miércoles, 1 de marzo de 2017

EL POEMA COMO UN ACTO DE BARBARIE

MONO, Marco Antonio Raya, La Garúa, Santa Coloma de Gramanet, 2016, 76 pp.

Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, dijo Theodor Adorno , aquello no debía, ni podía, convertirse en poema. El horror humano y su escandalosa sobredosis de realidad es intraducible. A eso respondió José Ángel Valente en su poema Hibakusha (Al dios del lugar, 1989) que “cómo no escribir después de Auschwitz”, que había que “escribir precisamente después de Auschwitz” y después de Hiroshima. Y de Nagasaki, Berlín, Iwo Jima, Badajoz o el Marne. Escribir, ya no después, ni siquiera sobre, sino desde. Eso es lo que propone Marco Antonio Raya (Montilla, 1978) en Mono, su segundo libro de poemas tras el lejano e inencontrable Palimpsesto (Monosabio, 2003): situarse de lado de los bárbaros, y convertir en poema la memoria de más de medio centenar de masacres históricas acaecidas en los conflictos bélicos de la primera mitad del insaciable y sangriento siglo XX. Un recorrido cronológico que empieza en la matanza del Monasterio de los Apóstoles Sagrados de 1901 y acaba en la Nagasaki de la bomba atómica, y que se estructura en un ciclo (nacer, crecer, morir, nada) que termina reduciendo a un absurdo terrible la misma idea de guerra y la parte de la condición humana que la sostiene. Ese tanto para nada. Ese tanto que obliga a mirar el mundo desde la ceguera de unos “ojos de esfinge” (p.13) para ver un retrato demasiado obsceno de nosotros mismos.

Como hemos apuntado, cada poema se define por un título que evoca una batalla o una masacre y se construye mediante el uso de un simbolismo que llamaremos oblicuo, manteniendo una relación incómoda con su referente y provocando un extrañamiento que puede alejar al lector del reconocimiento explícito de la anécdota histórica, pero que, paradójicamente, lo acerca más a esa dicción de lo imposible que pudiera contar, decir de algún modo inteligible, aquellos acontecimientos. Salir de lo concreto (el hecho histórico) para generar una explosión rizomática de (sin) sentido poético, asumiendo que el poema aquí no puede ser otra cosa que lo indecible cantando. De esta forma, Raya describe pequeños cuadros de horror escindidos de la realidad que nombran, en una suerte de ready-made textuales de la obscenidad bélica. Una apuesta arriesgada que, a mi juicio, solventa con holgura, y que hace de Mono un libro triplemente incómodo: por el tema, por el tratamiento y por la polisemia abierta del propio título. ¿Mono?

Para contar lo que no se puede contar, que diría Val del Omar, Raya nos muestra cuerpos humanos, y animales, enfermos o deformes, órganos que se desgajan y otras imágenes de escisión, como dando por sentado que en la aberración no hay otra cosa que lo humano al límite. Todo ello da al conjunto el aspecto de un retablo tan siniestro como alucinado, como “una libélula encerada en un bote de cristal.” (p.19), tan realista al cabo, que nos habla de la condición humana desde cierta ironía cruda, a la par que nihilista. “Todos los mundos son aquí/ y aquí se reúnen.” (p.14) Todo lo humano es también absurdamente esto. La épica de los himnos y de los grandes discursos del día anterior a la batalla quedan en una nada viscosa que poemas como Tokyo (p.69) exponen de manera magistral: “Las palomas sobrevuelan en silencio/ la ciudad abierta por la fractura.//Una cabra famélica está lamiendo/ la ingle de un muerto y esto es todo/ lo que se puede decir/ de la victoria.” Eso es todo. Demasiada realidad sólo puede ser asumida desde la alucinación, sólo puede contarse desde una poesía declaradamente bárbara. Mono nos invita a recordar que el horror del que queremos huir cambiando de canal cuando la actualidad mediática nos insinúa que está ahí mismo, no es otra cosa que nosotros mismos. Que también somos el animal capaz de hacer eso. Que somos Galípoli, Guadalajara o Montecasino. Que el horror tiene rostro, como decía el Coronel Kurtz en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1975), y que este libro puede ser su espejo. Nuestro espejo. Mira: “hay un magnífico incendio/ justo detrás de tus ojos.” (p.71)
(reseña publicada en el número de febrero de 2017 de la revista Quimera)

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