sábado, 13 de septiembre de 2014

Poemas para la Gran Agonía.

ROMPIENTE, Jorie Graham, Bartleby Ed, 2014, Madrid, 120pp



Jorie Graham (Nueva York, 1950) es una de las poetas más reconocidas e interesantes de la actual poesía estadounidense, como profesora de retórica y oratoria en Harvard la conexión entre el pensamiento y el lenguaje es una de sus grandes preocupaciones, también en sus libros de poemas como La errancia (1997), el único traducido al castellano hasta la fecha, gracias a Julián J. Heffernan y la extinta DVD Ediciones. Su poesía conjuga varias tradiciones americanas aparentemente antitéticas como son el largo poema río de los Whitman o Hart Crane, aquí más que otra cosa un flujo desordenado de conciencia, y la fulguración minimalista y extrañante de Emily Dickinson o Robert Creely, dando como fruto una voz única, que fluye y se rompe por igual. La deriva informe del pensamiento y la precisión afilada del haiku en un mismo texto. Eso suelen ser los libros de Graham. 

Pero en este Rompiente que publica Bartleby Editores (Sea change, en el original) traducido y prologado por el poeta Rubén Martín, esa tectónica verbal se acopla a un paisaje interior y exterior absolutamente traspasado por la urgencia política. Lo que el hombre se hace y lo que el hombre le hace al planeta: la inminencia del desastre ecológico que nos acabará llevando por delante, ve “cómo el futuro adquiere forma/ demasiado rápido”. En ese flujo quebrado y laberíntico de conciencia la experiencia íntima se mezcla con los ciclos naturales y sus fracturas invisibles. Porque mientras somos el mundo sigue siendo, y apenas somos nada sin él: “mis células se estiran, me multiplico en el rostro de/ la tierra, en el fango”. Una pieza del inmenso puzle de la naturaleza. Igual que somos un breve cuerpo en el tiempo breve dentro de una historia larga y poliédrica que se pliega sobre sí misma en cada uno de nosotros, que las cosas y su aire acumulan gestos, derrotas, crímenes. Los poemas de este libro caminan por ahí, desde el tiempo íntimo y roto del recuerdo, al mismo tiempo de la roca o de las ruinas de los hombres que ya pasaron, quizá para constatar que seguimos siendo el mismo animal desesperado y que a pesar de todo la tierra continúa su viaje. “Ruido, sacerdotes, provincias, códigos postales, se enroscan en la hierba”.

Y sobre esas bases se indaga, y se sospecha, acerca de la propia idea de razón humana y civilización. Si acaso somos poco o nada, si somos fragmentos o sólo un disturbio pasajero en los ciclos eternos de la naturaleza. Todo esto se construye desde la misma forma de los poemas, porque Jorie Graham sabe que la forma es un condicionante y un reflejo claro del contenido. Por eso se rompen las palabras o se suturan las frases con guiones (como hiciera Dickinson) que quiebran el discurso al mismo tiempo que lo recomponen.

Rompiente es un libro político, donde se habla de la rutina de la violencia y del expolio ecológico, del reconocimiento de la humanidad como un virus, y se comprende la estrecha vinculación entre el hoy con el mañana y el ayer aquí y en todas partes. Desde la floración del plancton en los mares del norte al bostezo del torturador. Y la certeza de saberse en el momento en el que el virus comienza a ser mortal, en la era de “la Gran Agonía”. Pero, parece querer decirnos, a pesar del hombre, sus guantánamos y su futuro borroso, hay una verdad que se impone, y con la que se acaba terminando el 
libro: “hay sonidos que el planeta siempre hará, incluso si no hay nadie para oírlos”.

En fin, inteligencia y compromiso, como una muestra notable de que es posible, y puede que necesario, un arte radicalmente político y formalmente atrevido: Jorie Graham nos pone delante un espejo, y ese espejo es un laberinto de tiempo, sangre y tierra. El adentro y lo lejano, el rostro exangüe de un futuro que hace tiempo que pide auxilio sin que nadie preste atención.
(reseña aparecida en el Periódico Diagonal de la primera quincena de septiembre de 2014)

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Obituario de Charles Baudelaire.

La revista digital Obituario acaba de sacar su número 17, dedicado esta vez a la figura de Charles Baudelaire. Me pidieron colaborar y escribí este poema que sigue.






Baudelaire abre un animal
como si fuera un fruto, los insectos
entran y salen del tejido roto,
como una música.
Baudelaire hunde su cabeza
y mastica la carne aún caliente.
Ahora es una mancha
de sangre negra que respira,

sólo sus ojos y su boca

delatan que es humano

y que lo humano es sólo eso.