Basta ya de futuros inconcebibles era la épica, la respuesta aparentemente idónea que había que dar a la catástrofe.
Roland Emmerich escribió bajo el sol, cual Nostradamun cinéfilo, que el Día del Juicio Final no llegará mientras no acabe la farsa de los títulos de crédito.
Puestos a representar, Emmerich
imaginaba en sus películas bases nucleares
en minúsculas tiendas de todo a cien.
Cementerios de coches dentro de
pequeñas peluquerías orientales,
Microchips escondidos en el menú de los restaurantes chinos.
Roland emmerich imaginaba a China inaugurando embajadas en las peluquerías de Marco Aldany.
Su deseo era rodar la última cumbre
de aquella amistad.
China y los ojos rasgados de Marco Aldany eran cinco minutos antes de la medianoche.
Un juego, una mera coincidencia
en el interior de un grano de arena
al borde del precipicio.
La broma infinita del poder.
[de E-Mails para Roland Emmerich, 2012]
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