ANTOLOGÍA DE SPOON RIVER, Edgar Lee Masters
(trad. Jaime Priede), Bartleby Ed, 2012, Madrid, 376 pp.
Edgar Lee Masters
(Kansas, 1868- Pensilvania, 1950) fue un abogado comprometido y crítico cuyo
trabajo le mostró las ineficiencias y contradicciones de la más vieja
democracia del Mundo. Eso le curtió. Dándole, de paso, materia prima para
escribir. Unos ojos abiertos que ven la realidad social como una compleja
maraña de luces y sombras, una pluma afilada. Masters escribió el libro de
poemas más vendido de la Historia de EEUU y, aunque luego publicaría más cosas,
solamente se le recuerda por este. Otra nota: a veces el triunfo puntual
equivale a un fracaso vital. En parte así fue la vida del abogado liberal que
quiso ser escritor y obtuvo un éxito
rotundo, y aún hoy. Porque todavía podemos leer las lápidas de Spoon River como
quien lee las líneas de la mano de una nación. Así de certero fue. Su vigencia
continúa siendo apabullante y no solo por el contenido sino también por la
forma. El qué y el cómo.
Lo que hoy seguimos llamando literatura de riesgo, esas radicalidades postmodernas
que todavía enervan a algunos lectores extrañamente tradicionalistas de poemas,
ya fueron escritas hace mucho tiempo. Tanto como cien años. Construir, por
ejemplo, un libro como un collage en red, donde cada poema es una voz que se
narra a sí misma y se entrelaza, monólogo a monólogo, en un tejido común,
desvaneciendo el yo romántico en la multiplicidad del
nosotros-cada-uno-dueño-de-sí propio de los nuevos tiempos. Todo eso sigue
siendo moderno ahora, cuando gran parte de la poesía actual continúa atada a
fórmulas mucho más antiguas. La Antología
de Spoon River fue publicada en 1915 y desde entonces es vanguardia
poética. Pero también analítica. Tan certero fue. Si queremos entender qué es
EEUU junto a los tratados de Sociología o Historia habrá por fuerza que leer
este libro.
Ya pudimos leer otra traducción completa al castellano de la mano de Jesús
López Pacheco en 1993, en Ediciones Cátedra, ahora es Jaime Priede el que le
pone voz a los muertos. Con algunas licencias, sobre todo para enfatizar
ciertos coloquialismos propios de los personajes de extracción social baja,
reproduce los diferentes tonos de los monólogos, aunque es, como ocurre también
en el original, en los de perfil más bajo y realista donde adquiere más fuerza,
mucho más que en los textos donde se pretende alcanzar supuestas alturas
líricas. Destaca más la crudeza de la historia, el guiño irónico, el latigazo
moral, que cualquier metáfora o juego verbal con el que Masters quisiera sorprender.
La parte central de la Antología es un conjunto muy nutrido de monólogos
declamados por los muertos del cementerio de Spoon River, ciudad inventada pero
que es un remedo de varias ciudades reales estadounidenses. Comienza con el
poema La colina (p19) donde se
realiza una panorámica general del camposanto introduciendo el tópico medieval
del ubi sunt. Qué fue de. Para a
continuación responder a esa pregunta en boca de los propios muertos, que nos
hablan de las circunstancias de su vida y de su muerte. Voces que se van
mezclando, generando eso que llamamos sociedad, pero ahora desnuda de ropajes e
hipocresías. Con la vida declarando sus verdades ya sin tapujos, desde el
impenetrable refugio de la muerte. Confesiones, historias de triunfos fugaces y
fracasos eternos. Algún que otro episodio que podemos relacionar con el género
de las murder ballads. Todo en
primera persona, en un yo múltiple que se reparte en cada poema, salvo el del Padre Malloy (p238), probablemente más
como descuido que como hecho significativo. La comunidad que en vida se mentía
y se miraba desde la distancia y desde las jerarquías aparece aquí igualada por
la muerte, todos ocupan el mismo peldaño en el suelo de la colina.
Memento mori, que decían esos
cuadros barrocos con esqueletos caminando sobre tiaras papales y coronas. La
muerte es la verdadera democracia. Por eso entendemos este libro como el
reverso tenebroso de las Hojas de hierba
de Walt Whitman. Hojas de hierba quemada. Donde este canta a la fuerza
impetuosa de una nación que se eleva sobre la igualdad y la democracia, lo que
hace Masters es reseñar la verdadera igualdad en la muerte y desnudar la de la
vida. En la colina no hay ya jerarquías, pero en la vida no hay otra cosa. El
ímpetu real es el de la doble moral, el cinismo y la corrupción sistemática. El
idílico resplandor de la democracia americana cantada por Whitman deja aquí al
descubierto sus grietas obscenas: el caciquismo, la servidumbre al dinero y el
doble discurso de las apariencias. Por eso hay una presencia entre estos
muertos que destaca por encima de todas, la del banquero Thomas Rhodes, cuya sombra se proyecta en la biografía de gran
parte del pueblo. Su poder inmoral pero implacable. Banqueros que atan y
desatan la vida de toda una comunidad, en 1915 y cien años después. Los muertos
ajustando cuentas, las aristas de lo bien visto, la ingenuidad traicionada, el
fariseísmo, la levedad de la vida y la persistencia del fracaso. La historia de
una ciudad en sus gentes, que puede ser Spoon River como cualquier otro enclave
de EEUU o de cualquier otro país que haya comprado ese modelo. A cien años
vista, a miles de kilómetros. Porque la historia de los lugares se escribe
mejor en un poliedro complejo de mil caras que en una hoja plana. Cada punto de
vista es necesario, cada uno de nosotros construimos la historia al fin y al
cabo.
Acabados los monólogos nos encontramos con un fragmento ficticio firmado
por uno de los muertos: el poeta que se apellida inequívocamente Swift. Y no es
casual que se corresponda con el autor de Los
Viajes de Gulliver, uno de los más corrosivos críticos sociales de la historia
de la literatura. Masters se enmarca deliberadamente en esa corriente. La Spooniada es un poema épico con el
pueblo como protagonista donde aparecen muchos de los personajes muertos de la
otra sección. Volvemos a esa modernidad radical de hace un siglo y de hoy
mismo. La ruptura de los géneros está ahí desde la misma nota introductoria al
poema. Como si fuera Borges o cualquier autor postmoderno. Más aún si atendemos
al abrupto final, cortando una frase, que incide en la ficción del manuscrito encontrado cervantino pero
añadiéndole algo de la estética de la ruina, propia del romanticismo histórico
o del fragmentarismo más rabiosamente actual. Insisto: lo moderno es antiguo y
ya estaba aquí. Como sea. En La Spooniada
lo que antes eran hilos sueltos, las biografías apuntadas por los muertos, que
se iban tejiendo de manera sutil acaba configurando un tapiz, narrando un par
de episodios que podríamos describir, como el resto del volumen, como una
tragicomedia sobre la democracia.
Acaba este largo libro de poemas con una pequeña obra de teatro que termina
de dejar claro el aliento barroco que lo empapa todo. Ese dramatis personae. Ese teatro del mundo que diría Calderón, al que
hemos asistido en cada uno de los monólogos, ahora cerrado directamente sobre
un escenario. Aquello, la vida de los ciudadanos de Spoon River, o de cualquier
sociedad a la que le vaya bien ese espejo, propuesta como una continua
representación dramática, un baile de máscaras para contar una verdad o un
secreto necesario. En este final, Dios y el Diablo juegan a las damas y este
último decide crear su propia especie con todos los muertos de este libro-cementerio como
espectadores. En un juego de correspondencias, donde el lector se acaba
ubicando en el mismo graderío de los difuntos, como un personaje más cuya vida
también se puede reducir a un poema. La vida como destellos en blanco y negro,
el viento del error soplando en tantos y tantos corazones. Porque de uno en uno
se hace el espesor de la hierba, la sociedad, la democracia. Por eso la
Antología de Spoon River es el la cara B del sueño de Whitman. El sistema y sus
piezas más pequeñas, intercambiables, desnudadas con rigor en este libro de
poemas que bien podría ser una tesis sociológica, donde cada personaje desvela
sus secretos, sus grandezas y miserias, y donde reconocerse es inevitable. Y
necesario.
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