lunes, 22 de octubre de 2012

Décimo aniversario de la publicación de Grietas.

Hace diez años, semana arriba semana abajo, publiqué mi primer libro de poemas. Grietas. Un pequeño volumen de veinticuatro textos que considero el comienzo de mi poesía. Lo anterior, lo escribí en el prólogo de la segunda edición, me resulta hoy tan solo prehistoria obscena y prescindible. Como sea en esos principios del siglo XXI que ahora parece querer partirnos a todos la memoria yo vivía en Granada y compartía mis inquietudes poéticas y me dejaba enseñar y alimentar por un grupo de jóvenes en las mesas de La Tertulia entre humo y dados, o apurando la noche en las calles hablando y creciendo solo en poesía. Aquello son tiempos míticos ya, y este primer libro, en parte fruto de ese aprendizaje común, ya se me ha quedado atrás, aunque no lo considere viejo. Ya soy, y conmigo mis poemas, otra persona. Echo de menos aquellos tiempos de horizontes posibles como quien echa de menos la construcción de un paraíso. Ahora la vida es otra. Algunos amigos los conservo, las vivencias todas, y este libro, que cumple diez años. Os lo cedo aquí para que lo descarguéis, gratis, para que siga viviendo a pesar de estar descatalogado. Hace un año ya lo subí a Megaupload, pero el FBI quiso arruinar mi regalo. Esperemos que nos respete ahora.



martes, 16 de octubre de 2012

Entre la iluminación y el asco.


ISLAS FLOTANTES, Joyce Mansour, Periférica, Cáceres, 2012, 120pp.


Aquí la carne enferma y el delirio palpitan. Aquí, en medio de la obscenidad del cáncer y las rutinas de un hospital suizo. Hay que desconfiar de las argucias del desierto interior, nos dice. Lo terrible debe ser domado. Hay que reír para no morir. Por eso Joyce Mansour (1928-1986), que había perdido a su primer marido por un cáncer y que escribió este libro en el trance del tratamiento de su padre, decide realizar el exorcismo, rompiendo un espejo dentro del lenguaje. Un espejo deformante, un callejón del gato dentro de la muerte y el dolor, que acaba reflejando un circo lúbrico. Mezcla la biografía con el arrebato onírico, la precisión realista de la enfermedad con el expresionismo más bizarro. Para rendir tributo a la carne y sus excesos, como ya sucedía en su poesía (Gritos, Desgarraduras y Rapaces, Igitur, 2009). Mansour es de estirpe surrealista, y aquí se nota que bebe de las mismas fuentes envenenadas. Y no solo por las referencias y los ejercicios de (auto)psicoanálisis, sino por el oscuro fondo de sueño que lo recorre todo. Aquí. Solo la carne, despojada de identidad, pura voluptuosidad de sexo y enfermedad. El ser humano como mera carcasa. Para Masour los pacientes del hospital son simples pijamas, una procesión de medusas hundiéndose en la corriente. Ese desquiciado ejército es solo un guiñol, una nada soñada. Pero resulta fascinante desfilar, entre el asco y la iluminación, por esos pasillos.


(reseña aparecida en el periódico Diagonal del 11 de octubre)

jueves, 11 de octubre de 2012

Ruido Blanco según José Luis Gómez Toré (La Tormenta en un vaso)


Reseña del poeta y crítico José Luis Gómez Toré aparecida en la veterana y recomendable web de crítica literaria La Tormenta en un vaso.


"Aunque tengo por costumbre desconfiar de ese peculiar género literario que constituyen los textos de contraportada, en este caso no puedo por menos que citar un fragmento que resulta ciertamente iluminador: “Ruido blanco: señal aleatoria que contiene todas las frecuencias, todas ellas con la misma potencia. Es el sonido del mundo contemporáneo, donde la suma de todas las voces produce un marasmo informativo, un colapso ensordecedor”. En efecto, ese exceso de comunicación que se resuelve en ruido es una de las marcas de una postmodernidad en la que todo texto parece condenado a ser solo cita, como si el anhelo liberador de la autonomía de la palabra que soñó la poesía simbolista se hubiese convertido en la pesadilla de un lenguaje que se multiplica a sí mismo como un cáncer, hasta el punto de convertir todo en un texto ilegible. No es de extrañar que Raúl Quinto(Cartagena, Murcia, 1978) evoque la imagen de un palimpsesto, pero de un palimpsesto que se muestra como la herida de un cadáver, como la peligrosa “intemperie del adentro”.
El cuerpo y la violencia tienen desde luego una destacada presencia en este libro, como ya lo tuvieran en un poemario anterior, La flor de la tortura (2008), pero ni en este título ni en el que ahora comentamos se trata en ningún caso de una mera estetización de la violencia, sino de una necesaria exploración de esa corporalidad amenazada y amenazante que también materia verbal. Raúl Quinto utiliza en esta ocasión como hilo conductor la figura de Christine Chubbuck, periodista estadounidense que se suicidó delante de las cámaras en 1974. La evocación de este suceso histórico podría servir de base a una mirada crítica sobre esa espectacularización de lo real que, como ya denunciara Guy Debord, es una de las notas características de nuestro presente. Así es, en efecto, pero los poemas van más allá: se trata de mostrar el frágil suelo sobre el que pisamos, la imposibilidad de edificar una morada en el vacío.
Fredric Jameson, en su Teoría de la postmodernidad, señalaba cómo ante lo postmoderno, entendido como dinámica cultural del capitalismo tardío, no se podía responder con estrategias ancladas en la modernidad. La técnica de yuxtaposición a modo de rapidísimo zapping o de salto de un hipervínculo a otro en Internet, la inteligente utilización de la elipsis, el constante juego de referencias culturales que encontramos en estos poemas son estrategias típicamente postmodernas (aunque con raíces en las vanguardias), pero, a diferencia de no pocos textos contemporáneos, no revelan ninguna complacencia. En Ruido blanco la violencia es algo más que un tema, es un juego de fuerzas que hace estallar el poema desde dentro. Los fragmentos que recogemos son esa mirada interrogante que Christine Chubbuck lanza a la cámara o el espejo quebrado en el que se mira, como quien se asoma a un precipicio, el lector.

José Luis Gómez Toré"

domingo, 7 de octubre de 2012

EXPLORANDO LO CONOCIDO (Pablo López Carballo)

Entre el ojo y la forma
hay un abismo; y detrás otro
y antes. Ya sin retorno
sin saber a qué mirar
pendido entre abismos intento enfocar.
Busco un punto de fuga,
una fuente, el horizonte en retroceso
hierba y azul, otro punto,
la expansión de una playa. Busca
el ojo semidesnudo antes de cerrarse
una nueva relación. El sueño
es una parábola. Otro ojo
la forma es un conjunto
de abismos. El mismo ojo.
Ya lo sabe. Arroja luz
y lo descubre. Tal vez
la próxima ocasión lo recuerde
a tiempo.





[de Sobre unas ruinas encontradas, 2010]