domingo, 31 de julio de 2011

Un largo relato de amor y explotación



POESÍA COMPLETA (Volumen I) Javier Egea. Bartleby, Madrid, 2011. 514 pp.



Me quedo solo, pero no me vendo. Julio de 1999. El siglo XX agoniza. Javier Egea, que lleva nueve años sin publicar ningún libro, decide disparar su escopeta de caza y acabar con todo. En ese momento Granada acaba de generar su último poeta mítico. Su nombre, su presencia, será una de las claves que identifiquen a cualquier joven que comience a interesarse por la poesía en dicha ciudad. Los mitos se construyen a base de tópicos, de ruido y de silencio. El mito Egea dice que fue un poeta cuyo afán era la consecución de una escritura materialista, efectivamente revolucionaria; que era incapaz de transigir con la seducción del mercado y sus leyes apaciguadoras, y que por eso acabó aislado y enajenado. El mito Egea dice que su hambre era tan vasta que le resultaba difícil ceñirse a una sola propuesta, que las escuelas y los grupos eran sólo estrecheces para el que tiene cosas que decir. También dice el mito que la bebida y la noche hicieron estragos, que las crisis, el silencio y la tormenta de dentro eran demasiado imponentes. El mito dice eso: poeta libre, irredento, experimental, comprometido, borracho, suicida. Los mitos suelen ser tópicos de ruido y silencio, casi siempre falsos. Lo que convoca y no traiciona es su poesía, por fin reunida.



Un lugar por encima del humo. Tras más de una década de turbias polémicas entre herederos y “amigos”, se iba haciendo más urgente su rehabilitación. Esta edición evita revanchas y se ciñe a decir que hay un poeta, e importante; y es sólo el primer tomo de un proyecto que comprende sus prosas, diarios y poesía inédita, y que aquí presenta todos sus libros publicados, incluyendo el póstumo cuaderno Sonetos del diente de oro. Un viaje insólito desde el clasicismo temprano hasta el verso irracional o de ribetes pop de su última época, pasando por lo obscenamente político, el realismo narrativo y soft de la experiencia o la búsqueda de una poesía materialista que fuera capaz de denunciar los mecanismos ideológicos oculto en el lenguaje y en el arte. Demasiados caminos para ponerle un nombre. Demasiado vasto para algo tan estrecho como la crítica de este país. Destaca Manuel Rico en su acertado prólogo lo llamativa que resulta la ausencia de Egea en los recuentos oficiales de las tres últimas décadas. El canon lo deja fuera. Lo cual puede confirmarnos que lo más interesante sigue escribiéndose en los márgenes.

Francisco Javier Egea. En 1974, con unos escasos veintidós años Egea publica su primer libro: Serena luz del viento. Con esa edad es muy complicado construir un discurso poético sólido y aquí encontramos la prueba. No hay aún rastro de la revolución y el hambre voraz. Sin embargo este libro es una escuela que nunca abandonará: la del clasicismo, entre Garcilaso y Góngora, los secretos de la música. La importancia de conocer los engranajes de un idioma y un arte para poder más adelante subvertirlos. Primera lección. Dos años después publicará A boca de parir, donde ya desde el títulose nos presentan algunas de las facetas que luego eclosionarán en el poeta maduro: lo irracional, la presencia de una cotidianidad inquietante, y la pulsión política . “Hacia otra lucha nueva/ un nuevo leningrado de palabras.” Con poemas que aún son indicios junto a otros ya plenamente conseguidos como Sístole (pag. 145). Aparecen temas y palabras recurrentes: el asedio, el dolor, el amor como refugio y condena. Pero no deja de ser otro libro de aprendizaje, no es casual que estos dos primeros estuvieran firmados por Francisco Javier Egea. Aún no era del todo.



Toda la muerte vestida de payaso. Durante la Transición el ciudadano Egea se convertirá en un activista del comunismo. Su obra será un campo de batalla para demostrar determinadas tesis. Sus ideas, sus versos, ambos cosidos por el mismo hilo para retratar la realidad y transformarla. El ejemplo de Pavese o Pasolini. La lección ineludible del profesor Juan Carlos Rodríguez y su Teoría e Historia de la producción ideológica: la poesía e incluso los sentimientos están sujetos a las estructuras de poder, hay en todo una falacia y una ficción para nada inocente. De ahí en parte vendrán los presupuestos de aquella Otra Sentimentalidad que Egea compartió con García Montero y Álvaro Salvador. De ahí su búsqueda, única, y tal vez fallida, de una poesía materialista, desnuda y consciente de que la literatura implica el disfraz, y de que muchos disfraces son cómplices de la explotación y el expolio. Desde ese punto de partida se puede chillar, por ejemplo, contra “tanto general y bigote” como en Argentina 78, que no es sino un grito urgente y circunstancial contra la dictadura, escrito desde la rabia y la ironía. Pero eso fue un pronto, una anécdota frente a los conatos de poesía grande que va a tentar en el resto de sus libros.


La luz de las ruinas. A principios de los años 80 Egea entra en una de sus frecuentes crisis fruto del alcohol y la vida, y decide aislarse en la entonces remota Isleta del Moro almeriense. Allí escribe Troppo Mare. En este libro se cruza la música extraña de Lorca con la búsqueda del poema materialista a través de ese paisaje extremo y desolado. Se constata que el interior y su lenguaje están manipulados por la misma ideología que corrompe el exterior. Respiramos “el hedor de las palabras muertas”, sabemos que no hay más remedio que “abrir la brecha,/ cruzar las líneas,/ romper el cerco” . Vivimos en el pueblo sumergido, esperamos la inminencia agresiva de La Nube. Porque en Javier Egea siempre hay una presencia amenazadora fuera de campo. Siempre hay algo oculto que aguarda su momento para el zarpazo. Puede que sea la soledad que todo lo arrasa, como esta luz de las ruinas interiores que ilumina de penumbra tanto mar. Y sin embargo, a pesar de que parezca que “siempre es tarde”, el último verso de este libro basta para definir una obra, una vida, un lugar en el mundo: “Hoy sólo sé que existo y amanece”.



Otro Romanticismo. Denunciar los engranajes, intentar cambiar la mecánica de la sociedad, pero desde la más absoluta de las soledades (título de una frustrada antología). Tener conciencia de ello y hacerlo desde el compromiso estético. La poesía de Egea es por momentos como unos de esos cuadros sobre lo colectivo que pintara Genovés, pero con alguien solo en el centro. Algo así sucede en Paseo de los tristes, un libro casi paralelo a Troppo Mare donde traslada el escenario a la ciudad y sus sombras de oficinas, pensiones, fábricas y explotación. Aquí el amor también es víctima del mercado. “Aquí habita el dolor”. Los pájaros de Bécquer vuelan desnortados sobre las ruinas, y los viejos códigos no valen. Encontramos una ráfaga de pequeños poemas como de pólvora que desmontan tópicos y seducen con el escalofrío de la belleza y lo terrible. También el resto, siguiendo el rastro lectivo de Gil de Biedma y aparentemente en la misma acera que tanta poesía de la experiencia posterior, pero llegando más allá. Mucho más lejos, mucho más adentro.

Envenenadas flores. Del mar a la ciudad hasta llegar al inconsciente. Javier Egea se somete a sesiones de psicoanálisis y acaba escribiendo Raro de luna. No hay límites de escuela ni caminos pactados para esta obra. En el fondo son los mismos temas de siempre: la soledad, la explotación, el amor, la amenaza invisible; pero bañados por el surrealismo controlado y algunas estructuras estróficas clásicas que van del típico soneto al más raro ovillejo. Aquí, como en los Sonetos del diente de oro introduce referencias de raigambre pop como la figura trágica e irónica del vampiro o la serie de historias y extraños personajes femeninos que pueblan el cuaderno póstumo. Otro paso más. No admite etiquetas fáciles, su obra es una oda a la mutación desde el compromiso estético y político. Como Alberti, pero solo. Y nosotros, “pájaros angustiados ante la miserable caravana de espejos”, lo que vemos es el rostro de Javier Egea confundido con el nuestro. “Es preciso hacer un alto en la derrota” y leer el mundo con sus ojos deformes.




(publicado en la revista Quimera de los meses de julio-agosto de 2011)

miércoles, 20 de julio de 2011

SUICIDIO EN LAS TRINCHERAS (Siegfried Sassoon)

Conocí a un soldado raso
que sonreía a la vida con alegría hueca,
dormía profundamente en la oscuridad solitaria
y silbaba temprano con la alondra.

En trincheras invernales, intimidado y triste,
con bombas y piojos y ron ausente,
se metió una bala en la sien.
Nadie volvió a hablar de él.

Vosotros, masas ceñudas de ojos incendiados
que vitoreáis cuando desfilan los soldados,
id a casa y rezad para no saber jamás
el infierno al que la juventud y la risa van.






[de Contraataque, 1917]

jueves, 14 de julio de 2011

un poema de José Ángel Valente

Imágenes de imágenes de imágenes. Textos borrados, reescritos, rotos. Signos, figuras, cuerpos, recintos arrastrados por las aguas. Piedras desmoronadas sobre piedras. Lugar que ahora sobrevuela el polvo. Morada sin memoria, ¿quién te tuvo? Tiempo hambriento de ser empozado en la noche. Siembras palabras y responden ecos, ecos de ecos en la bóveda incierta de la desolación. Dará todo el aire por un grito, la posesión del reino por un solo gemido. Abrieron los augures las entrañas del dios y entregaron su cuerpo lacerado a los depredadores.







[de No amanece el cantor, 1992]

sábado, 9 de julio de 2011

FIGURA AHOGADA (Charles Benefiel)



Charles Benefiel ya ha visitado en caída libre este blog. Sabemos de él que contribuye a tejer la sombra de los márgenes. Se le llama arte outisider a aquel que la norma expulsa por miedo o desequilibrio. De acuerdo. Charles Benefiel está oficialmente loco. Y podemos entender sus extraños muñecos como efluvios malsanos de una mente desquiciada, y podemos equivocarnos, mucho, al pensar que para llegar al centro de las cosas sólo es válido el camino marcado con tiza por la mayoría. Míralo bien: la llanura es inmensa, inlcuso entre las zarzas y saltando agujeros y ramas caídas es posible el avance. No llegar a un destino, sino moverse. Charles Benefiel está loco y sus muñecos son la segregación de nuestro miedo a perder el control. Y por eso nos atraen. Muñeco es igual a infancia. Muñeco es igual a pasado irrecuperable, a trauma agazapado, alerta, esperando el momento oportuno para desplegar sus brazos y asfixiarnos. ¿Y este en concreto? Ahogado en el líquido amniótico de nuestro miedo. Su cara es mi cara, tu cara, la cara del miedo cosida con hilo sucio a tu cara, a la mía, a la cara del miedo a ti, del miedo a mí. Del miedo a Charles Benefiel y sus muñecos obscenos.

lunes, 4 de julio de 2011

Epístolas de un transeúnte

Correspondencia completa. César Vallejo (Edición de Jesús Cabel), Pre-textos, Valencia, 2011.



Existe un debate entre aquellos que leen la obra de un autor y aquellos que intentan leer al autor en su obra. Sucede que hay poetas, como Vallejo, cuya sombra vital tiene tanta densidad que por momentos oscurece también sus escritos. Se hace complicado leer de manera autónoma sus poemas sin imaginar que es él mismo quien los recita con una voz salida de su propia boca fantasmal. Su vida es una vida que ya hemos hecho nuestra, como un fetiche o una certeza. Entonces partimos de dos tópicos, que tal vez sean verdad: César Vallejo es uno de los poetas insustituibles del siglo XX y César Vallejo representa, con su biografía, un papel necesario, humano, con el que empatizamos desde la admiración y la compasión. Un mito más de carne que de mármol. Así que, a estas alturas, vida y obra están anudadas, y es por ello que se hace urgente desliar la madeja hasta saber qué hilos pertenecen a qué parte de su corazón bicardiaco, y es ahí donde la aparición de esta Correspondencia (in)completa resulta oportuna.









En las cientos de cartas que ha recopilado Jesús Cabel, que van del temprano 1911 hasta la víspera de su muerte en 1938, encontramos a César Vallejo en una dimensión más amplia, como ciudadano y poeta. Eso sí, tampoco es un Vallejo real el que encontramos aquí, por mucho que las cartas sean reales y la mayoría de experiencias e impresiones contadas también lo sean. Una carta es una elaboración, algo que acaba rozando por definición con lo ficticio: leemos lo que Vallejo ha querido contar, compartir o hacer creer. No es la verdad, aunque esté cerca. Así podemos hacernos una idea aproximada de lo que fue su vida y su pensamiento. Podemos leer el volumen, y se hace con interés, como si fuera una biografía escrita a pausas, un puzzle lleno de huecos en blanco que acaba componiendo el rostro, o la máscara, de César Vallejo.
Su vida la conocemos bien, y aquí intuimos cómo la vivió. Sabemos que se fue a estudiar a Trujillo y que allí se hermanó con la poesía y con varios poetas. Y aquí leemos el entusiasmo con el que compartía sus impresiones con los camaradas de esos primeros tiempos de carne ciega y lujuria cotizable, en líneas escritas que por momentos parecen auténticos poemas en prosa (p.ej: Carta a Óscar Imaña, 2. pp 94 y 95). Sabemos que estuvo cien días en la cárcel por un altercado en el que no tuvo nada que ver. Y aquí leemos su desesperación, cómo se muerde los codos de rabia, incluso podemos demorarnos en el Recurso de Queja que planteó infructuosamente a un tribunal sordo. Sabemos que en Lima publicó cosas pero no fue muy estimado por la intelligentsia peruana. Sabemos que retorció el cuello del castellano hasta que este gritó Trilce. Pero aquí leemos que en Lima el ambiente más que literario es letrero, cursi y falso, y que ante tamaña revolución está tan sordo como el juez trujillano. Y entonces, es verdad, se fue a París a buscarse la vida, y sabemos que por mucho que buscó apenas la encontró.







Vallejo en París, con aguacero. Vallejo embarcándose en mil proyectos truncados, siempre en vísperas eternas de un día mejor que nunca llega. Vallejo pidiendo prestadas cien, doscientas, cincuenta, miles de pesetas a lo largo de las páginas. Vallejo pidiendo favores para poder comer o vivir simplemente, haciendo trampas o insinuando traiciones a sus ideas que nunca cumplió. Su mala salud, su buena miseria. Vallejo haciéndose revolucionario por experiencia vivida, gritando ¡Viva el Frente Popular! Y entre medias manuscritos guardados con cerrojo, que cuando se abra nos dejará a todos mudos. Vallejo hablando de mujeres y poesía con Juan Larrea, de mil cosas de la vida y los libros con Pablo Abril, celebrando los versos de sus amigos, de cualquier poesía que considerase nueva y fuerte. Porque esas dos cosas le bastan.
En definitiva esta antología de brillos y mucha miseria, no va a conseguir cortar el cordón umbilical que une sin remedio sus poemas a su vida y a la nuestra. Será que César Vallejo no puede dejar de ser César Vallejo.








(reseña aparecida en la revista Quimera del mes de junio)