Calle 20 es una revista de tendencias muy apañada, tiene distribución gratuita en Madrid, Barcelona y Valencia; los demás podemos leerla online en su estupenda página web. En ella también hay espacio para la literatura, incluso para la poesía. En el número de septiembre hay sitio incluso para La flor de la tortura. Firma el comentario Elena Medel:
Tras La piel del vigilante, revisión en verso del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, Raúl Quinto nos propone otra vuelta de tuerca fascinante: Michael Haneke ya tiene quien le escriba. ¿Es la violencia una forma de hermosura? «Existe un puente entre el dolor / y la belleza» más allá de los cánones, que cruzas después de girar en una calle oscura; ahora «decide de qué parte / de la alambrada estás».
PD no puedo evitar sentir nostalgia cuando veo pasar las páginas en flash...
Tras La piel del vigilante, revisión en verso del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, Raúl Quinto nos propone otra vuelta de tuerca fascinante: Michael Haneke ya tiene quien le escriba. ¿Es la violencia una forma de hermosura? «Existe un puente entre el dolor / y la belleza» más allá de los cánones, que cruzas después de girar en una calle oscura; ahora «decide de qué parte / de la alambrada estás».
PD no puedo evitar sentir nostalgia cuando veo pasar las páginas en flash...
6 comentarios:
Por si te sirviera de algo, esta cosita del Babelia de hará unas semanas:
Si Funny Games, en su primera versión (la europea), fue una de mis películas favoritas, no sería, evidentemente, por ser sumamente desagradable, que lo era. Había en ella algo diferente y que me fascinaba, algo que me situaba, entre la realidad y la ficción, en ese frágil límite en el que la conciencia del espectador está presente sólo cuando se propone ser crítico. Sin pretensiones críticas, me hallaba franqueando el umbral de la ficción sin perder de vista el peligro que supone vivir en vida ajena sentimientos que sólo nos permitimos experimentar cuando perdemos la identidad.
Recordaremos cómo, en el guiñol, algún personaje siempre interpelaba a los espectadores instándoles a tomar parte en la historia; de algún modo éstos se sentían, así, responsables de aquello que iba a ocurrir. Al placer de las emociones diferidas (propio de la representación) se añadía el placer del control (propio de los juegos de aprendizaje). Claro que siempre se ponía uno de parte del "bueno", es decir, de aquel personaje cuyas acciones podían justificarse éticamente.
Funny Games es un juego perverso. Como en el guiñol, procura tanto lo uno como lo otro pero, además, nos propone decidir de parte de quién nos ponemos, si del "bueno" o si del "malo". "Qué, ¿le está gustando, seguimos jugando?", nos pregunta. Y puesto que no nos hemos levantado del asiento, puesto que seguimos estando allí a pesar del espanto, hemos de rendirnos a la evidencia de que, lo queramos o no, estamos en ello, y nos molesta terriblemente reconocer que sentimos placer, aun cuando nos repugna.
La intención, implícita, de Haneke es denunciar la violencia. Quiere mostrar que no sólo la consentimos sino que nos causa placer verla representada. Pero Haneke se equivoca en una cosa: la causa del placer que experimentamos no es precisamente la violencia, sino ese plus que toda obra de arte le añade a la realidad mediante los factores de la representación, entre los cuales, en la obra dramática, está la interpretación del actor. Y el personaje de guantes blancos era realmente hábil; no sólo me hacía señas sino que, además, me guiñaba el ojo. De dos ojos, uno, el que parpadeaba, era para mí, me acogía; el segundo era para los otros. Un simple gesto en el límite, un gesto que, además de invitarme a atravesar el umbral de la ficción, me otorgaba
... ¿el qué? La inteligencia que los otros, amordazados por una educación que les esteriliza, ya no tienen, y por la que me permitía estar de su lado, el lado de los que controlan, los que sobreviven.
Pero, cuál no fue mi sorpresa cuando, en la segunda versión (estadounidense) de la película, comprobé que, aun siendo idéntico el guión, aun siguiendo los nuevos actores, paso por paso, a los primeros, faltaba una cosa, una sola y única cosa: el guiño. Entendí, entonces, que la complicidad es algo muy sutil y que, ciertamente, no basta, para ganarla, con que un muchacho rubio de ojos azules se vuelva hacia la cámara y nos interpele. Una obra de arte es una obra de arte es una obra de arte; no puede tocarse. ¿Tendremos algo que ver en el hecho de que nuestros autores (en este caso, director) degraden sus propias obras? ¿Si no comimos el pez en su momento, por qué diablos nos comemos ahora su raspa?
Chantal Maillard
Coincido en muchos sentidos con lo que dice Maillard en ese texto. La primera versión de Funny Games es un golpe directo al corazón del cerebro, en mi caso una de las experiencias cinematográficas más intensas de mi vida. La nueva versión no está mal, pero no es lo mismo, a pesar de todo lo igual, cierto.
Me confieso seguidor de Haneke, absolutamente. En su cine encuentro ciertas concomitancias con mi poesía, seguramente donde más se evidencian es en La flor de la tortura. Pero ojo, eso lo ve Elena Medel (con buen tino) pero no vayan a creer los que no han leído el libro que hago lo que hice con Watchmen pero con Funny Games o El Vídeo de Benny. El tema es la violencia, sí, pero también el terror, y el arte, y los umbrales, claro.
Watchmen, Haneke, los umbrales... interesante, Raúl. Veo que sigues en buena línea.
Abrazos
Lo intento, Stalker, lo intento.
Qué celos más tremendos siento. No sé si por Calle20, o por eso de que Michael Haneke ya tiene quien le escriba...
María, esos celos son una tontería. Al fin y al cabo tú si que le escribes a Haneke. Tu poema Funny Games es un remake de guante blanco, jeje.
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