición y sus liturgias, con el único propósito de continuar la farsa e inventar nuevos miedos a los que datar (p.14). Porque no es posible escribir sobre uno mismo, nos dice, y no es posible escribir como se ha hecho siempre. El lenguaje es un dragón escurridizo. Aunque el peso de la tradición literaria y de la vida en sí acechen dentro, como parásitos de todo texto. El autor lo intenta, entre el delirio y la ironía, a través del balbuceo y la violencia sintáctica. Una especie de barroco tóxico. Y lo que ofrece es ruido: mezcla textual, marasmo de historias. Y la búsqueda del poema atravesando el libro como un sampler, una pirueta que nos recuerda algunos hallazgos de Chantal Maillard. No es un libro amable con el lector, nadie dijo que la caza de un dragón debiera serlo.
(reseña publicada en la revista Quimera del mes de febrero de 2012)
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