LOS SALMOS FOSFORITOS,
Berta García Faet, La Bella Varsovia, Madrid, 188 pp.
Berta
García Faet (Valencia, 1988) que ya se había destapado como una de
las voces más originales de su generación nos ofrece con Los
salmos fosforitos un
arriesgado experimento a partir de la reescritura del Trilce de
César Vallejo. El libro comienza con una cita del poeta peruano
bastante elocuente: “Amada, vamos al borde”, y justo esa es la
propuesta de la autora, ir al límite, llevar el juego de la poesía
a sus fronteras. Jugársela. El patronazgo de Vallejo es pues
coherente, con esa habilidad para generar lenguaje, y por tanto mundo
nuevo, a partir de la plasticidad del idioma, que García Faet retoma
como apuesta desde una conciencia clara de que la poesía no es otra
cosa que un largo juego de las palabras con la vida como testigo. El
ocio sagrado, que diría Gonzalo Rojas. Esa conciencia lúdica que
también se filtra en forma de ironía y humorismos, y que se
emparenta con la obra de otros autores contemporáneos como Juan
Andrés García Román o Jorge Gimeno. Así que eso: la poesía es un
juego, una construcción artificial, igual que el yo que escribe; por
eso en cada poema nos encontramos con versos tachados y anotaciones a
esas tachaduras a modo de hipertexto, algo que nos recuerda el
laboratorio y la duda que precede a toda escritura y a toda
construcción de la realidad. Por eso Berta García Faet es un
personaje de su libro, al que se alude en tercera persona, porque se
sabe un ente de ficción: “nada más/ lejos de la realidad que
Berta García Faet” (p.121).
Esa
conciencia de lo artificial de la construcción poética y del hecho
de estar escribiendo siempre sobre siglos de palabras acumuladas no
se da tan sólo por reescribir cada uno de los poemas de Trilce sino
en las continuas referencias a la tradición literaria culta o
popular que afloran y dialogan sin jerarquías, como si la historia
de la literatura fuera un sampler
de fondo del que acaban emergiendo voces distorsionadas. La lista de
intertextos más o menos evidentes es larga, desde Pierre Bordieu a
Bécquer pasando por Ovidio, canciones infantiles o Lorca: “Te
quiero ahora o nunca verde/ que te quiero ver de/ novia de la noche”
(p.149). Todo esto se conjuga en una dicción entre fragmentaria y
netamente oral, en lo que podríamos denominar poética del balbuceo
locuaz; por reconocer los límites de la expresión poética y operar
desde sus costuras rotas: “ todo es confuso por eso importa y todo
es/ torpe,/ hermoso” (p. 18). El poema es una construcción contra
el mármol, un largo juego de palabras y libros que se tejen y
destejen donde la vida también asoma: “no me taches” (p. 65)
dice la autora. No te olvides de que hay mundo real entre la maraña
de palabras, nos recuerda. La vida, como en Trilce,
a través de la sexualidad y sus dos caras: la erótica y la
tanática, esa oscura noche sexual a la que se alude constantemente;
o la reiterada neo-niña, que nos habla de los ritos de transición a
la edad adulta y esa vuelta a la infancia como escudo, pero no como
nostalgia o paraíso perdido, sino desde la certeza de que nunca se
fue. La niña que juega con la densidad nuclear de las palabras. Hay
sangre aquí, hay vida y mirada crítica al mundo. Política.
Conciencia. Y sobre todo mucho talento, hasta el derroche. Los salmos
fosforitos es un libro excesivo y por momentos parece que el
experimento se puede comer la poesía, pero es un libro que busca el
borde y allí nos planta, a punto siempre de caer. Hay poeta, e
intuimos que lo mejor de su obra está por llegar, materia prima
tiene de sobra.
(reseña aparecida en el número de julio de 2017 de la revista Quimera)