Se trata de un retrato de la deportista americana Katherine Rawls. Se trata de una fotografía tomada en 1934 por Edward Steichen para la revista Vanity Fair. De acuerdo, esos datos no nos sirven para nada ahora. Me sirve el equilibrio, me sirve el ángulo que traza el cuerpo con el trampolín, los brazos, me sirve el vacío brutal que lo rodea todo. Pienso en la belleza de ese equilibrio, en la serenidad previa al salto. Pienso en la violencia posterior, en la rotura del aire. Pienso que hay un momento en el que es más peligroso mantener un falso equilibrio que buscar el salto, aunque te arriesgues a la caída. No se trata de Katherine Rawls, ni de 1934 ni de las páginas satinadas de Vanity Fair. Se trata de lo que estamos dispuestos a hacer cuando notamos que la base del trampolín comenzó a arder, y al fondo no se ve la red ni el agua. Pero todo es posibilidad. Todo es salto ahora.
jueves, 31 de mayo de 2012
jueves, 24 de mayo de 2012
Excusas para hablar del apocalipsis diario.
E-MAILS PARA ROLAND EMMERICH, Sergi de Diego Mas, Honolulu Books, Barcelona, 2012.
El Fin del Mundo es hoy, está sucediendo ahora. El Apocalipsis es un
estado mental: la forma de vida contemporánea. Su formulación es
ruidosa, sobrecargada de datos y señales, por esa razón es invisible y
sorda. El miedo al fin es un miedo desactivado, de baja frecuencia, algo
con lo que se convive pero no es algo que se viva. Es un relato
subliminal susurrado bajo todos los gestos posibles. Entonces. Un relato
es algo que se puede contar, un relato no sucede, no es un suceso; un
relato es, por naturaleza, algo ficticio. Una invención, un artefacto.
Por eso el miedo no cala. Por eso nuestro Fin del Mundo es como un guion
de Roland Emmerich. 2012, por ejemplo. Ahora. En la película. Fuera de ella.
Porque todo tiene la misma substancia de una imagen en
una pantalla, todo es superficie. La ceremonia de confusión de los
medios e Internet, la crisis, la profundidad del abismo bajo las cifras
de las páginas de economía, nuestra vida instalada en el miedo y el
shock. Todo es como una película. Todo es simulacro, también la propia
realidad y las emociones que se dicen humanas. Lo vio Jean Baudrillard.
Lo dice este libro también. El universo es un relato, un texto
(in)finito. El fin de todo es ahora. Y todo es ahora ficción.
Desde eso, frente a eso, escribe Sergi de Diego Mas su primer libro de poemas. E-Mails para Roland Emmerich
(Honolulu Books, 2012). Reconociendo, además la necesidad del
conflicto, que más allá de la textualidad pactada del mundo, el mundo
busca una salida propia. Poemas para un mundo que se viene abajo. Poesía
para la toma de conciencia de clase, y no en el sentido marxista: hoy
en día nuestra clase es la de los hijos del Apocalipsis. Y está
sucediendo ahora. Poesía del después, postpoesía, al cabo. Ya que el
mundo es un texto habrá que leer su superficie con los dedos, como en
braille, y en un mismo plano mezclar, mientras suena el sampler del Fin,
la astronomía, la música pop, el cine soviético, las marcas del
consumismo, series de televisión, la vida misma y sus enigmas. Todo.
Igual que sucede en la red de redes. Sergi de Diego Mas también sabe que
Internet es el último capítulo del libro del Apocalipsis. Hoy.
Nos dice: “Nuestro conocimiento no alcanza más allá del
fenómeno visual” (p.59). Pues todo es ficticio, simulado, pura
superficie. Porque el Fin del Mundo ya pasó, y el ser humano es ahora
otra cosa.
(reseña publicada en la revista Culturamas del mes de mayo)
domingo, 13 de mayo de 2012
Entrevista (mínima) en Quimera, con Jaime Rodríguez Z. sobre RUIDO BLANCO
Ruido Blanco tiene como constante un suicidio en vivo. ¿Por qué
decidiste poetizar el caso de Christine Chubbuck y convertirlo en la columna
vertebral de del libro?
Christine Chubbuck fue una
periodista que en 1974 se pegó un tiro frente a las cámaras, tras anunciarlo
como un contenido más del programa. Su caso es un ejemplo estremecedor de la
mediatización extrema de la vida que nuestra sociedad de la información
produce. Me interesaba exponer ese acontecimiento en toda su crudeza e intentar
diseccionar las implicaciones filosóficas que pudieran emanar de él en relación
al mundo al que pertenecemos: la ficcionalización de lo real, el vacío de la
sobrerrepresentación, la comunicación
humana como una sucesión plana de códigos y gestos, el reino de la pantalla,
del interfaz. En definitiva, la idea de simulacro que defendía Baudrillard. Hay
una muerte, y hay una imagen, está el ojo, y la carne, el dolor, su relato.
El primer poema titulado Christine Chubbuck es la descripción de una
imagen, el último tiene un matiz deliberadamente periodístico. ¿Es ese el arco
que quieres trazar en el libro, el que va de la hecho a su comunicación, a su
análisis?
Deseo trazar un diagnóstico del
mundo contemporáneo, utilizando su misma superficie ruidosa. Vivimos e
intentamos comunicarnos los unos con los otros en una realidad desfigurada por
el exceso de información, de códigos que se refieren a otros códigos, mensajes
que no cesan y se solapan, la amalgama infinita de la red, la memoria colectiva
y comercial, la tecnología, la estimulación agresiva de nuestros sentidos y de
las herramientas, ya desbordadas, que usamos para ordenar el mundo. Tanto
exceso comunicativo provoca incomunicación, alienación y aislamiento. Somos transmisores de vacío. Por
eso una de las obsesiones de este libro es la ruptura o la reconstrucción de
los hilos que unen las palabras a las cosas y a los hechos.
Los poemas fuera de la serie Chubbuck funcionan como caja de resonancia
para esta, como esas otras frecuencias en la misma potencio, pero hay todavía
un tercer nivel, los poemas titulados entre corchetes, de reminiscencias
científicas, impresos en cursiva… ¿qué función cumplen estos textos?
El libro habla del proceso de
degradación comunicativa y sus implicaciones políticas y sociales. La técnica
compositiva es precisamente yuxtaponer imágenes o secuencias que muchas veces
pueden parecer arbitrarias, como si fuera un zapping frenético, donde los
mensajes se alimentan unos de otros, al mismo tiempo las notas al pie aumentan
el ruido en profundidad, como los hipertextos de la red. El ruido blanco ubica
todas las frecuencias en la misma señal, pero hay mensajes bajo ese ruido que
nos acaban diciendo cosas sobre los sentimientos, los peligros de la ciencia,
las oscuridades de la historia o de los informativos. Estos poemas en cursiva
funcionarían como un paisaje ruidoso del que se despliegan los poemas en verso
sobre Chubbuck o las formas de asesinato institucional (Warhol, gas, etc.).
Han pasado siete años desde La piel del vigilante un poemario en el que
ya evidenciabas tu interés por la cultura más popular, hoy parece que la
exploración intermitente (y a menudo de simultánea) de los códigos de la
ciencia y la tecnología, la televisión y el espectáculo en su sentido más amplio,
es ineludible. ¿Es así en tu caso?
La poesía se puede entender como
la respiración lingüística de una época, respiramos un aire concreto y
exhalamos poemas que no pueden sustraerse a la realidad de la que surgen. Y
nuestra realidad es la del mundo de la sobreinformación, somos criaturas
dotadas de una memoria externa casi infinita donde caben, y al mismo nivel,
todas las manifestaciones culturales y científicas. Hablo de Internet, que es
en sí mismo otra metáfora del ruido blanco. Nuestro mundo y nuestras
herramientas de interpretar y comunicar la realidad son otras. Se trataría de
eso. Y creo que en este libro me acerco por primera vez a una dicción propia de
nuestro nuevo paradigma comunicativo, y no solo en cuanto a la iconografía como
en libros anteriores.
En muchos de los poemas hay una especie de voluntad manifiesta de
comunicación con el lector, de decir cosas, de aclarar sentidos , pero esto se
expresa como notas al pie, como si esa voluntad no formara parte del poema…
No es aclarar, sino enturbiar
más. Provocar más ruido. No sólo yuxtaponiendo frases a modo de collage sino
usando la profundidad hipertextual para densificar aún más la carga semántica.
Se trata de crear más ruido. Un ruido blanco, pero que busca generar emociones,
ideas y conflicto en el lector, que debe reordenar algo parecido al sentido.
Hasta ahora Raúl Quinto es percibido como un poeta joven, pero hoy en
día el flujo (neo) mediático de los nuevos poetas es vertiginoso. ¿Empiezas a
sentirte como parte de "la generación anterior"?
Nunca he entendido muy bien qué
valor aporta a una obra la edad, ni tampoco me he sentido partícipe de una
generación poética, ni por redes de relación o por asumir un programa
estilístico común. Tampoco suelo aparecer en los diferentes recuentos
generacionales o forzadores de canon. Así que tampoco siento un desplazamiento
por parte de los que vienen. Me veo más hecho, o más desecho, pero igual de
ajeno a los grupos.
¿Crees que la evolución de la industria cultural y editorial, tanto en
sus procesos de producción y comercialización, determinará de alguna manera las
exploraciones poéticas de la actualidad y de después?
Considero que la poesía está más
allá de la industria. La poesía que acabará durando, claro. A coto plazo iremos
hacia un modelo menos dependiente de los premios y subvenciones; la crisis
manda, y volveremos a un modelo más cercano a la micro o autoedición, y ahí el
papel de Internet y la as posibilidades de autogestión, financiación reticular,
etc.. Pero no tiene nada que ver con la forma en que se crearán los poemas, en
eso tendrá que ver el formato pero no el modelo productivo ni comercial. La
poesía no entiende de leyes ni de comercio.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Ejercicios de mística cubista
EJERCICIOS DE MÍSTICA
CUBISTA
El niño que bebió
agua de brújula, Julio Mas Alcaraz, Calambur, Madrid, 2011.
222pp.
Conocido principalmente
como traductor de poesía estadounidense, Julio Mas Alcaraz (Madrid,
1970) nos ofrece con su segundo poemario, tras Cría del ser
humano (Vitruvio, 2005), uno de los libros más estimulantes de
los últimos años. Una guía para perderse de uno mismo, y, de paso,
de la poesía más reconocible y gastada. El niño que bebió agua
de brújula alude directamente a cada uno de nosotros, como
actores-marionetas de un mundo donde todo está aparentemente
decidido de antemano. Dice Mas: Nuestras madres, de pequeños,
cada mañana, nos daban una cucharada de agua de brújula (p.32).
Para no perder nunca el Norte, para no extraviarnos de lo que se
supone que ha de ser. Y este libro es un compendio de estrategias
para rebelarse. Un manual para el desaprendizaje del mundo.
Algo tan antiguo como la
mística. Enajenarse del uno, del tiempo y del espacio, desubicar las
coordenadas de lo real. Eso. Si nos tienen dicho que lo real es la
sucia urgencia de las cosas. Rebelarse. Y Mas lo hace ya desde la
cita de Baudelaire que abre el libro: una declaración de guerra que
reclama lo espiritual frente a la carcoma del mundo. Una vulgaridad
que el poeta señala con el dedo para subvertirla. Las cadenas de la
tecnología y el falso progreso, la crueldad humana como metástasis
de tanto camino equivocado. Contra eso se rebela este libro.
Y en ese proceso de
desnudamiento de lo aprendido, hay dos frentes a los que los poemas
se entregan con ferocidad : el tiempo y el yo. Porque es necesario
derrotar y desmantela el tiempo y su tiranía lineal, por ello el
tiempo se desplegará en sus innumerables planos, momentos y
espirales, lugares y personas. Como una suerte de mística cubista.
Intentando mostrar el todo de algo que por definición es inasible.
Porque eso es romper la brújula que desde el nacimiento nos señala
el camino preciso hacia el final inevitable. Y así es que sucede que
Hoy la muerte no está (p.144). Ese despojamiento del tiempo
se conjugará, inevitablemente, con una liberación de la soga del
ego (p.152). Si uno nos conduce y el otro nos limita, la rebeldía
es borrar esas fronteras. Vomitar el agua de brújula para intentar
estar en el mundo de otra forma. Una forma donde la belleza pueda
someter a la pesadilla, donde la naturaleza entierre bajo sus dunas
toda barbarie humana, producto de la servidumbre al tiempo y a la
individualidad. Frente al materialismo enfermo capitalista: la
poesía. Como antídoto o carta de navegación. Frente a la
vulgaridad pactada el, tal vez ingenuo, retorno al hombre hecho de/en
naturaleza. A la placenta del origen, donde el rito y el asombro
pintaban la vida de colores intensos.
Así, dentro de esa
búsqueda/pérdida se atraviesan diferentes planos (composición
cubista) o Tiempos, como se llaman cada una de las
desordenadas secciones. Cada tiempo, cada espacio, como huella
necesaria que deshacer: los signos de la ciudad, de los bosques o de
los desiertos; del mar, donde se yuxtaponen las metáforas preciosas
con la realidad despiadada de los migrantes ahogados o los desastres
ecocidas. Como ocurrirá también con el espacio-tiempo del
inconsciente disuelto en un ritual lisérgico tan antiguo como la
propia poesía (Tiempo 8). Algo parecido a lo que ya
propusiera Arthur Rimbaud. Seguimos ahí después de tantos años. La
trinchera alucinada de la poesía frente al mundo-máquina. El
intento de ser como esa Ella que aparece de vez en cuando en el
libro, una Ella libre, sin brújula, que vive el reino de la belleza
y del amor pese a la dictadura cotidiana de lo previsto.
El niño que bebió
agua de brújula se me antoja un libro necesario, destinado a
durar. Confirmando que la poesía española perdió, afortunadamente,
el Norte y que en la dispersión de las voces y las estéticas los
lectores hemos salido ganando. Libros como este siguen haciendo
falta, aunque sólo sea para intentar responder, en vano, a preguntas
tan cruciales como ¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con
los ancianos la primera vez que ven el mar? (p.185)
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