viernes, 2 de diciembre de 2016

AL OESTE DE LOS POEMAS

WESTERN, Luci Romero, Editorial Delirio, Salamanca, 2016, 68 pp.


El western es el género cinematográfico por excelencia, y también el único exclusivamente estadounidense, con permiso de la tropa de Sergio Leone; de ahí surge una mitología, ya clásica, que explica y sostiene parte de los cimientos culturales del occidente contemporáneo. El cine y EEUU han modelado en gran medida nuestro estar en el mundo desde hace un siglo, y el western ha sido clave. Un libro de poemas sobre este género deja de ser una rareza para convertirse en algo necesario. Luci Romero (Cabra, 1980) lo sabe y por eso escribe Western, un libro de textos adustos, cuyo tono, como ocurre en las mejores películas de John Ford, se debate entre la sequedad prosaica y el lirismo, consciente de que para contar algo desde la misma esencia del género sólo es posible desde un “idioma fronterizo” (p.15).
Desde el mismo comienzo del volumen Romero nos deja claras las coordenadas sobre las que vamos a transitar: el mito, sus pliegues y sus costuras, intuyendo que la ficción es el motor de la verdad, sea lo que sea lo que convenimos en llamar así. De esta manera empieza trazando un mapa (p.13), que no es otra cosa que la ficción de un territorio, de igual forma que hay ficción, mito, en la raíz de la Historia y de la construcción de las naciones. Que tanto la Historia como las naciones no son otra cosa que ficción. “El encuadre vigila los orígenes de lo nuestro, hablamos de generar un espacio, una nación –para ponerle nombre- donde las huellas cristalicen en fósiles” (p. 20). El western es precisamente la crónica mítica de la construcción de los EEUU, de las raíces y señas de identidad de una nación o un imperio, el relato mítico del proceso, de lo aún inacabado que se acaba proyectando como ausencia en fantasma. Incluyendo el recuerdo, tantas veces ocultado, del genocidio indio. (p.37) Y ese fantasma se desarrolla, sobre todo, en el concepto amplio de frontera, en la amplitud del espacio sin final ni dueño, en el territorio salvaje aún sin conquistar, cuando no hay cercas ni cancelas, cuando no hay ley ni relato fijado. El paisaje, podríamos decir, se erige en el verdadero protagonista del género, más allá de forajidos, indios o vaqueros. El desierto que nos invitan a cruzar los protagonistas de Cielo amarillo (William Wellman, 1948) cuyo diálogo (p. 14) tanto nos recuerda al poema con que Valente abriera su primer libro: “Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre…”. Como con la cita de Wellman cada poema se encabeza con un extracto de alguna película del oeste, ganando una profundidad hipertextual de gran potencia, que crea también una suerte de collage de contrastes que quizá sean el hallazgo más notable del libro, y que para nada ata los textos a la referencia externa.


Transitamos pues por ese universo mítico acompañados por los ecos de las películas, recordando que el mito no es otra cosa que “construir un río de sonidos que no necesita respirar” (p. 33), cuestionando así lo que subyace en la base de las verdades colectivas, como la nación o la Historia, o incluso personales, y de ahí la referencia a la infancia en poemas como La caza o El animal salvaje (pp. 39 y 40). La infancia, que es el territorio mítico por antonomasia, y que es la época en la que la autora descubrió estas películas, con la impronta de maravilla que eso deja. Y lo hace a sabiendas de que el mito, cuando quieres atarlo a la realidad, se acaba convirtiendo en algo vaporoso, porque cuando lo inacabado adquiere al fin su forma el único destino posible es el de sufrir lo que un personaje de Los que no perdonan (John Huston, 1960) denomina la fiebre de las praderas (p.41). El quedar atado a un fantasma. Todo eso, sí, en Western, pero también el brillante influjo de las fronteras desdibujadas, de lo que puede ser porque todo está por hacer. El mito. La ficción en versos que nos recuerdan que en la estrechez de nuestros mapas dibujados al milímetro siempre anhelamos la frontera por cerrar, porque sí, porque “lo salvaje/ nos muestra el camino” (p.62).
(reseña aparecida en el número de diciembre de 2016 de la revista Quimera)