EL COMÚN DE LOS MORTALES, Jorge Riechmann, Tusquets Ed. Barcelona, 2011. 264pp
¿Para qué los poetas en tiempos de penuria? Se preguntaba Hölderlin. Para qué queremos la poesía si sólo es un lujo lingüístico o una puerta a las afueras del mundo, una excusa para seguir ciego ante las ruinas de nuestra civilización. Para eso nada, dice este libro, como tantos otros de Jorge Riechmann. Para ser cómplice no. Si acaso para ofrecer una mirada despiadada del mundo contemporáneo y sus leyes, para hurgar en la herida y plantear también su cura, en lo que podríamos denominar, sin miedo a equivocarnos mucho, como una teoría poética de la crisis. De la madre de todas las crisis que amenaza con llevárselo todo por delante.
En El común de los mortales la poesía es escasa y se mezcla con naturalidad con el aforismo o el apunte breve, teje con hilos finos y música pequeña, a veces torpe, pero nunca desiste de mirar a los ojos. Eso basta. Denunciar la demencia de un sistema económico y moral cuya agonía sentimos en nuestras vidas cada día. Darle belleza. Abrir ventanas en el desastre, no para escapar sino para que entre un aire más limpio y necesario.
Tiempos de penuria: el Capitalismo Tardío y su crisis estructural, la estridente evidencia de sus contradicciones. Acometer su crítica y su superación desde la ciencia poética. Leemos un tratado político y económico, en verso. Ilumina la crisis y sus delirios. Pronuncia la palabra Ecocidio con rotundidad y hace que dicha palabra pese. Denuncia que el capital también es una deformación del alma, que se trata del Yo y su exceso. En suma, ante la lógica del número, la ganancia y el desastre Jorge Riechmann propone itinerarios distintos a los que la inercia del sistema quiere arrastrarnos. Propone el abandono del Yo en lo común, es decir, en la comunidad; y desnudarlo de todos los ropajes que ocultan su pureza animal, entendiendo esa animalidad como un horizonte edénico al que se hace irremediable regresar. Nos dice que el cinismo es el dogma cultural de nuestro sistema , y propone la verdad como única alternativa del artista. Puede que haya algo de moralista en todo este discurso, desoyendo, tal vez, el consejo de Eliot de que la moral es cosa de santos y no de poetas. Puede ser. O puede que aquí moral y política sean la doble vía de un mismo proyecto social. Así se plantea que frente a la lógica desquiciada del capital está la verdad, el amor, la poesía, y otras tantas grandes palabras otrora vaciadas o consumidas por un sistema ya roto. Y por supuesto la rebelión y su necesidad, como en este fragmento del poema Ecocidio que deberíamos repetir como un mantra cada día antes de poner un pie en la calle: “Inútil amor/ el que no engendra amor// Inútil saber/ el que no pone coto a la destrucción// Inútiles días/ los de quien sólo se lamenta y no actúa.” (pag. 136).
El mensaje de este libro no puede ser más urgente, más de hoy para hoy, pero con la vista puesta en el mañana. El signo de los tiempos, con los movimientos 15-M u Occupy Wall Street como síntomas más claros de reacción a lo que dicen inevitable, dota de una luz especial y de una fuerza renovada a la poética de Riechmann. Una poesía urgente, insisto, que se desembaraza de lo que considera retórica innecesaria. Una poesía vegetariana, en palabras del autor, pero nunca anoréxica. Con el rigor en la denuncia concreta que pudiera ofrecer un Enrique Falcón pero con una pobreza de medios deliberada. Y digo pobreza cuando tal vez debería decir decrecimiento. En forma y fondo, a pesar del tamaño del libro y de la prolífica propensión a editar de Riechmann. Decrecentismo poético, como si se le dieran versos y razones a las teorías de gente como Carlos Taibo, o, mejor dicho, del propio poeta en su faceta como ensayista recogida en su Pentalogía de la Autocontención. Esa es otra de las claves, otra de las ventanas que abre. Los poemas parecen responder a esa idea: las palabras se adelgazan y los conceptos son sencillos pero contundentes, incluso a veces de simples rozan los naif, buscando, como hemos dicho, una vuelta a la pureza primitiva de las palabras, y la comunidad, y nuestra relación con el mundo. Dice, por ejemplo, en el poema Nueve preguntas cerca de Keneth Rexroth: “Si la respuesta/ de la mayoría ante la puesta de sol/ es bajar la persiana/ ¿vamos a concederles la razón?” (pag. 177). Así de simple, la crisis no es sólo económica sino también antropológica, nos viene a decir Riechmann, tal vez lo que está en juego no es el estado del bienestar o la democracia por hacer o por conservar, sino qué tipo de hombre va a heredar la tierra. Que seamos capaces de aguantar la mirada en el espejo para comenzar a ser otra cosa. Saber como ese emperador Qin Shihuang del poema que no podemos comprar las flores de la eternidad, porque estas también acaban siempre marchitándose. Para todo eso puede servir este libro, para eso sirve la poesía en estos tiempos de penuria.
¿Para qué los poetas en tiempos de penuria? Se preguntaba Hölderlin. Para qué queremos la poesía si sólo es un lujo lingüístico o una puerta a las afueras del mundo, una excusa para seguir ciego ante las ruinas de nuestra civilización. Para eso nada, dice este libro, como tantos otros de Jorge Riechmann. Para ser cómplice no. Si acaso para ofrecer una mirada despiadada del mundo contemporáneo y sus leyes, para hurgar en la herida y plantear también su cura, en lo que podríamos denominar, sin miedo a equivocarnos mucho, como una teoría poética de la crisis. De la madre de todas las crisis que amenaza con llevárselo todo por delante.
En El común de los mortales la poesía es escasa y se mezcla con naturalidad con el aforismo o el apunte breve, teje con hilos finos y música pequeña, a veces torpe, pero nunca desiste de mirar a los ojos. Eso basta. Denunciar la demencia de un sistema económico y moral cuya agonía sentimos en nuestras vidas cada día. Darle belleza. Abrir ventanas en el desastre, no para escapar sino para que entre un aire más limpio y necesario.
Tiempos de penuria: el Capitalismo Tardío y su crisis estructural, la estridente evidencia de sus contradicciones. Acometer su crítica y su superación desde la ciencia poética. Leemos un tratado político y económico, en verso. Ilumina la crisis y sus delirios. Pronuncia la palabra Ecocidio con rotundidad y hace que dicha palabra pese. Denuncia que el capital también es una deformación del alma, que se trata del Yo y su exceso. En suma, ante la lógica del número, la ganancia y el desastre Jorge Riechmann propone itinerarios distintos a los que la inercia del sistema quiere arrastrarnos. Propone el abandono del Yo en lo común, es decir, en la comunidad; y desnudarlo de todos los ropajes que ocultan su pureza animal, entendiendo esa animalidad como un horizonte edénico al que se hace irremediable regresar. Nos dice que el cinismo es el dogma cultural de nuestro sistema , y propone la verdad como única alternativa del artista. Puede que haya algo de moralista en todo este discurso, desoyendo, tal vez, el consejo de Eliot de que la moral es cosa de santos y no de poetas. Puede ser. O puede que aquí moral y política sean la doble vía de un mismo proyecto social. Así se plantea que frente a la lógica desquiciada del capital está la verdad, el amor, la poesía, y otras tantas grandes palabras otrora vaciadas o consumidas por un sistema ya roto. Y por supuesto la rebelión y su necesidad, como en este fragmento del poema Ecocidio que deberíamos repetir como un mantra cada día antes de poner un pie en la calle: “Inútil amor/ el que no engendra amor// Inútil saber/ el que no pone coto a la destrucción// Inútiles días/ los de quien sólo se lamenta y no actúa.” (pag. 136).
El mensaje de este libro no puede ser más urgente, más de hoy para hoy, pero con la vista puesta en el mañana. El signo de los tiempos, con los movimientos 15-M u Occupy Wall Street como síntomas más claros de reacción a lo que dicen inevitable, dota de una luz especial y de una fuerza renovada a la poética de Riechmann. Una poesía urgente, insisto, que se desembaraza de lo que considera retórica innecesaria. Una poesía vegetariana, en palabras del autor, pero nunca anoréxica. Con el rigor en la denuncia concreta que pudiera ofrecer un Enrique Falcón pero con una pobreza de medios deliberada. Y digo pobreza cuando tal vez debería decir decrecimiento. En forma y fondo, a pesar del tamaño del libro y de la prolífica propensión a editar de Riechmann. Decrecentismo poético, como si se le dieran versos y razones a las teorías de gente como Carlos Taibo, o, mejor dicho, del propio poeta en su faceta como ensayista recogida en su Pentalogía de la Autocontención. Esa es otra de las claves, otra de las ventanas que abre. Los poemas parecen responder a esa idea: las palabras se adelgazan y los conceptos son sencillos pero contundentes, incluso a veces de simples rozan los naif, buscando, como hemos dicho, una vuelta a la pureza primitiva de las palabras, y la comunidad, y nuestra relación con el mundo. Dice, por ejemplo, en el poema Nueve preguntas cerca de Keneth Rexroth: “Si la respuesta/ de la mayoría ante la puesta de sol/ es bajar la persiana/ ¿vamos a concederles la razón?” (pag. 177). Así de simple, la crisis no es sólo económica sino también antropológica, nos viene a decir Riechmann, tal vez lo que está en juego no es el estado del bienestar o la democracia por hacer o por conservar, sino qué tipo de hombre va a heredar la tierra. Que seamos capaces de aguantar la mirada en el espejo para comenzar a ser otra cosa. Saber como ese emperador Qin Shihuang del poema que no podemos comprar las flores de la eternidad, porque estas también acaban siempre marchitándose. Para todo eso puede servir este libro, para eso sirve la poesía en estos tiempos de penuria.
(reseña publicada en la revista Quimera del mes de enero de 2012)