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UN ALMA, POESÍA COMPLETA, Edith
Södergran, trad. Neila García, Nórdica Libros, Madrid, 534 pp.
Un
acontecimiento de 2017: Nórdica Libros publica, por primera vez en España, la
edición bilingüe de la poesía completa de Edith Södergran (San Petesburgo 1892-
Raivola, 1923), traducida por Neila García, que además cierra el libro con una
precisa nota informativa sobre la autora que complementa el rico prólogo
escrito por Elena Medel. Södergran es una de las voces más particulares e insulares de la poesía moderna europea. Una
isla, sola y extranjera, que escribió desde la más absoluta otredad. Nacida en
el Imperio de los Zares y testigo de las turbulencias revolucionarias de 1917,
fue miembro de la minoría suecoparlante de Finlandia: decide escribir en ese
sueco arcaico, lo cual la separa del cobijo de la literatura rusa, finlandesa
o, incluso, de la sueca coetánea. Su lengua y su estilo están alejados de las
corrientes dominantes de su época, lo cual va a
redundar en la incomprensión, cuando no rechazo, con la que fue
recibida. A los diferentes exilios habrá que sumarle la marcada autoconciencia
femenina que traslucen sus textos, con lo que el lugar, el idioma, la clase
social, el género y la enfermedad (una constante en su corta vida) la van a
convertir en una rareza, vilipendiada además por los críticos de la época, que
la acusaron de pretenciosa, vacía y oscura. Esa supuesta pretenciosidad podría
partir de su afirmación de que escribía para los lectores del futuro, y casi un
siglo después de su muerte podemos asegurar que no estaba equivocada. Una obra,
que bebe de raíces posrománticas y va más allá, extranjera, rebelde y radical
desde el primer momento. Ya en su primera colección de Poemas (1916) s e
introducirán la gran mayoría de temas y líneas de fuerza que caracterizan su
poesía: la ausencia de metro y rima tradicional, el poema breve , como de
canción sutil, la apología de lo mínimo, las reiteradas anáforas, los símbolos
de la hermana, el bosque, la lira, el lago, las estrellas que caen o la isla.
Hay una conciencia rebelde ante el mundo, y particularmente contra el fatalismo
de ser mujer, reclamando un nuevo espacio de fuerza y autoafirmación para
ella(s). “Estrellas sin vértigo” (p.43) las define. Una rebeldía que parte
muchas veces desde un yo nietszcheano (llega incluso a declararse hija del
filósofo alemán en un poema) y desde un romanticimo insular donde la palabra se
dice con el corazón en los labios, y donde el refugio último ante la hostilidad
del mundo, y de la historia, es la belleza, que, al fin y al cabo, es dios. Un dios
pequeño, propio, terrible e imperfecto como su poesía. Un dios que surge por la
destilación del sufrimiento: “el mundo se baña en sangre para que Dios pueda
vivir” (p. 173), y es necesario rendir la suciedad y la violencia de ese mundo
en el altar de la rosa. De la belleza. De la poesía.
Estamos ante una obra poética muchas
veces contradictoria, en la que se conjuga lo sublime abismal de raíz romántica
con la pequeñez de lo íntimo, donde se mezcla el materialismo más evidente con
el espiritualismo como si solamente de esas dialécticas infructuosas pudiera
surgir el demonio de la poesía que la corroe por dentro. Una poesía extranjera
hasta de sí misma, escrita para los lectores del futuro, con bastantes momentos
que rozan lo naif pero con otros, bastante más que suficientes, que brillan con
la intensidad de los mejores poemas del siglo XX. Edith Sördegran murió a los
31 años entre el estrépito del silencio, pero viajó al fururo para decirnos:
aquí tienes tus poemas, extranjero.
(reseña aparecida en el número de septiembre de 2018 de la revista Quimera)