Catherine Pozzi (1882-1934) es un secreto a voces. Lo fue en su momento la escandalosa relación que dio soporte a este libro, y lo es aún su obra literaria, que compuesta por seis escasos poemas, un diario póstumo aún no publicado en España y este breve volumen que publicó con otro nombre en 1927, basta para situarla en los anaqueles de los clásicos contemporáneos franceses. Y decir clásico equivale a decir necesario.
Fue la hija de Samuel Pozzi, uno de los cirujanos más brillantes del periodo entre siglos, el mismo que retratara Nadar o inspirara a Marcel Proust, el mismo que fue acribillado a balazos por un paciente molesto por una operación testicular. El padre sale en Agnés como alguien distante, recluido en su importancia. Catherine supo bastante de la soledad y de la enfermedad, no obstante arrastró una tuberculosis durante vienticuatro años, y encontró en los libros y los escritores un refugio para desbordarla, fue amiga de Rilke y amante de Paul Valéry, y esto último inclinó su vida hacia el éxtasis y su reverso, y de ahí vino Agnés.
Para expiar, para comprender, para coser la herida.
Agnés es una máscara para sus obsesiones: su lucha interior entre la realidad y el deseo, la ciencia y la religión, lo cierto y lo imposible, y, en el centro de todo, la diana de su delirio: el amante y el amor como una verdad anterior que dota de sentido a la existencia, igual que Dios. El amante y el amor como un dios para el que la vida no es más que un preámbulo, una larga escuela para estar a la altura. Pero también puede ser una excusa, y son tus propias manos las que moldean tu barro y creces desde ti mismo, aunque creas que lo haces en nombre de otro, para llegar al otro; puede que esa sea la función de la religión, y de otros tipos de amor. La necesidad de pintar un horizonte imaginario para poder caminar por ti mismo. Todo eso. Y las preguntas constantes, inagotables que dan los buenos libros.
Agnés fue un secreto, y un escándalo, porque aquel París era pequeño y pronto todo el mundo reconoció la historia de Catherine Pozzi y Paul Valery, bailando una especie de contradanza del destino, lenta, agotadora, obligatoria. Ahora con esta edición dePeriférica somos nosotros los que podemos leer esta serie de cartas escritas a lo invisible que habita dentro, ahora podemos ser cómplices de este secreto: que el primer conocimiento que se ha de tener en cualquier idioma y en cualquier ciencia es la conjugación del verbo amo, y que eso tiene sus riesgos.
Bien podría arriesgarse alguien y publicar sus diarios, que las cosas necesarias deben ser compartidas.
(reseña publicada en La Voz de Almería el 14 de febrero de 2014)