jueves, 10 de julio de 2008

La flor de la tortura en Pata de Gallo (José Luis Gómez Toré)

Pata de Gallo es el suplemento de poesía de la veterana revista electrónica Literaturas.com, en su número de julio el crítico José Luis Gómez Toré realiza una reseña sobre La flor de la tortura. Es la primera. Aquí os la dejo:

Con La flor de la tortura, Raúl Quinto (Cartagena, 1978), que ya había sido galardonado con el premio Andalucía Joven 2004 por La piel del vigilante, ha ganado el I Premio Internacional de Poesía Francisco Villaespesa.

La flor de la tortura, como su título puede hacernos sospechar, no evita las zonas oscuras de la realidad ni las zonas no menos oscuras de la imaginación. El poeta combina la imagen irracional con la presencia de una realidad tan escandalosa que en ocasiones no sabemos dónde acaba el reflejo fiel de lo real y dónde empieza la imagen expresionista porque la misma realidad se revela a sí misma como un espejo deformante: "Cables que atan las muñecas/ y los tobillos al acero,/ que conectan la máquina del grito/ mientras la luz desnuda su epilepsia,/ y los cuerpos a oscuras/ rozan la inexistencia/ por un instante". El poeta necesita decir la realidad, aunque, como escribió Pedro Salinas, quizá el realismo no es siempre la mejor forma de acceder a ella. Por ello, la voz lírica recurre con frecuencia a la imagen onírica y al simbolismo pero siempre con una pretensión de claridad (en el sentido de iluminación, no en el de quien confunde claridad poética con comunicación periodística): "Frente a la desnudez del paredón/ no digas piedra, di ventana/ como quien dice herida [...] di la pólvora/ y ciérrale los párpados/ a la literatura".

Durante la lectura del poemario, nos asaltan una y otra vez imágenes perturbadoras de un mundo en el que el poeta parece preguntarse por el hilo que une el cuerpo y la violencia. Si el acto amoroso evoca una batalla, se trata de una batalla incruenta. Pareciera que el amor fuera un exorcismo que, en su apariencia de violencia, negara a ésta precisamente en la simbólica anulación del límite ("En el umbral/ hay dos cuerpos desnudos/ cicatrizando" aunque el poeta sabe también reconocer la "belleza de existir en los límites"). Sin embargo, el amor sólo parcialmente logra expulsar al fantasma de la hostilidad: queda abierta la pregunta de por qué necesitamos exorcisar la violencia, qué fuerza de gravitación atrae a los cuerpos no al abrazo, sino a la colisión, al dolor de un lenguaje no compartido. Aun cuando el autor no lo nombra explícitamente, el recuerdo de Bataille viene a la mente al leer versos como estos: "la partitura ciega/ de las arañas/ tejiendo nuestros labios,/ el uno contra el otro,/ como en un beso/ donde no hubiera más salida/ que respirar a dentelladas".

Dos centros simbólicos articulan La flor de la tortura: el lenguaje y el cuerpo, y en íntima relación con ambos núcleos, la perplejidad de quien siente la cercanía entre belleza y el dolor (presentes en un título que, sin constituir en su literaridad un oxímoron, se apoya en la tensión entre la flor, símbolo tradicional de lo bello y de la delicadeza, y la tortura, como expresión máxima del sufrimiento y de la violencia: "Existe un puente entre el dolor/ y la belleza, una flor de óxido/ que entierra sus raíces/ en las agujas hipodérmicas"). Página tras página, la violencia amenaza la fragilidad de los cuerpos pero también la frágil textura de las palabras. Sin embargo, ni nuestra realidad corporal/animal ni nuestra realidad simbólica/lingüística representan aquí ningún tipo de inocencia: hay cuerpos que agreden, cuerpos depredadores que viven todavía en la ley de la selva, pero el lenguaje, el reino de la cultura y de la imaginación, puede ser tan violento, tan bestial como la mano que se convierte en garra o que empuña el machete ruandés que habla "con la voz de dios".

La violencia no es en La flor de la tortura sólo metáfora. Consciente de que, como decía Gelman en respuesta a Adorno, no estamos después de Auschwitz, el autor se acerca, con mirada crítica, a la violencia nada simbólica de la dictadura argentina, del genocidio armenio, del genocidio ruandés. Hay en el poeta una toma de partido pero no se trata de una elección fácil: "cruza el umbral que te separa/ del abismo, decide de qué parte/ de la alambrada estás". Si la única opción es elegir qué lugar de la alambrada ocupamos, se trata de elegir entre víctimas y verdugos, y arriesgarnos, si no estamos entre los verdugos, a ser contados entre las víctimas. Aquí se revela la impronta ética de una voz que no se resigna al vacío que parece reinar tras las palabras: "Escribo que no hay nada/ dentro de las palabras [...] y desde aquí,/ desde este extremo de la niebla,/ desobedezco".

La exigencia ética lleva a la poesía a mirarse a sí misma. No faltan críticos que suelen reducir la metapoesía tópicamente a un ejercicio narcisista o a una forma decadente de culturalismo. La poesía de Raúl Quinto (y no sólo la suya) desvela la superficialidad del tópico. Como en Celan, como en René Char, como en Ingeborg Bachmann... en estos poemas, interrogar al lenguaje es someterse a sí mismo a un penoso interrogatorio. El lenguaje se interroga a sí mismo porque se sabe impuro, porque no quiere declararse inocente. Así, en el poema final, Houdini aparece como un símbolo del artista, de todo artista, que no puede eludir el enfrentamiento con la muerte ni con nuestra desconcertante condición humana: "¿Cómo escapar del hombre,/ si la Historia es tu rostro/ y sus manos modelan el aire que respiras,/ la cuchilla oxidada en tu garganta,/ el idioma que dices y te dice?". La poesía puede parecer inútil en el laberinto de la Historia e incluso en el laberinto de cada historia personal, pero la palabra no puede dejar de decirse. En el libro de Baudelaire (a quien tal vez se homenajea en el título) las flores del mal no dejan de ser flores. De igual manera, en este poemario se respira la necesidad de la belleza, que nos resulta imprescindible aunque no sepamos para qué. Desde esa certeza que es la vez perplejidad, Raúl Quinto ha sabido crear un libro perturbador y hermoso.

José Luis Gómez Toré

3 comentarios:

José Ignacio Montoto dijo...

Gracias Raúl!

Saludos!

Anónimo dijo...

Acabo de celebrar mi cumpleaños adquiriendo "Grietas. Poemas del Cabo de Gata". Bueno, que decir de el que no te hayan dicho ya...¡¡¡solo añadir que creo que tendré que alejarlo de los ojos de mi chica que está absolutamente enamorada de tí y de tu poesía!!!

¿qué fue antes la poesía o el poeta? mmm...

un abrazo y no descuides el blog (que sería tanto como descuidarnos a nosotros).

raúl quinto dijo...

felicidades J. muchas gracias por lo que dices de mis poemas, pero no te preocupes: el blog seguirá funcionando (ya por fin ha terminado el curso de la UAL) y las mujeres casadas no suelen preferirme, así que dos angustias menos para tu alma.