jueves, 21 de agosto de 2008

un poema de Anna Ajmátova

Huele la miel salvaje a libertad,
el polvo huele a rayos de sol,
a violetas, la boca de una muchacha,
y el oro, a nada.
Huele la reseda como el agua,
y a manzanas, el amor.
Pero nosotros aprendimos para siempre
que sólo huele a sangre la sangre.

En vano el prefecto de Roma
se lavó las manos ante la multitud,
ante el grito ominoso de la plebe;
y la reina de Escocia
en vano se lavó las gotas rojas
de sus gráciles manos delicadas
en la densa penumbra de la casa real.


[1933]




La Ajmátova que tanto sufrió a Rusia... Ahora en Georgia sólo la sangre huele a sangre. Hay cosas que no cambian.

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