lunes, 4 de julio de 2011

Epístolas de un transeúnte

Correspondencia completa. César Vallejo (Edición de Jesús Cabel), Pre-textos, Valencia, 2011.



Existe un debate entre aquellos que leen la obra de un autor y aquellos que intentan leer al autor en su obra. Sucede que hay poetas, como Vallejo, cuya sombra vital tiene tanta densidad que por momentos oscurece también sus escritos. Se hace complicado leer de manera autónoma sus poemas sin imaginar que es él mismo quien los recita con una voz salida de su propia boca fantasmal. Su vida es una vida que ya hemos hecho nuestra, como un fetiche o una certeza. Entonces partimos de dos tópicos, que tal vez sean verdad: César Vallejo es uno de los poetas insustituibles del siglo XX y César Vallejo representa, con su biografía, un papel necesario, humano, con el que empatizamos desde la admiración y la compasión. Un mito más de carne que de mármol. Así que, a estas alturas, vida y obra están anudadas, y es por ello que se hace urgente desliar la madeja hasta saber qué hilos pertenecen a qué parte de su corazón bicardiaco, y es ahí donde la aparición de esta Correspondencia (in)completa resulta oportuna.









En las cientos de cartas que ha recopilado Jesús Cabel, que van del temprano 1911 hasta la víspera de su muerte en 1938, encontramos a César Vallejo en una dimensión más amplia, como ciudadano y poeta. Eso sí, tampoco es un Vallejo real el que encontramos aquí, por mucho que las cartas sean reales y la mayoría de experiencias e impresiones contadas también lo sean. Una carta es una elaboración, algo que acaba rozando por definición con lo ficticio: leemos lo que Vallejo ha querido contar, compartir o hacer creer. No es la verdad, aunque esté cerca. Así podemos hacernos una idea aproximada de lo que fue su vida y su pensamiento. Podemos leer el volumen, y se hace con interés, como si fuera una biografía escrita a pausas, un puzzle lleno de huecos en blanco que acaba componiendo el rostro, o la máscara, de César Vallejo.
Su vida la conocemos bien, y aquí intuimos cómo la vivió. Sabemos que se fue a estudiar a Trujillo y que allí se hermanó con la poesía y con varios poetas. Y aquí leemos el entusiasmo con el que compartía sus impresiones con los camaradas de esos primeros tiempos de carne ciega y lujuria cotizable, en líneas escritas que por momentos parecen auténticos poemas en prosa (p.ej: Carta a Óscar Imaña, 2. pp 94 y 95). Sabemos que estuvo cien días en la cárcel por un altercado en el que no tuvo nada que ver. Y aquí leemos su desesperación, cómo se muerde los codos de rabia, incluso podemos demorarnos en el Recurso de Queja que planteó infructuosamente a un tribunal sordo. Sabemos que en Lima publicó cosas pero no fue muy estimado por la intelligentsia peruana. Sabemos que retorció el cuello del castellano hasta que este gritó Trilce. Pero aquí leemos que en Lima el ambiente más que literario es letrero, cursi y falso, y que ante tamaña revolución está tan sordo como el juez trujillano. Y entonces, es verdad, se fue a París a buscarse la vida, y sabemos que por mucho que buscó apenas la encontró.







Vallejo en París, con aguacero. Vallejo embarcándose en mil proyectos truncados, siempre en vísperas eternas de un día mejor que nunca llega. Vallejo pidiendo prestadas cien, doscientas, cincuenta, miles de pesetas a lo largo de las páginas. Vallejo pidiendo favores para poder comer o vivir simplemente, haciendo trampas o insinuando traiciones a sus ideas que nunca cumplió. Su mala salud, su buena miseria. Vallejo haciéndose revolucionario por experiencia vivida, gritando ¡Viva el Frente Popular! Y entre medias manuscritos guardados con cerrojo, que cuando se abra nos dejará a todos mudos. Vallejo hablando de mujeres y poesía con Juan Larrea, de mil cosas de la vida y los libros con Pablo Abril, celebrando los versos de sus amigos, de cualquier poesía que considerase nueva y fuerte. Porque esas dos cosas le bastan.
En definitiva esta antología de brillos y mucha miseria, no va a conseguir cortar el cordón umbilical que une sin remedio sus poemas a su vida y a la nuestra. Será que César Vallejo no puede dejar de ser César Vallejo.








(reseña aparecida en la revista Quimera del mes de junio)

2 comentarios:

Stalker dijo...

César Vallejo, con un par!

raúl quinto dijo...

César Vallejo, con un millar!