Aquí habrá que considerar algunas cosas antes de pararsse a juzgar. Lo primero: describir la obra. El artista entra en una morgue y toma la cabeza de un muerto para hacerse una fotografía de tintes humorísticos, se ríe como un histrión. Lógicamente no tiene gracia. O sí, tanta que es de mal gusto reírse. El caso es que toca una fibra sensible, un tabú: no bromear con los muertos, no nos los tomemos a la ligera. La muerte es grave y profunda, no es para trivializarla así. La carne muerta es sagrada. Eso es lo que discute esta foto, de acuerdo. La cabeza de un muerto como un trofeo. Pienso en los niños que se hacen fotos junto a Mickey Mouse en Disneylandia. Pienso en la futilidad del icono, en las líneas paralelas que se trazan en el arte y la propaganda para (des)significar los símbolos. Pienso en la muerte como trofeo, en la muerte como fiesta. Pienso en el mundo occidental celebrando con regocijo el asesinato a sangre fría de Bin Laden. De Bin Laden el monstruo. Miro la foto y miro a Hirts y al muerto, y pienso cuál de los dos atesora la dignidad y cuál la monstruosidad. Pienso que nuestros ojos equilibran y ponen nombres. No me apetece juzgar, al fin y al cabo parece que eso ya no está de moda. Me están dando ganas de partirme de risa.
2 comentarios:
arg, nunca había visto la foto. muy buen texto. y buena comparación con la fiesta post-bin laden.
Efectivamente, es una foto actual la crónica sardonica de un mundo huero y rsperpentico.esa mascara es tan triste como nosotros mismos jugando a morir. genial
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