El poeta madrileño Carlos Huerga acaba de publicar en Amargord Ed. un sugerente libro con el título de Road movie, me pidió que le escribiera el prólogo y esto es lo que salió:
EL HORIZONTE EN EL ESPEJO.
La situación es esta: vas en un coche, en el asiento de al lado hay algunos libros, un mapa arrugado y alguna lata de cerveza, a través del cristal ves que la carretera no acaba nunca. Ves que el horizonte difumina en su línea el final del trayecto. Conduces hipnotizado por una fiebre de alquitrán y luces de gálibo. Tu respiración, el motor. Más lejos y más rápido. Pero no estás huyendo de nada, lo sabes, nadie te persigue, eres tú el que intenta alcanzar algo. El horizonte. Algo que llevamos dentro como una llama. Y avanzas, quemando kilómetros para no llegar a ninguna parte. Porque el horizonte siempre está al otro lado, más allá de lo posible. Delante. Bien adentro.
Esa es la situación. La historia. La película.
Sobre esa verdad de gasolina y sudor giran los poemas de este libro.
Un viaje.
Una excusa para intentar descifrar la perplejidad ante la vida.
Está claro: la vida es un viaje, la carretera es como una línea borrosa de tu mano.
Una película. Siempre desde el otro lado de la pantalla. Ya. Desde hace décadas la vida es filmada o no es. Lo que existe es lo que la pantalla recoge. Lo que somos es lo que vemos. Nuestra memoria y nuestros afectos son fragmentos de guiones y fotogramas dispersos. Está bien claro. Y así lo entiende Carlos Huerga. Y Así. Road Movie y sus poemas como recortes de celuloide: secuencias o escenas, escritas como quien monta una película o un collage de historias y referencias arrancadas de una historia más grande, probablemente interminable. Enajenadas. Reordenadas. Dejadas al viento de la autopista. Una escritura de tijeras y acetona en la sala de montaje. El poema y la vida como una película, y las películas como parte de la vida del que las ve. Y siempre, el horizonte delante, aquello que sucede fuera de campo, en la infinita posibilidad de la elipsis. Ahí también se construye Road Movie. En fragmentos y re-creaciones de obras conocidas, como una desquiciada fan fiction de orfebrería que prolonga el metraje de Easy Rider o Extraños en el Paraíso. O con la inevitable versión de On the Road de Jack Kerouac. Tiras de celuloide y libros viejos ondeando en la ventanilla de un coche. Y la velocidad como aliento. Pero no son otra cosa que excusas, insisto.
Excusas para hablar de la vida, de la transformación inherente a cada viaje, de la búsqueda imposible del horizonte, que siempre está a la vista y más allá.
Pues eso.
Esta es la situación.
Montamos en el coche, miramos por la ventana antes de arrancar, conducimos. Y sabemos que el paisaje tras los cristales no es otra cosa que el ojo que lo ve. Que el desierto es un espejo, y que el horizonte está dentro. Eso es Road Movie. La vida, la literatura, el cine, tú. Y merece la pena. No hace falta que te abroches el cinturón, el riesgo es deseable. La carretera es una amante sediciosa a tus pies. ¿Notas ya el olor a gasolina en cada uno de estos poemas? Ningún viaje asegura un tesoro ni la respuesta a un enigma al final del trayecto, pero siempre es una aventura necesaria. ¿Notas el olor a sangre en cada uno de estos poemas?
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