PORCIÓN
DEL ENEMIGO, Enrique Falcón, Calambur, 2013,
Madrid, 128pp.
Si hablamos de la
poesía española contemporánea que se declara abiertamente política no podemos eludir
a Enrique Falcón (Valencia, 1968). Poesía política o de la Conciencia Crítica.
Mejor lo segundo porque toda poesía es política, por acción u omisión, pero no
toda es conscientemente crítica con el sistema. La obra poética y teórica de
Falcón no hace prisioneros en ese sentido. Suyo es el vasto proyecto de La marcha de 150000000 (reunido por
Eclipsados en 2009) donde demuestra que la poesía de alto compromiso político
puede comprometerse también en la renovación de las fórmulas poéticas sin
perder efectividad en su mensaje. Porción
del enemigo (que cierra su Trilogía
de las sombras, tras Amonal y Taberna Roja) no es tan radical en el
tratamiento de la hipertextualidad, por ejemplo, pero responde a un espíritu
similar. Hay muchas de sus obsesiones y bastantes de nuestras urgencias.
Ya
desde las citas: el capitalismo nos obliga a competir ciegamente haciendo del
otro un enemigo, y más si el otro es lejano y parece querer lo poco que
nosotros creemos tener. La sombra de esos 150 millones de los que hablaba
Maiakovski, y nuestro miedo a que nos contaminen, o a ser ellos. Pero esta
crisis sistémica nos ha colocado un espejo enfrente que nos dice que ya somos
ellos, que probablemente lo fuimos siempre. Todo eso, según Falcón, anuncia la
caída del sistema y este libro también es una pregunta sobre qué hacer al día
siguiente. Por tanto: el poder y su inevitable caída. Un poder que diseña
nuestros miedos y cuya arma principal es el lenguaje. Esos mecanismos
lingüísticos que usa el sistema para imponer su realidad son los que están
puestos continuamente en cuestión a lo largo del libro, de manera más obvia en
los cinco poemas denominados Máquinas,
donde se enfrentan el lenguaje poético o la descripción de la cruda realidad
con artefactos retóricos que van desde párrafos de Borges a discursos de la
Merkel pasando por manuales anticomunistas de la CIA. El idioma que el poder
nos quiere imponer no puede ser el nuestro, las calificaciones de las agencias
de rating no pueden calibrar tu vida (p.67). Frente a la usurpación de las
palabras la poesía responde nombrando aquello que no quiere ser nombrado, por
ejemplo: los nombres de aquellos que se esconden tras la abstracción llamada
mercados y en nombre de la cual nos exigen sacrificios, como los dos poemas Annuit coeptis (pp.24 y 99).
Y
eso a pesar de que se llega a decir que no hay poder en la palabra (p.45). Pero
es ahí donde también hay una barricada para acelerar la caída del sistema,
porque para Falcón se trata de contribuir más que de describir. Otro tema sería
si la poesía puede contribuir a algo así, particularmente siempre he dicho que
la poesía transforma el mundo que llevamos dentro y que eso siempre es un paso
hacia otro mundo posible. Otro tema sería si es posible mantener el equilibrio
entre el activismo y la literatura, y no caer en el panfleto o el material
propagandístico más parecido que otra cosa al que se pretende denunciar, Falcón
sale airoso de ese conflicto la gran mayoría de las veces, cosa que no sucede
con otros cultivadores del poema político. Aquí encontraremos, también, poemas
que parecieran proclamas para leer en las plazas, transidas de oralidad,
sencillez y puntería. Falcón apela a la tribu y muchas veces se refiere a un
sujeto lector colectivo, otras más al centro de una intimidad.
En
La marcha de 15000000 la mayoría de
las anotaciones se referían a situaciones invisibles pero también lejanas,
aparentemente exóticas. Ahora, aunque el poder intente invisibilizarlo mucho de
lo que se cuenta ocurre al pie de tu calle. Falcón usa continuamente la
metáfora del campo de concentración, de la cárcel vigilada y degradante, pero
más que una metáfora parece el recuerdo de que vivimos dentro, y de que sus
muros acabará cayendo igualmente. Pero después de la caída qué. Para eso no hay
respuestas, la poesía no puede darlas. Pero la poesía será imprescindible para
encontrarlas.
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