EJERCICIOS DE MÍSTICA
CUBISTA
El niño que bebió
agua de brújula, Julio Mas Alcaraz, Calambur, Madrid, 2011.
222pp.
Conocido principalmente
como traductor de poesía estadounidense, Julio Mas Alcaraz (Madrid,
1970) nos ofrece con su segundo poemario, tras Cría del ser
humano (Vitruvio, 2005), uno de los libros más estimulantes de
los últimos años. Una guía para perderse de uno mismo, y, de paso,
de la poesía más reconocible y gastada. El niño que bebió agua
de brújula alude directamente a cada uno de nosotros, como
actores-marionetas de un mundo donde todo está aparentemente
decidido de antemano. Dice Mas: Nuestras madres, de pequeños,
cada mañana, nos daban una cucharada de agua de brújula (p.32).
Para no perder nunca el Norte, para no extraviarnos de lo que se
supone que ha de ser. Y este libro es un compendio de estrategias
para rebelarse. Un manual para el desaprendizaje del mundo.
Algo tan antiguo como la
mística. Enajenarse del uno, del tiempo y del espacio, desubicar las
coordenadas de lo real. Eso. Si nos tienen dicho que lo real es la
sucia urgencia de las cosas. Rebelarse. Y Mas lo hace ya desde la
cita de Baudelaire que abre el libro: una declaración de guerra que
reclama lo espiritual frente a la carcoma del mundo. Una vulgaridad
que el poeta señala con el dedo para subvertirla. Las cadenas de la
tecnología y el falso progreso, la crueldad humana como metástasis
de tanto camino equivocado. Contra eso se rebela este libro.
Y en ese proceso de
desnudamiento de lo aprendido, hay dos frentes a los que los poemas
se entregan con ferocidad : el tiempo y el yo. Porque es necesario
derrotar y desmantela el tiempo y su tiranía lineal, por ello el
tiempo se desplegará en sus innumerables planos, momentos y
espirales, lugares y personas. Como una suerte de mística cubista.
Intentando mostrar el todo de algo que por definición es inasible.
Porque eso es romper la brújula que desde el nacimiento nos señala
el camino preciso hacia el final inevitable. Y así es que sucede que
Hoy la muerte no está (p.144). Ese despojamiento del tiempo
se conjugará, inevitablemente, con una liberación de la soga del
ego (p.152). Si uno nos conduce y el otro nos limita, la rebeldía
es borrar esas fronteras. Vomitar el agua de brújula para intentar
estar en el mundo de otra forma. Una forma donde la belleza pueda
someter a la pesadilla, donde la naturaleza entierre bajo sus dunas
toda barbarie humana, producto de la servidumbre al tiempo y a la
individualidad. Frente al materialismo enfermo capitalista: la
poesía. Como antídoto o carta de navegación. Frente a la
vulgaridad pactada el, tal vez ingenuo, retorno al hombre hecho de/en
naturaleza. A la placenta del origen, donde el rito y el asombro
pintaban la vida de colores intensos.
Así, dentro de esa
búsqueda/pérdida se atraviesan diferentes planos (composición
cubista) o Tiempos, como se llaman cada una de las
desordenadas secciones. Cada tiempo, cada espacio, como huella
necesaria que deshacer: los signos de la ciudad, de los bosques o de
los desiertos; del mar, donde se yuxtaponen las metáforas preciosas
con la realidad despiadada de los migrantes ahogados o los desastres
ecocidas. Como ocurrirá también con el espacio-tiempo del
inconsciente disuelto en un ritual lisérgico tan antiguo como la
propia poesía (Tiempo 8). Algo parecido a lo que ya
propusiera Arthur Rimbaud. Seguimos ahí después de tantos años. La
trinchera alucinada de la poesía frente al mundo-máquina. El
intento de ser como esa Ella que aparece de vez en cuando en el
libro, una Ella libre, sin brújula, que vive el reino de la belleza
y del amor pese a la dictadura cotidiana de lo previsto.
El niño que bebió
agua de brújula se me antoja un libro necesario, destinado a
durar. Confirmando que la poesía española perdió, afortunadamente,
el Norte y que en la dispersión de las voces y las estéticas los
lectores hemos salido ganando. Libros como este siguen haciendo
falta, aunque sólo sea para intentar responder, en vano, a preguntas
tan cruciales como ¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con
los ancianos la primera vez que ven el mar? (p.185)
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