SOBRE ABIERTO, Rafael Cadenas, Pre-textos, Valencia, 2012. 80 pp.
Y
existimos en el tiempo. Somos tiempo. Nos movemos en sus coordenadas
preestablecidas, entre la memoria y la muerte. Y más cuanto más densa es una y
cerca está la otra. Sin memoria no somos nada (p. 59), nos dice Cadenas, y
tiene razón. Pero este no es un libro elegíaco, no hay lamento por lo perdido o
nostalgia del pasado. Aquí hay una exhortación continua para apresar el
presente. Aquí se nos conmina a vivir viviendo. Más allá de la sombra de la
muerte y de la inercia de la memoria. Un canto a la vida desde el umbral de la
desaparición. Sencillamente. Y la estrategia es clara: se vive en lo minúsculo,
frente a la opulencia de la muerte la vida se desnuda en lo pequeño. En lo que
comúnmente inadvertimos.
Esto
es. Poesía pequeña, como única forma de integrar la literatura con aquello de
la vida que merece la pena. Porque entiende el autor que hay una oposición
entre ambas, como si los libros nos arrancaran de vivir. Pero aquí no. Rafael
Cadenas nos plantea que el nexo entre las dos
es lo fundamental. Y esa ligazón es la mirada. Mirar distinto. Para que
la vida sea un poema y para que la literatura esté viva. Vivir lo pequeño es
saber mirarlo. La escritura es solo la huella. Dice que “Las hojas de los árboles/ brillan/ para quien las ve.” (p.19). El
mundo entero está ahí delante esperando ser descubierto. Tal vez la función de
la poesía sea esa: enseñarnos, ante el ruido de las cosas, ese “otro oír” (p. 51) que nos ayude, tal vez
no a entender el mundo, pero sí al menos a vivirlo. Sencillamente. Vivir en la
contaminación de una mirada alerta. No desdeñar nada (p. 16) porque en lo
ínfimo se encuentra el absoluto, la vida en sí.
Y
esto, como sucede siempre con la buena poesía, se traduce en la forma del
poema. Escrita desde el despojamiento y la pura mirada. Como en la tradición
poética y la filosofía oriental. Ese es el suelo del que emergen estos poemas.
Aunque Cadenas ya había transitado en su obra anterior por la sencillez
compositiva y la claridad fulgurante propia de la herencia japonesa, aquí el
acercamiento es más evidente. El haiku es el espejo en que se mira todo. Desde
numerosas de esas composiciones a referencias directas al maestro Matshuo Basho
(1644-1694) y el que es, dicen, el poema cumbre de esta
manera de entender el texto como mirada (de la que el haiku es la forma más
depurada y original): “En el viejo
estanque/ salta una rana./ El sonido del agua.” Ahí está todo a lo que aspira este libro. Un
horizonte de depuración: perderse certeramente en la mirada. Reflejos del Tao
Te King. Rafael Cadenas, como ya hiciera Robert Duncan (Tensar el arco y otros poemas, Bartleby, 2011), considera que al
tensar el arco debemos perdernos, no siendo otra cosa que flecha y diana. Pero
también reconoce que no hay poesía sin misterio. Que muy probablemente la vida
tampoco exista sin ello. Así nos lo comunica en el poema que inicia el libro.
Una advertencia. Un mapa que nos deja claro cuál es el camino que vamos a
recorrer: el de la poesía escrita en minúsculas, tal vez la única posible
cuando se mira la vida y su misterio con la mirada adecuada.
Pocas palabras/
tienes/ a mano,/ no obstante/ deben bastar/ para tender/ tu arco/ ante la
oscura/ diana./ Pero/ ha de ser sin intención/ de acertar. (p. 9).
(reseña aparecida en la revista Quimera del mes de septiembre de 2012)
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