sábado, 28 de junio de 2014

un poema de Carlos Oroza

Ni un murmullo ni un ápice ni un atisbo
Solo el silencio -sin embargo el silencio espectante-

Contemplamos ilesos el accidente
Tal vez yo sea el error
El accidente
La estatua
La actividad
Corporativa la moral
En su obviedad lo neutro lo secundario
Los criterios formados en la era del múltiple

Y cuando todo nos falla sólo nos queda la poesía

Iluminada su presencia
Como un río que viniese a besar esta provincia enajenada
Cariñoso salvaje sometido corazón saciado encima de mi sombra
Qué difícil subir a tientas la escalera

Sin embargo la cordura -el estilo-
La austeridad que  goza del favor de la concordia

Preciso en lo inesperado
En los límites la lucidez
Una luz puntual donde nace la corriente -la palabra y el número-
La palabra que canta de la mar el amor que profeso
El tanteo el intento la ola
La madre en cuanto a distancia que nos da el origen

El cinco ha quedado atrás
No obstante las mareas se precipitan
El horizonte ase alarga y nos muestra el ocaso
El universo se convierte en vocales
La ascensión del cópul
Su itinerante -el ave- el alma -los reflejos-
Las simpatías de los opuestos y los embarques
Ellos van donde nosotros ya estuvimos
En el propósito de continuar
No cesaré en el empeño hasta convertir el territorio en mi estatura
Difiero de su parecer
No me gustan los adverbios
Sus adyacentes las estatuas
La impresión moral de su geografía restaurada

Pasa el viento lento
Y sus sombras se deslizan con suave complacencia en la corriente
Unívoca la voz
De encendidos tonos de color las mareas
Las maneras y el modo
La intuición
El estilo -el instinto- la gracia
En el lugar -no en la hora-
En el lugar estaré siempre atento
Pero no dejaré nunca que la forma llegue al fondo para que todo siga igual

El narrador divaga
Y se muestra con cautela ante lo inesperado
Preciso en la contemplación

En el sedal de fiebre hay una escalera blanca
Oscurece
Sube la temperatura y en los altibajos crece el fantasma.









[recogido en Évame, 2013]

viernes, 13 de junio de 2014

LA EBRIEDAD DE HOUDINI (un poema de La flor de la tortura)



El escenario iluminado,

como si un bisturí abriese la penumbra
y nos dejara a solas
con las entrañas de la luz.
Bajo esa llaga está Harry Houdini:

La camisa de fuerza. Eslabón
tras eslabón de la cadena
alrededor del cuerpo. La quietud
del agua en el tonel. Su medianoche.

Desde la grada alguien murmura:
«El escenario es una tumba;
deja que palpe este silencio
y lea con mis dedos
la sombra que nos bebe;

esta será la noche
en que la noche engendre
su propio amanecer.

No dejes de mirar.
Ahora mismo comienza la función.»

La cicatriz descubre
el recorrido de sus hilos,
la violenta sutura
que nos cose
al denso latir de las palabras.

Y sobre el escenario
Harry Houdini,

descomponiéndose en el vientre
de un agujero negro,
tan sólo escucha
el rasgarse del agua al acoger su forma.
Redoble de tambor. El hombro dislocado.
El cuerpo humano descendiendo
sobre su eje
en la mecánica del hielo.

«Esta será la noche
en que la noche dictará
la palabra que nace del escombro,

la que no significa;

está será la noche
que entrará en nosotros
como polvo de vidrio en los pulmones.»

Mientras, Houdini
yace dentro del agua,
con los ojos abiertos a la asfixia.
El público abandona lentamente la sala,
en las calles aguarda la tormenta,
la cristalización.

     Pero dentro
un cadáver sonríe bajo el agua:
en el último instante
decidió no salir, y comprobar
qué era aquello
de lo que estaba huyendo.

«¿Cómo escapar del hombre,
si la Historia es tu rostro
y sus manos modelan
el aire que respiras,
la cuchilla oxidada en tu garganta,
el idioma que dices y te dice?»
Cómo. Y para qué.

Abre tus ojos
a este sueño de agua,

abre tus ojos
para ver cómo sangran
las yemas de los dedos
en la última página del libro,

cuando lo cierres
y sólo permanezca
el ácido silencio de la noche
desdibujando
tus huellas dactilares.

Mientras arde el telón
y la ciudad subasta nuestros cuerpos,
alguien aplaude solo
entre cientos de asientos vacíos:

«Ha sido un buen final.
La quemadura reconstruye
mi cuerpo. El ahogado da sentido
al agua. Las cadenas danzan rotas
en el centro nervioso del incendio.
No quedan párpados
que cerrar, ni palabras que decir.
Solamente mis ojos


                       y el abismo.»

Nada más. Todo lo que escriba
a partir de este verso será inútil.

Pasa la página.