No tenía ni idea de quién era Leos Cárax, pero creo que ya
es difícil que se me olvide ese nombre. Antes había leído, como si fuera la
huella difusa de un virus, otro nombre: Holy Motors. Se ve que de esto habla la
gente que discute sobre las cosas que casi nadie ve, pensé. Cero interés, hasta
que algunos de esos empezaron a ser los que saben qué nervio pulsarme para
volverme loco. Así que empiezan las ganas de ver aquello y la necesidad se
encuentra con la realidad de que no hay ninguna sala de cine que se atreva a
exhibirlo en muchos kilómetros a la redonda. Esa constante para los que vivimos
en ciudades pequeñas. Total, estoy en
Málaga y entro, pago mi entrada y la veo.
Resulta que soy de los que prefieren ver películas en el cine, pese al
estrago en mi bolsillo. Son ellos mismos los que me obligan a ser pirata, son
ellos los que no me traen las películas que me gustan. Que les den.
Ahora. Estoy en un cine especial en Málaga, donde ponen
clásicos y marcianadas varias. Comienza Holy Motors y no pasa ni un minuto
cuando ya sé que aquello es importante. No es algo más. Si acaso es algo más
allá. En un allá fuera del mapa que llevaba a la entrada del cine. Acaba la
película y en mi cabeza hay un tiovivo. Mi cara, supongo en un espejo dentro de
mi cabeza, debe ser una mueca blanca, entre el asco, la risa y la pura
alucinación. Te cuentan un chiste deliberadamente malo en un velatorio,
contienes la risa pero lloras por dentro. La media sonrisa del impacto. No
saber si ese chiste es la Capilla Sixtina. Holy Motors es mucho. Extraña.
Insultante. Agresiva. Puede ser vista como un inmenso fraude pirotécnico, puede
que esa sea la única verdad. La duda en sí misma es ya uno de los principales
argumentos de Carax. A mí la película me vincula, me arrastra, me lleva a
terrenos que considero propios: he escrito, creo, sobre cosas así en Idioteca o
en Ruido Blanco. Me interesa esta distorsión. Holy Motors habla sobre la
mirada. La representación, los medios, la realidad. Sobre lo que somos siendo,
viendo, lo que nos dicen que veamos y seamos. Ese reino, ahora que es tan
rabiosamente urgente desenmascarar el idioma embustero de cada día. El de los
medios que deshacen nuestra autonomía en su mirada.
Al comienzo del film aparece una sala de cine llena de
espectadores con los ojos cerrados, durante todo el metraje un actor ejecutará pequeñas obras maestras para nadie. La representación del vacío frente al
vacío. La enfermedad del ojo. La del Mundo. Historias sobre nuestro mundo, más
virtual que concreto, sobre nuestras convenciones sociales, nuestra moralidad.
Sobre las leyes de lo que es. Cuando podría ser cualquier cosa. Y el escándalo,
claro, la rareza suprema dentro de un espejo que es un charca. Weird, so weird,
como repite el fotógrafo de moda en una de las muchas delirantes escenas . Eso. Esta película es un susurro molesto en
el oído, algo que dice: eh, chico, la realidad es un inmenso fraude, tu propia
vida es un mal papel. El vacío, el simulacro. Esas cosas que somos.
Holy Motors es un golpe en la brújula. Se sitúa
deliberadamente al límite de todo para arrastrarnos más allá, y puede que ambos
caigamos sin remedio al otro lado de lo asumible. Puede ser. Leo un tuit de Javier Avilés donde compara la
película con la mierda de artista de Manzoni por su poder para paralizar a la
crítica. Le entiendo. La crítica que abunda en que Holy Motors es un fraude se
tilda a sí misma de timorata, tal vez sorprendida de ver su propio retrato,
mientras que la crítica que elogia sin medida reconoce que el embaucador ha
podido con ellos. La película es un fraude mayúsculo. La película es una obra
maestra. Puede ser, incluso ambas cosas a la vez. Por lo que a mí respecta
tengo claro que me ha supuesto un par de buenas hostias donde más duele, que ha
conseguido emocionarme (en el sentido amplio de la palabra) y que sé que eso es
lo único que realmente acaba mereciendo la pena de cualquier tipo de arte. Y
luego, claro, está la audacia. El atreverse a hacerlo. Como enlatar mierda de
artista. Hay que ser valiente para cruzar una puerta que nadie quiso cruzar
antes. Leos Carax la ha dejado abierta para nosotros, podemos asomarnos e
incluso entrar, para acabar comprobando que ya estábamos allí desde el
comienzo.
Yo os advierto: ved Holy Motors, aunque puede que solo
recordéis el nombre de Leos Carax para buscar venganza.
3 comentarios:
Impresiones que comparto de una película que rompe completamente los esquemas... Es una experiencia alucinante, que juega con el espectador de una forma que antes nunca había visto en cine. Es curioso que las críticas negativas (solo hay críticas muy negativas o muy elogiosas, sin término medio: eso ya nos dice que esta peli es algo muy extremo) se centren en términos como "estafa", porque de lo que no se puede acusar a Carax, a pesar del brutal tiovivo emocional y estético al que nos somete, es de estafar al espectador o jugar con cartas marcadas. Desde esa primera escena que comentas la película está dejando muy claro cuáles son las reglas del juego. No son las de la lógica tradicional -o sí- pero sí son de una lógica implacable. Y dentro de esa lógica Holy Motors es una obra tremendamente emotiva, terriblemente triste a su manera, aunque la manera de trasmitirnos esa tristeza sea a través de la carcajada de asombro, la incredulidad, el espasmo. Puta obra maestra, en suma.
Completamente de acuerdo en todo acerca de Holy Motors, tanto con Rubén como contigo, Raúl.
Y digo lo mismo, de otra manera, lo que importa sin duda es que hay algo acerca de la mirada a un cierto abismo político y personal. Una mirada que, como no podía ser de otra manera, se hace desde la poesía, porque no se puede colonizar el vacío sin la metáfora. De otra manera es insoportable. Como insoportable se hace la posibilidad de no renunciar a los personajes que nos habitan en un escenario tan HOLY y tan MOTORS, tan ciencia-creencia donde el movimiento es tan controlado que no merece la pena. Ahí hay un mensaje que me parece delicioso: en esa ruptura más allá de la cadencia de la máquina y la parsimonia fetiche del "deus". La capacidad de romper. La rebelión...
estoy muy de acuerdo con la reseña y creo esta película rompe esquemas y es una auténtica obra maestra (la situaría en mi podio personal junto a "El caballo de Turín", de Béla Tarr, "Tropical Malady", de A. Weerasethakul", "Là-bas", de Chantal Akerman, "Juventud en marcha", de Pedro Costa o "Visage", de Tsai Ming Liang como de las obras imprescindible y más rompedoras de los últimos años...). No estoy de acuerdo, sin embargo, en que abra una puerta que nadie quiso abrir antes: sin ir más lejos, "Weekend", de Godard, explora la misma senda más de cuarenta años antes, y los cineastas anteriormente mencionados podrían considerarse cachorros de la misma camada (con lenguajes cinematográficos muy diversos...)... ya en la Nuberu Vagu o Nouvelle Vague japonesa hay cosas que apuntan en esta dirección, películas increíblemente audaces firmadas por Teshigahara, Yoshida Kiju, Susumu Hani, Imamura o Masahiro Shinoda (pienso en la vertiginosa "Doble suicidi" y su sutil reflexión sobre los mecanismos de la re-presentación)... con todo esto no quiero restar méritos a "Holy Motors", que he sido de los primeros en alabar, prestigiar y recomendar, sino que, siendo justos, hay que ubicarla en una genealogía perfectamente reconocible para no incurrir en hipérboles tan sensacionalistas como huecas. Por lo tanto, no abre una puerta por la que nadie se ha atrevido a pasar: la puerta estaba abierta. Otra cosa es que Carax derribe la pared e invalide la idea misma de puerta, de umbral, de tránsito, en su danza de la muerte de identidades fluctuantes... pero eso es otra po(e)sible intrahistoria...
te invito a ampliar la mirada cinéfila y hozar en los márgenes, están llenos de tesoros...
Publicar un comentario