WESTERN,
Luci Romero, Editorial Delirio, Salamanca, 2016, 68 pp.
El
western
es el género cinematográfico por excelencia, y también el único
exclusivamente estadounidense, con permiso de la tropa de Sergio
Leone; de ahí surge una mitología, ya clásica, que explica y
sostiene parte de los cimientos culturales del occidente
contemporáneo. El cine y EEUU han modelado en gran medida nuestro
estar en el mundo desde hace un siglo, y el western
ha sido clave. Un libro de poemas sobre este género deja de ser una
rareza para convertirse en algo necesario. Luci Romero (Cabra, 1980)
lo sabe y por eso escribe Western,
un libro de textos adustos, cuyo tono, como ocurre en las mejores
películas de John Ford, se debate entre la sequedad prosaica y el
lirismo, consciente de que para contar algo desde la misma esencia
del género sólo es posible desde un “idioma fronterizo” (p.15).
Desde
el mismo comienzo del volumen Romero nos deja claras las coordenadas
sobre las que vamos a transitar: el mito, sus pliegues y sus
costuras, intuyendo que la ficción es el motor de la verdad, sea lo
que sea lo que convenimos en llamar así. De esta manera empieza
trazando un mapa (p.13), que no es otra cosa que la ficción de un
territorio, de igual forma que hay ficción, mito, en la raíz de la
Historia y de la construcción de las naciones. Que tanto la
Historia como las naciones no son otra cosa que ficción. “El
encuadre vigila los orígenes de lo nuestro, hablamos de generar un
espacio, una nación –para ponerle nombre- donde las huellas
cristalicen en fósiles” (p. 20). El western
es precisamente la crónica mítica de la construcción de los EEUU,
de las raíces y señas de identidad de una nación o un imperio, el
relato mítico del proceso, de lo aún inacabado que se acaba
proyectando como ausencia en fantasma. Incluyendo el recuerdo, tantas
veces ocultado, del genocidio indio. (p.37) Y ese fantasma se
desarrolla, sobre todo, en el concepto amplio de frontera, en la
amplitud del espacio sin final ni dueño, en el territorio salvaje
aún sin conquistar, cuando no hay cercas ni cancelas, cuando no hay
ley ni relato fijado. El paisaje, podríamos decir, se erige en el
verdadero protagonista del género, más allá de forajidos, indios
o vaqueros. El desierto que nos invitan a cruzar los protagonistas de
Cielo
amarillo
(William Wellman, 1948) cuyo diálogo (p. 14) tanto nos recuerda al
poema con que Valente abriera su primer libro: “Cruzo un desierto y
su secreta/ desolación sin nombre…”. Como con la cita de Wellman
cada poema se encabeza con un extracto de alguna película del oeste,
ganando una profundidad hipertextual de gran potencia, que crea
también una suerte de collage de contrastes que quizá sean el
hallazgo más notable del libro, y que para nada ata los textos a la
referencia externa.
Transitamos
pues por ese universo mítico acompañados por los ecos de las
películas, recordando que el mito no es otra cosa que “construir
un río de sonidos que no necesita respirar” (p. 33), cuestionando
así lo que subyace en la base de las verdades colectivas, como la
nación o la Historia, o incluso personales, y de ahí la referencia
a la infancia en poemas como La
caza
o El
animal salvaje
(pp. 39 y 40). La infancia, que es el territorio mítico por
antonomasia, y que es la época en la que la autora descubrió estas
películas, con la impronta de maravilla que eso deja. Y lo hace a
sabiendas de que el mito, cuando quieres atarlo a la realidad, se
acaba convirtiendo en algo vaporoso, porque cuando lo inacabado
adquiere al fin su forma el único destino posible es el de sufrir lo
que un personaje de Los que no perdonan (John Huston, 1960) denomina
la fiebre de las praderas (p.41). El quedar atado a un fantasma.
Todo eso, sí, en Western,
pero también el brillante influjo de las fronteras desdibujadas, de
lo que puede ser porque todo está por hacer. El mito. La ficción en
versos que nos recuerdan que en la estrechez de nuestros mapas
dibujados al milímetro siempre anhelamos la frontera por cerrar,
porque sí, porque “lo salvaje/ nos muestra el camino” (p.62).
(reseña aparecida en el número de diciembre de 2016 de la revista Quimera)